No me gustan los chicos y las chicas que junto al semáforo te esperan secador en mano para limpiarte el parabrisas. No me gusta que si les decís que no, te pidan aunque sea una moneda. No me gusta que esos críos no estén en la escuela o jugando en el patio de sus casas frescos en verano y abrigados en invierno. No me gusta que en sus casas no haya facilidades para pelear contra el calor o contra el frío. No me gustan las mujeres sucias y desaliñadas que en la vereda esperan a ver lo que sacan sus chicos de quienes manejan un auto. No me gusta que no tengan cómo bañarse, secarse con una buena toalla mullida, peinarse, secarse el pelo con un secador, echarse encima un vestido bonito y llevar a los chicos a la escuela. No me gusta que no sepan cómo poner un preservativo, cómo usar un anticonceptivo. No me gusta que ni siquiera sepan qué es y cómo es y cuánto cuesta un anticonceptivo. No me gusta que no tengan plata para comprar pastillas. No me gusta que no se trate profunda y seriamente una ley que permita el aborto para que esas mujeres que esperan en la vereda no se mueran como moscas. No me gusta que las maltraten cuando llegan a un hospital con un aborto hecho a medias que en la mayoría de los casos les va a provocar una septicemia. No me gusta que los médicos hagan tantas cesáreas; más, de las que serían necesarias. No me gusta que obstetras y enfermeras maltraten a las parturientas de hecho o de palabra. No me gusta que en sus casas, con o sin baños, con o sin calefacción, con o sin comodidades, las esperen tipos golpeadores y peligrosos. No me gusta que los tipos peligrosos, golpeadores o violadores o asesinos vayan a la cárcel por seis meses o directamente, si tienen influencias, no vayan. No me gusta que los violadores salgan de la cárcel a los seis meses. Ni a los dos años, ni a los veinte, ni nunca: de la violación no se vuelve. No me gusta el doctor Zaffaroni que sostiene que obligar a una nena de ocho años a chuparle el pito a un individuo no es violación. No me gusta que no haya cárceles limpias, ordenadas, con talleres, clases, bibliotecas, lugares de trabajo, en donde un recluso o una reclusa no encuentre los medios adecuados para algún día volver a la sociedad a la que está pagando su delito. No me gusta que la policía mire para otro lado cuando se trata de peleas entre bandas o de pintadas antisemitas en un kiosco. No me gusta que la policía mire para otro lado. No me gusta la policía porque no ha sido educada para tener poder, un arma y permiso para usarla. No me gusta que los jueces arreglen sus sentencias de acuerdo con lo que les dicta el poder de turno. No me gustan (salvo algunos que se pueden contar con los dedos de una mano) los jueces. No me gusta que condenen a un pobre infeliz que lleva un porro en el bolsillo y que dejen libres a los señores de la droga porque el poder manda. No me gustan los que detentan el poder (y detentar en este caso es la palabra adecuada). No me gustan los funcionarios que se retiran millonarios de sus funciones. No me gustan las jubilaciones de privilegio ni los viajes al extranjero con un séquito de ciento veinte personas incluyendo peluquero, manicura, modista y asesores de los asesores. No me gustan los asesores sobre todo cuando son primos o algo así del funcionario. No me gusta la soberbia de quienes están arriba. No me gustan los que están arriba. Usté me dirá: ¿Y a quién le importa lo que a usté no le gusta? A nadie. Pero debería importarle. Al poder: lo que a mí, ciudadana, y al resto de los ciudadanos no les gusta debería importarle, y mucho. Los gobiernos están ahí para hacer que los ciudadanos se sientan satisfechos y felices.