Cuando Gabriel García Márquez supo que lo habían nominado para el Premio Nobel de Literatura llamó a su madre para contarle la noticia. La señora se angustió. Le dijo que tenía poca información sobre el tema, pero sabía que cuando tienen en cuenta a alguien para ese premio es porque su muerte está próxima. Le pidió que en adelante lleve consigo una flor amarilla para romper el maleficio, cosa que el escritor obedeció. En el otoño de la vida nos ponemos sensibles ante símbolos que nos recuerdan el paso del tiempo.
Este mes cumplí mis primeros 70 años y aunque son solo números, sentí cierta tensión que enfrenté con el humor de toda la vida, aprovechando la ayuda de amigos que me llevan el apunte en mis locuras. A pesar de que en Argentina se cree que celebrar anticipadamente el natalicio es de mal augurio, me pareció una forma divertida de alejar los malos espíritus en que no creo. Si existen, los asustaba con las celebraciones y si no, de todas formas la pasaría bien.
Compartí almuerzos con amigos entrañables en Buenos Aires, la ciudad en la que he vivido más tiempo la última década. Mas allá del trabajo político me encontré aquí con muchas personas interesantes, que me enseñaron mucho, y me ayudaron a construir teorías con las que me he realizado plenamente. Salí después a Washington en donde un amigo organizó una cena a la que asistieron viejos amigos, que viajaron desde distintos sitios para la reunión.
Mas allá de estos gestos que me llenaron en lo personal, ocurrieron dos eventos emocionantes. En el Seminario de la George Washington University me entregaron un reconocimiento por mis 35 años de trabajo profesional y académico. Asistieron colegas con los que compartí sueños y esfuerzos cuando la consultoría política recién despegaba como disciplina profesional en los Estados Unidos. Me entregó el diploma Christopher Arterton, decano fundador de la Graduate School Of Political Management, el padre de la profesionalización de la consultoría norteamericana, quien aludió a proyectos que empujamos cuando éramos jóvenes. Mientras hablaba Chris vinieron a mi memoria muchas cosas gratas que pasaron en la universidad y particularmente el lanzamiento del libro conjunto con Joseph Napolitan hace casi veinte años.
Hubo otro evento en Buenos Aires, al que desgraciadamente no pude asistir personalmente, en el que me representó mi amigo Pablo Avelluto. Fue la premiación de la revista Noticias a los argentinos más destacados del año, en donde tuvieron la bondad de mencionarme en política. Escribo regularmente para el grupo Perfil desde hace muchos años, me he reunido con mucha frecuencia con Jorge Fontevecchia, quien ha sido un referente intelectual permanente que además tuvo la amabilidad de presentarme a varios personajes importantes del país. Por su estilo de trabajo independiente, Jorge fue perseguido por la dictadura militar y el gobierno de los Kirchner continuó en la misma línea tratando de asfixiar al periódico de manera burda, lo que se aclaró en un fallo de la Justicia que ordenó una justa compensación que todavía no se materializa. Pensar sin transar con el poder tiene costos de todo tipo, pero quienes colaboramos con el grupo Perfil tenemos orgullo de hacerlo.
Tengo la alegría de haber nacido en Quito, una hermosa ciudad que los españoles fundaron en los Andes. Siempre tuve la inquietud de viajar, de conocer otros mundos. Mi relación con Argentina empezó en mi adolescencia, cuando leí Historias de Cronopios y de Famas de Cortázar y me encontré tan bien descripto en uno de los relatos acerca de los viajes, que desde entonces mis parientes y muchos amigos me llaman Cronopio. Cuando terminé mis estudios de derecho y filosofía fui a Mendoza a estudiar en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuyo, cuando parecía que la revolución llegaba con los jóvenes peronistas. Después pasé unos años en la Fundación Bariloche estudiando sociología con un fuerte sesgo cuantitativista. Tuve maestros admirables y viví años plenos, decisivos para lo que sería después mi vida.
Desde fines de 2004 conocí a Mauricio Macri y a la gente que lo rodeaba. Lo que se inició como una consultoría más de las que hacía en el continente, se convirtió en algo mucho más importante. Compartí ideas y discutí intensamente con muchas personas, de distintas disciplinas académicas que se fueron aglutinando en este proyecto político único en el mundo. Mas allá de ese círculo cultivé la relación con políticos y pensadores interesantes de otros grupos y participé permanentemente de las polémicas del Club Político Argentino. El Círculo Rojo porteño es intenso, me apasiona contrastar mis ideas con las de quienes perciben la realidad de manera distinta.
Cuando Noticias me otorgó esta distinción me sentí muy contento. Me siento tan argentino como ecuatoriano como mexicano. Ha sido un broche de oro para la celebración de mis primeros setenta años, que me hace pensar que cuando celebre los segundos todo estará mejor.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.