Facebook es un fenomenal perdedero de tiempo para alguien interesado en lecturas sustanciosas y un magnífico ámbito de expansión para personas interesadas en subir fotos de la uña del dedo gordo del pie tostada en vacaciones, expeler comentarios insidiosos o vastas sentencias en modo profecía, pero cada tanto (como deben de hacerlo Twitter o Instagram, redes de las que prescindo) sirve para “colgar” meditaciones sensatas y sencillas como esta que leí ayer (y que no cito textual): “Todo el mundo se escandaliza porque un tarado tira un chancho a una pileta desde un helicóptero pero la muerte de los niños wichís no asombra a nadie, como si fuera algo natural”.
Afirmación contundente. Hace algunos años leí otra definición, que tampoco podría reproducir literalmente, acerca del modo en que una ideología triunfa cuando se propone precisamente como eso, como “natural”, como sentido común. Y el sentido común más difundido del planeta es que son sagradas y no deben ser tocadas por retenciones ni altos impuestos las rentas de las empresas de agroquímicos y de los fumigadores compulsivos de los campos envenenados con esos agroquímicos, que, por obra y gracia de algún particular sentido de la educación, solicitan rociar también sin límites espaciales sobre escuelas y centros urbanos, no sea que se pierdan de generar otra toneladita de soja con destino de exportación.
En ese sentido, los cultivadores y difundidores del envenenamiento masivo (benefactores heterodoxos de la reducción de la especie humana sobre el planeta) se han anotado otro poroto: en una localidad santafesina ya sale de las canillas agua contaminada por herbicidas. Quizá, por obra de sus efectos, estemos siendo sometidos a un nuevo proceso de mutación a gran escala. A eso contribuirá sin duda el proceso de primarización y extractivismo básico que parece ser la única fuente cierta de nuestra economía. Cuando los viñedos de la cordillera se sequen o
envenenen gracias a las hermanas gestiones del fracking, no faltará quien diga que el Apocalipsis ha vuelto a comenzar. Pero desde luego, ni Dios ni el milenarismo tendrán nada que ver con el asunto. Antes habrá plagas porque los bichos de los montes devastados por la industria maderera vendrán a picar a las ciudades. La culpa, claro, será de los wichís, que no saben cultivar en su tierrita.