Hace un par de semanas, el epicentro de la atención económica en EE.UU. giraba en torno a la decisión que iba a tomar la Reserva Federal: si reduciría o mantendría la intensidad de los estímulos monetarios extraordinarios (los QE, Quantitative Easing). Las cotizaciones de divisas, acciones y bonos soberanos en los mercados se habían vuelto inestables por la incertidumbre acerca de esa decisión. Pero el día llegó y, a pesar de que el consenso del mercado se inclinaba mayoritariamente hacia una reducción del estímulo monetario extraordinario (aunque aquí habíamos subrayado las probabilidades de que esperara), la Reserva Federal decidió mantenerse de “brazos cruzados”, a la espera de mayor información sobre la situación económica, no sólo del nivel de actividad y la creación de empleo, sino también de la dinámica de los precios internos.
Y menos mal que así fue. Porque el panorama de los EE.UU. no es el mismo que tan sólo un par de semanas atrás. Es peor. En efecto, los enfrentamientos políticos, que condujeron al “cierre” del gobierno federal y que ponen en riesgo las posibilidades de que EE.UU. cumpla con sus compromisos de deuda soberana, tienen impactos no triviales sobre la dinámica macro de la mayor economía del mundo. En tres planos diferentes.
En primer lugar, la extensión del “cierre” del gobierno federal (que provoca que muchos empleados públicos no estén trabajando y que cobren sus sueldos retroactivamente sólo una vez que el “cierre” haya finalizado) y la posibilidad de que se produzca un default de la deuda pública soberana elevan los niveles de incertidumbre entre la población, en general, y entre empresarios, en particular. Y la incertidumbre es enemiga del consumo privado y la inversión y, por ende, también del crecimiento económico.
Esto no implica que estemos en los albores de una crisis política/económica en EE.UU., dado que la “sangre no llegará al río” y antes de que se alcance el “techo” efectivo de la deuda habrá un acuerdo político entre demócratas y republicanos que lo eleve. En otras palabras, EE.UU. no va a defaultear porque, contando con las posibilidades económico-financieras, ningún “bando” político saldría beneficiado de esa situación extrema. Más aún, un default norteamericano tendría implicancias económicas globales de magnitud. Para prueba basta con los ejemplos de China y Japón, que ocupan el segundo y tercer puesto en el ranking mundial de tamaño del PBI y tienen deuda soberana de EE.UU. por el equivalente a US$ 2,4 billones o 17% del PBI de ambos en conjunto.
Por otro lado, los enfrentamientos políticos de estos días nos dan una idea bastante clara del sesgo que tendrá la política fiscal de EE.UU. a futuro. En este sentido, y aun cuando damos por descontado que se llegará a un acuerdo en términos del presupuesto y el “techo” de la deuda pública antes que la situación se salga de control, los legisladores republicanos, incluso los moderados, seguirán ejerciendo una fuerte presión para limitar las posibilidades de la administración Obama de utilizar la expansión del gasto público como una herramienta para acelerar el ritmo de crecimiento económico y, consecuentemente, de los niveles de empleo, ambos altamente correlacionados con los niveles de imagen del presidente Obama, en particular, y del Partido Demócrata, en general.
El otro plano sobre el cual tendrán impacto los enfrentamientos políticos que existen por estos días en EE.UU. es la política monetaria. Como dijimos al inicio de esta nota, la Reserva Federal decidió posponer el inicio del “tapering” (recorte del estímulo monetario extraordinario) durante su última reunión de comité, llevada a cabo a mediados de septiembre, a la espera de recolectar más información para tener un panorama más claro de la situación actual y las perspectivas económicas de EE.UU.
Lamentablemente, la “nueva” información no fue demasiado buena. El “cierre” del gobierno federal, los riesgos de un default de la deuda pública y una política fiscal que se mantendrá contractiva aumentan la “presión” sobre la Reserva Federal en términos de llevar adelante una política monetaria ultraexpansiva para intentar compensar el impacto adverso de dichas cuestiones sobre la tasa de crecimiento económico. En este escenario, las probabilidades de que la máxima autoridad monetaria norteamericana vuelva a posponer el inicio del “tapering” durante la reunión pautada para fines de este mes se elevan exponencialmente.
A pocos meses de que se produzca el cambio de mando (Ben Bernanke finaliza su segundo mandato al frente de la Reserva Federal a principios de febrero del año que viene, y será sucedido por Janet Yellen), y frente al nuevo panorama económico, resulta poco aconsejable modificar en el corto plazo el statu quo en términos de política monetaria.
En resumen, los políticos norteamericanos están haciendo que la economía de EE.UU. retroceda varios pasos en el intento de dejar definitivamente atrás las secuelas de la crisis económico-financiera de 2008. No habrá crisis, pero el “daño” ya está hecho. La tasa de crecimiento de los próximos trimestres será más baja (y el ritmo de creación de empleo también) de lo que pudo haber sido si los enfrentamientos políticos no hubieran llegado tan lejos. También habrá efectos duraderos en materia fiscal y monetaria.
En cuanto al impacto de esta situación sobre las economías emergentes, hay que hacer necesariamente una distinción entre el canal financiero y el canal real.
Desde el punto de vista financiero, el hecho de que se eleven las probabilidades de que la Reserva Federal no recorte los estímulos monetarios en el corto plazo puede resultar un factor que juegue a favor de estas economías en lo inmediato.
Que las tasas de interés en EE.UU. no suban significaría buenas noticias en términos de flujos de capitales hacia el mundo en desarrollo y, consecuentemente, una menor presión hacia la baja de las monedas de estos países (con respecto al dólar). La postergación del “tapering” también podría tener impacto positivo sobre las Bolsas, la cotización de los bonos soberanos y el precio de las commodities.
En cambio, desde el punto de vista real, un ajuste hacia la baja en las perspectivas de crecimiento de EE.UU., sumado a una situación débil en Europa (en general, y dentro de la Zona Euro, en particular), podría resultar potencialmente negativo para la dinámica macro futura de los países en vías de desarrollo, especialmente si tenemos en cuenta que una elevada proporción de las exportaciones (de bienes y servicios) de las economías emergentes depende directa o indirectamente de la intensidad de la demanda por parte de norteamericanos y europeos.