Probemos mirar el Estado como si fuera una empresa. Pagamos una cuota diaria de IVA, Ingresos Brutos, Ganancias, impuestos de todo tipo, por una cantidad de servicios: educación, salud, justicia y seguridad que debieran ofrecernos. Son de tan baja calidad que muchos ciudadanos que pueden, pagan aparte por educación, salud y seguridad privadas.
El Estado es una empresa de todos que no rinde cuentas. Los responsables de la gestión no se hacen cargo, siempre le echan la culpa a otro. Cuando los políticos se ven obligados a ahorrar, no se rebajan los salarios, ajustan a los jubilados. Administran mal, pierden fortunas en YPF, en Aerolíneas Argentinas, por ejemplo.
El ajuste jubilatorio desenmascara el relato
Tienen excesos de personal en las empresas, en una Televisión Pública que nadie mira, en oficinas y organismos duplicados que suman burocracia. Sin embargo, a los que mandan en ese Estado, parece que siempre les va bien. Hacen favores a los amigos, se aumentan sueldos y viáticos, incorporan personal a la planta permanente sean necesarios o no. Los jefes sindicales y los altos funcionarios de turno se reparten los beneficios.
Los gobiernos elegidos para hacer que el Estado sirva de verdad a quienes lo sostienen con sus impuestos, fracasan. Ninguno pudo hasta ahora desarmar los quioscos, las mafias que cobran diezmos, peajes y coimas. Cuando se van, dejan el Estado peor de lo que estaba. Más pesado e inútil. Mientras tanto, encubren la realidad con mensajes publicitarios.
Dicen que el Estado está presente porque reparte dinero ajeno como limosnas en formas de subsidio, pero el Estado que nos pertenece, por el que pagamos, el que debería servirnos, proveernos cada vez más, mejor, de forma más eficaz salud, educación, seguridad, justicia...ese Estado sigue ausente.