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Montescos y Capuletos

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Un amigo compara dos fiestas en las que estuvo en sucesivos fines de semana. La segunda, dice, fue un “fiestón” donde todo el mundo la pasó bien. Pero en la primera, dice, los invitados se habían atrincherado en rincones opuestos, reunidos por sus simpatías políticas, como si se tratara de las épocas de la Federación o como si, para prescindir del color local, Romeo y Julieta no hubieran cedido al equívoco y al veneno y en la celebración de sus esponsales, fatalmente, Montescos y Capuletos hubieran coincidido alrededor de la pista de baile. El aire se espesaba sobre las mesas, tan densos eran los cotilleos (¡políticos!) que los dominaban, y de pronto hasta las barras de tragos adquirieron el sentido (alucinatorio) de barracas de aprovisionamiento de ejércitos enemigos y había que cuidarse de no traspasar una frontera tácita pero igualmente letal.
La descripción, que tal vez esté teñida de maledicencia o distorsionada por la presión de la lectura matutina de los diarios, no resulta, sin embargo, inverosímil, en un país como el nuestro, que se ha embarcado sin titubeos en alineamientos que carecen de todo fundamento en los datos de la realidad.

No hay semana en la que uno no sea interpelado –a través del correo electrónico o las “redes sociales”– para que tome partido en relación con los asuntos más diversos y, francamente, peregrinos, como si la posibilidad de lo viviente se jugara en esas adherencias a un bando u otro, como si no fuera para todos evidente que, mientras jugamos el juego de la celebración o la descalificación política desde los lados opuestos de la pista, los verdaderos protagonistas de la fiesta tejen sus acuerdos y garantizan sus linajes mediante las uniones que realizan (en Buenos Aires, en la Rioja, en el no lugar de los espacios internacionales).

Una fiesta es una fiesta es una fiesta y ningún sentido tendría participar de alguna si no existiera en el horizonte la posibilidad de la felicidad de todos y cualquiera.
Respondí a mi amigo con un lacónico “Habrá que ver qué tal la próxima...”. Me contestó, alienado: “¿Vos decís después de las elecciones?”.