Estos son malos días para trabajar de periodista y pretender ser original. Todos hablamos y escribimos sobre lo mismo y, muy por encima de lo que digamos, basta la mera noticia para sacudir a la opinión pública. De pronto, el ejercicio de la objetividad, entre denostado e inexistente según la óptica de unos (me incluyo) o de otros (me incluyo), pasa a ser muchísimo más relevante que la acumulación de palabras. Hablar de ladrones, corruptos, arrogantes, patoteros de
pilcha cara, ricos de riqueza injustificable, señores que te orinan desde los balcones de sus oficinas pasa a ser una nimiedad en comparación con la información pura.
Tampoco son buenas noticias para quienes esperan que los ríos casi siempre mansos y silenciosos de pronto se llenen de sangre; queda feo ponerse a levantar el dedo acusador cuando te pasaste años sin siquiera preguntar por qué no podías siquiera mencionar al aire la estafa a la fe popular de aquel dirigente de cuarta categoría, “porque son socios en el negocio”. Además sabés que, tarde o temprano, sonará otro teléfono pidiendo que te calles otro nombre de otro socio de otro negocio. No descubriremos ahora que en la Argentina, a muchos “hombres de negocios” sólo les interesa jugar al truco con el as de espadas y el as de bastos en la mano. Y, si es posible, que el rival en lugar de naipes tenga cartas de tarot. Tampoco descubriremos hoy que al ladrón de guante blanco no sólo le gusta robar sino que lo aplaudan por ello.
De pronto, la noticia pura –la que llegó y las muchas que están por llegar– le pasa por arriba a cualquier bravuconada tardía. Por cierto, más notorios desde la tele o cuasi desconocidos desde una prensa gráfica tristemente minimizada por buena parte de la masa consumidora de medios, vamos descubriendo que no han sido tan pocos los que hace rato vienen chillando en contra de los que se vienen afanando la pelota. Sobre todo desde ciertos diarios, ciertas revistas, y algún libro, los que llevan décadas robándose la parte grande que genera nuestra pasión encontraron un talud inexpugnable para reclamar censura. Tampoco es tan grave: si en algunos medios gráficos no hay un celular sensible al cual llamar y recordarle algún asuntito pendiente, es porque se sabe que la onda expansiva no es la ni la de la radio ni la de la tele. Probablemente, algunos de los involucrados ni siquiera sepan leer.
Pero con esto de la FIFA, Blatter, el topo, Burzaco, los Jinkis, la fiscal norteamericana y la lista de co-conspiradores el tema se fue de madre. Ahora empiezan a escribir y hablar del escándalo gentes de prensa que están lejísimos de ser susceptibles a la amenaza de que los bajen del próximo Mundial si siguen batiendo el parche. O de no poder seguir contando córners desde una cancha sin público en las tribunas. No son susceptibles porque, entre otras cosas, no se dedican a lo nuestro, éste tan bajo oficio de elogiar o criticar gente sudorosa de pantalones cortos. Tampoco vayan a creer que varios de los que se montan a este circo patético de sobornos orinan agua bendita. Algunos hablan sobre el robo al fútbol con la libertad y la crudeza que jamás utilizarían para hablar, por ejemplo, de las estrellas políticas de nuestro tiempo. Pautas hay por todos lados.
Como verán, aun dando vueltas carnero en el aire resulta imposible presumir de original. Entonces, asoman las tentaciones.
Por ejemplo, la de preguntarse si estamos seguros de que el enchastre ya llegó a su máxima expresión. Francamente, tiene hasta su lógica que cualquiera de los implicados elija el mismo camino que el tal José Hawilla, el brasileño que negoció una reducción de pena a cambio de su testimonio, finalmente clave para lo que anda sucediendo. Apenas una referencia: imaginen la dimensión del negociado en el que estuvo metido este viejo socio de notorios empresarios argentinos –no se detengan en Burzaco–, que parte de su acuerdo con la Justicia norteamericana es la de pagar 151 millones de dólares de multa. Es como declarar para que te reduzcan la pena y pasar de la horca a la silla eléctrica.
La agenda y la memoria de cualquiera de los detenidos o prófugos de la causa madre pueden ser bombas neutrónicas para la tranquilidad que tampoco merecen muchos de los que, hoy, creen que el problema es de otros.
Por ejemplo, la de preguntarse si la ingeniería de la estafa montada para adueñarse de los derechos de las Copas Américas de 2015 a 2023 a cambio de sobornos para los principales dirigentes de las federaciones sudamericanas y de la Conmebol misma no tuvo un correlato en el período investigado –desde 1991–, fundamentalmente en la de 2011, realizada en la Argentina y con comité organizador integrado por dirigentes argentinos. Imagino a mucha gente cambiando números de celular. Y comprando calzoncillos de lata.
Por ejemplo, la de preguntarse si no será el momento de repensar la AFA. El gobierno nacional y el Comité Olímpico Argentino decidieron hace poco trabajar de común acuerdo para intervenir la Confederación Argentina de Básquetbol sin que nuestro país recibiera una sanción a nivel internacional. Y lo lograron. Sólo en términos de dinero, estamos hablando de un faltante de aproximadamente 3.500.000 dólares. Plata de bolsillo para los popes del fútbol. El barullo alcanza y sobra para analizar a fondo la posibilidad de intervenir una entidad hecha trizas por donde se la mire. Refundarla pero no desde una política que tampoco podría investigarse a sí misma sin herirse, sino revisando números, antecedentes, prontuarios y nombres que merezcan ser los restauradores desde el fútbol mismo.
Prometo –por hoy al menos– no volver a enumerar las decenas de razones que justificarían desinfectar la entidad.
Es cierto que no todos los dirigentes actúan igual y que no todos los clubes andan en barullos similares. En todo caso, debería ser motivo de desvelo de esos dirigentes y de esos clubes dejar en claro que no te elegís robarte la pasión antes que adecentarla. Tan cierto como que se ve difícil que la causa fogoneada por Loretta Lynch termine dañando directamente a la AFA. Ese debería ser asunto nuestro. Dicen que en eso andan en la Justicia: de haber actuado como corresponde y a tiempo, la Argentina podría haberse adelantado a lo que acaba de explotar.
La sensación real de estos días es que todo lo que estamos diciendo va a ser desbordado por lo que iremos sabiendo en cuestión de horas. Estas mismas líneas correrían el riesgo de quedar viejísimas, de no ser que en casi todo el mundo los tribunales descansan el día domingo.
Es que alguien descubrió cómo probar sobornos y manejos turbios de fondos, en este caso, respecto de las federaciones sudamericanas. Y nadie que se meta en esa mugre se queda con el cuento de los 110 millones de dólares y un asunto de sudacas. Ya aparecerá, por ejemplo, la Justicia suiza con lo de Rusia 2018 y Qatar 2022.
Un puñado de números como para que ustedes puedan hacerse una idea de la dimensión del negocio. Entre 2011 y 2014, sólo en lo que se refiere al desarrollo del Mundial de Brasil, la FIFA tuvo una utilidad de 2.600 millones de dólares. ¿Mucho? ¿Poco? Alemania, campeón mundial, embolsó 45 millones. La Argentina, subcampeón, 35.
Sólo al rubro gastos varios, la FIFA imputó en ese período casi 900 millones de dólares. Entre todos los seleccionados que fueron a Brasil, recibieron poco más de 350 millones.
Esos 2.600 millones parecen la nada misma si imaginamos lo que se podría hacer con lo que Qatar sueña para su Mundial, presentado como el más espectacular de la historia.
En abril de 2014, el Ministerio de Economía y Comercio de Qatar anunció que, en vez de construir 12 estadios nuevos para su Mundial, habría tres remodelados y nueve levantados de cero. Se habló de una reducción de presupuesto. Un presupuesto de… 200 mil millones de dólares, entre los que se destacan la construcción de un nuevo sistema de trenes y metro (34 mil millones), construcción de un puerto (siete mil), un aeropuerto (17 mil) y los mencionados estadios (cuatro mil).
Tal vez más que la impudicia, lo que condena a la muchachada del fútbol es el descontrol. El exceso. La insaciabilidad.
Aquí y allá se ve todo demasiado turbio. Todo pasa a estar en duda, y no falta quien se pregunta si realmente estaremos en Chile dentro de un par de semanas.
Los pasillos se llenaron de gente que se divide entre los que jamás tuvieron que ver con los implicados y aquellos que reaccionan asombrados, como no pudiendo creer que haya gente tan malvada suelta por la vida. Ya empiezo a creer que la hipocresía no es un defecto sino apenas un rictus. Ya no me enojo cuando me acusan de serlo.
No sé de quién será el desafío de ver qué hacer con todo esto una vez que pase el temblor. Que no será pronto, claro. Pero cuando sea, sabremos si quienes quieran ocupar los lugares que inevitablemente van quedando vacíos –disponibles– aspiraran a ellos para hacer de todo esto un mundo mejor o para ejercer el poder desde la discrecionalidad que sus antecesores han sabido construir. Como el país, bah.
Hay gente a la que la corrupción le repugna.
Y gente que al que desprecia es al corrupto descubierto (no importa ser honesto; lo que importa es no ser un gil).
Buen momento para saber quién está de qué lado.