Es imposible decir dónde se detiene la ley y comienza la Justicia. Aunque se desempeñaba como periodista y humorista, al calor de esta idea que le pertenece el neoyorquino Arthur Baer (1886-1969) bien podría ser considerado un filósofo político. Como buen autor satírico, la mordacidad de su frase desnuda una cuestión real, candente y no resuelta. ¿Basta con que haya leyes para que exista Justicia? ¿Son sinónimos las palabras ley y Justicia? A la luz de los hechos, y centrándonos en nuestro país, se podría afirmar que no lo son. En diversas ocasiones, y por diferentes motivos, la legislación argentina recibió elogios de juristas internacionales. Y se ha repetido que no son leyes lo que falta en el país, sino su aplicación. Otra cosa es la Justicia.
Aunque suene obvio, no está de más recordar que la Ley (con mayúscula) define el conjunto de normas y reglas que están obligados a cumplir los miembros de una comunidad para que en ella sea posible la convivencia armónica. Es la expresión de un contrato social. Sin Ley prevalecen la fuerza bruta, la prepotencia, la dominación depredadora del más fuerte. Y, a la larga, no hay supervivencia posible para el cuerpo social. La Ley limita a todos en función del interés y el bien común. Acaso se trate, como escribió el 21 de julio de 2014 el columnista Fabián Corral en el diario ecuatoriano El Comercio, de “la más importante invención de la cultura occidental, inspirada como estuvo en la necesidad de proteger al individuo” (https://www.elcomercio.com/opinion/sirve-ley.html). En esa columna decía Corral: “Me pregunto si cuando se la inventó, se lo hizo en realidad con el afán de frenar a los gobiernos, de crear responsabilidades a los políticos, de contar con reglas claras y justas. ¿O se la imaginó para fortalecer los cerrojos, para ponerle obstáculos al ejercicio de las libertades, articular el miedo, inventariar las penas y articular la sumisión?”.
Cuando la ley no se aplica, cuando prevalece la trampa (y los tramposos que viven de obstaculizarla, de impedirla, de distorsionarla, sea bajo el disfraz de abogados, fiscales, funcionarios, gobernantes o jueces), desaparece la Justicia, aunque las leyes sigan escritas. El martes pasado una multitud indignada y dolorida se reunió ante el Congreso para exigir Justicia por el asesinato cobarde y alevoso de Fernando Báez Sosa. Al día siguiente dos de quienes fueron identificados como sus asesinos, Máximo Thomsen y Ciro Pertossi, declaraban ante la fiscal del caso y con un dejo psicopático decían no saber de qué se los acusa. Parecían darle la razón a Santo Tomás de Aquino cuando decía que la Justicia empieza en la rectitud moral de las personas, en su comportamiento en la sociedad y en su conducta hasta el último día de su vida. Esto vale para quienes violan la ley y para quienes la aplican.
La impresionante movilización del martes remite a aquélla del jueves 1º de abril de 2004, cuando unas 150 mil personas se congregaron en el mismo lugar con velas y antorchas, mientras el empresario textil Juan Carlos Blumberg entregaba un petitorio pidiendo mayor severidad en las penas en caso de secuestros y asesinato. Diez días antes su hijo Axel había sido víctima de esos dos delitos. En los 16 años que van de la marcha por Axel Blumberg a la marcha por Fernando Báez Sosa se han producido decenas de manifestaciones a lo largo y ancho del país reclamando Justicia por vidas brutalmente segadas. “Justicia” y “Nunca Más” son las demandas omnipresentes en esos actos. Pero parece haber siempre más, y la Justicia sigue navegando impunemente, vaya paradoja, entre la lentitud y la ausencia. Lo hace cuando se trata de femicidios, asesinatos, secuestros y lo hace también cuando se trata de corrupción, de amigos o integrantes del poder de turno y de diferentes malas praxis. No ocurre esto por falta de leyes. Sobran leyes y falta Justicia. Publio Siro, esclavo liberto que llegó a convertirse en un reconocido escritor y autor de máximas morales en la Roma antigua, escribió: “La absolución del culpable es la condena del juez”. No más comentarios.
*Periodista y escritor.