Hace bien morir un Diego. Amanecer con ojos de muerto en un cuerpo invisible para ver cómo queda nuestra vida después. Las pastilla en el blister, el vaso con el resto de agua, la libreta de apuntes, el celular apagado, el libro cerrado, el resaltador de fibra, la birome negra, la camisa colgada en el respaldo, el cepillo de dientes, la afeitadora eléctrica, la taza de café, los platos sucios en la bacha de la cocina, las fotos en la heladera, las caras, las risas, los imanes de los delivery, el rayo sesgado de sol, el polvo en suspenso que cae lentamente sobre mirá la hora que es, con todo lo que tenías que hacer hoy, que ya no porque estás muerto.
Un rato muerto por alguien querido, a cualquier edad, inspira, reanima. Es saludable ver qué/a quién dejamos con él. En cuanto al procedimiento formal, si se respetan los tiempos necesarios para lograr el efecto deseado, morir un poco no tiene contraindicaciones. Es una práctica sentimental, orgánica, libre de conservantes excusas, sustancias químicas, azúcares del pasado que endulzan presentes, o agregados adictivos a los recuerdos. Eso sí, se recomienda espaciar la prueba. La muerte debe ser inesperada. Si se anuncia, se programa, se calcula - “aprovecho hoy que vengo muerto porque murió Maradona “- es un mero coma inducido.
La distante mirada de muerto exige una concentración extrema. Nada de alcohol, bolsas para reducir el oxígeno, consumos que estimulen las ganas de olvidar. Dejar de ser implica un enorme esfuerzo mental continuado, constante, sin distracciones. Mientras dura la ausencia hay que resistir, a pura voluntad, la pena que nos da dejar todo como está, ya sin tiempo para volver a ver, hacer, terminar, abrazar, reír, pedir perdón,. Si por algún motivo el envasado al vacío total de la conciencia no se sostiene, basta con que un resplandor casi imperceptible, una sombra sobre negro, un fino pelito que cae, flota, raye al paso la burbuja del ojo muerto, para que la mirada se disuelva en la rutina de una mañana más.
Parece complicado, pero sale si se ensaya. ¿Quién no se quiso morir? ¿Quién no cayó de espaldas sobre la cama, quedó tirado en un sillón, rodó por el pasto después de una balacera, recibió el disparo en un duelo antes de poder sacar su revólver de vaquero, trató de detener con la otra mano la sangre que le salía del pecho, dobló las rodillas, quedó tendido, muerto un rato? Ya más de grande, nada importa menos que la forma elegida. El objetivo del juego adulto consiste en hacer del método un recurso. Muero, luego pienso: ¿qué fue de mí?. Se trata de sentir el sabor amargo de la pérdida definitiva para tratar de entender qué sentido tuvo/tiene la vida que llevamos.
Queda dicho que es mejor morirse a la mañana, apenas se abren los ojos. Más todavía si la noche anterior fue de las densas. Si al final del día se llegó sobrecargado de preocupaciones, dramas, propios o ajenos. No altera el producto amasar a última hora la incertidumbre por el que será/pasará, el miedo nocturno, con ligeras pasadas previas por canales de noticias, panoramas informativos de la radio, titulares en las páginas de internet, comentarios en tuiter, o una revisión a los los posteos en facebook. Si uno se acuesta así, con unas tremendas ganas de olvidarlo todo de una vez, como si el Polaco Goyeneche te susurrara al oído “y en este tu total/fracaso de vivir/ ni el tiro del final te va a salir”, la muerte mañanera seguramente rendirá más.
A la cuenta benéfica de los resultados por la muerte transitoria, además de la enérgica disposición de ánimo que produce el regreso a la cotidianeidad, debe sumarse la actualización del sistema operativo. Un reseteo tres sesenta que permite apreciar a nuestro alrededor como, después de muerto, todo sigue ahí, a la espera. Las pastilla en el blister, el vaso con el resto de agua, la libreta de apuntes, el celular, el libro, la camisa colgada en el respaldo, los miles que se fueron sin que nadie les diga adiós, la manipulación de los más débiles, la impunidad, la mentira, el choreo. En pocas palabras: que más muertos están estos giles que se creen muy vivos. No saben que nosotros resucitamos en un rato, después del mediodía.
*Periodista.
Producción periodística: Silvina L. Márquez.