Pocos conceptos de las disciplinas sociales son más complejos de explicar que el de cultura política. Un atajo que puede tomarse es preguntar: ¿Cómo actúan los actores políticos bajo determinadas circunstancias? ¿Qué palabras eligen, cuáles tienen disponibles en su discurso público para expresar lo que quieren decir?
El gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, lanzó un programa llamado Jujuy para los Jujeños para alentar el turismo interno. El llamado es claro, ninguno que no sea uno de los nuestros, un puro, pasará de nuestras fronteras. El intendente de Tigre, Julio Zamora, usó las cámaras de seguridad del municipio para filmar una manifestación de ciudadanos contra la extensión de la cuarentena. Frente a los reclamos, adujo que solo había reunido “elementos probatorios para entregárselos a la Justicia”. El presidente de la Nación aseguró que la cuarentena durará lo que tenga que durar y que lo demás son debates estériles. Guillermo Montenegro, intendente de Mar del Plata, avisó por redes sociales: con vehemencia y cierto orgullo, tuiteó: “No vengan a Mar del Plata porque no van a poder entrar”. Horacio Rodríguez Larreta encintó los bancos de las plazas al mismo tiempo que su equipo de comunicación produjo un discurso de cuidado que reza: “Por favor, comprá y volvé”. El gobernador Kicillof, al cerrar un asentamiento en el Conurbano por un brote de Covid-19, aseguró que si se tratase de un edificio o de un barrio cerrado actuaría de la misma manera. El gobierno nacional diseño una app que genera suspicacias sobre el manejo de datos personales y la respuesta de la oposición fue, fundamentalmente, sobre su carácter obligatorio y sobre la caducidad pospandemia.
Podrá argumentarse que este exceso de celo responde a la lógica demanda de responsabilidad. Si bien es atendible, resulta extraño que esa misma lógica no se acredite en otros campos. No parece ejercerse cuando se falsean datos en los mensajes presidenciales, cuando no se trabaja en planes alternativos, cuando no se provee al personal de salud de los elementos y cuando se coarta la libertad de expresión.
La presencia de tendencias autoritarias, entonces, no es exclusividad de un signo político. Más bien podríamos advertir que es propia de aquellos que gobiernan.
Existe otro elemento que unifica la acción de clase de nuestros gobernantes –sin distinción de afiliaciones–, y es la escasa presencia de una gramática de la libertad en sus discursos. Pareciera que no se trata de una variable a considerar dentro de la complejidad particular que promueve la situación de pandemia. Aquí nomás, al lado nuestro, el presidente Lacalle Pou la tiene como un eje vertebrador de su discurso y de su práctica. Las formas de cuarentena de algunos países europeos y las desescaladas de casos como Italia y España (que dicho sea de paso colocan a la nuestra como una muestra de irracionalidad tan grande que solo se explica por la motivación y el interés) han tenido en cuenta la dimensión vital de la libertad de los ciudadanos como un punto de apoyo sustantivo.
Entre nosotros, no aparece. No es que sea demasiado extraño en un país obstinado por no considerar la estación del liberalismo en su construcción democrática, pero cada vez que se tiene la comprobación empírica, se encienden las alertas.
Pero todo esto genera un desafío para la sociedad. La identificación de patrones comunes de tendencias autoritarias en nuestra clase gobernante no puede impedir notar las diferencias que sí existen y hacernos caer en la falta de complejidad que implica pensar que todo da lo mismo y que todo es igual. Hay una tarea, casi de curaduría, que la sociedad que ama la libertad tendrá que hacer para ver quiénes, qué instituciones, qué partidos políticos, tienen un compromiso afectivo e intelectual con la libertad. El cometido no es sencillo, aun sabiendo que el costo de no hacerlo puede ser enorme y riesgoso. Esperemos que haya todavía lugar para una empresa de semejante sofisticación y no nos venzan el miedo o la pereza.
*Analista político.