En una cuestión como la de la mujer en la India, en donde cultura, prácticas y padecimientos se mezclan en proporciones cambiantes, es necesario asumir que nuestras percepciones subjetivas, en tanto “extranjeros” no interfieran, falseando la comprensión de civilizaciones que no conocemos en sus pliegues más recónditos. En consecuencia, la palabra debe ser fundada y prudente, como dijera alguna vez el psiquiatra suizo Ludwig Binswanger: “El buen Dios está en el detalle”.
Nandan Nilekani es el hombre símbolo del boom indio. Preside Infosys, la compañía ícono del sector, que emplea a 52 mil personas en veinte países y que puso a la India en el camino de las nuevas tecnologías y la globalización. Desde su centro de operaciones de Bangalore –el Sillicon Valley indio–, en el que cada personalidad que lo visita es invitada a plantar un árbol, se propagan las pautas que lo han guiado en su vida: meritocracia, subordinación de la satisfacción personal a los logros del equipo, y devolución a la sociedad de lo que ésta le ha dado. La creencia en la meritocracia da lugar a que Infosys sólo contrate al 1,5 por ciento de los candidatos que se ofrecen a la compañía. La indumentaria de Nilekani, para nada versacesca, habla de moderación y frugalidad. Ha creado escuelas de ciencia y tecnología, y un colegio para niños con carencias en Bangalore, que ayudó a más de 30 mil de entre tres años y diez.
Contemporáneamente, según Aministía Internacional, en Uttar Pradesh y Rajastán son continuas las agresiones sexuales contra las mujeres de castas inferiores, particularmente a las dalit o “intocables” y las adivasi, por parte de hombres de castas superiores, como brahamanes o rajputs. En Calcuta y en la República Popular de Bangladesh sucede lo mismo con los mahometanos. Las activistas feministas de la India que se manifiestan contra los abusos que sufren las mujeres y castas inferiores por parte de las castas superiores o de los mahometanos son castigadas físicamente, sus visados les son retirados, e incluso se las asesina. El pago de la dote a la familia del novio –tradición india– implica que familias en una complicada situación económica lleven a cabo el llamado “feticidio de féminas”, o aborto selectivo de las mujeres. Aunque desde 1996 existe una ley que prohíbe las pruebas de determinación de sexo en las ecografías, es letra muerta.
India es uno de los pocos países del mundo en los que la población de mujeres es inferior a la de los hombres (929 mujeres por cada 1.000 hombres), y su esperanza de vida es menor.
En 1984 Maitrayee Mukhopadhyay publicó un libro sobre la mujer y el desarrollo en la India. Durante un viaje promocional, dio una charla en el Centro Paquistaní de Liverpool, con una audiencia casi exclusivamente masculina de originarios de India, Pakistán y Bangladesh. El debate posterior fue como mínimo intrigante y en el peor de los casos insultante. El libro criticaba el modelo indio de desarrollo, por actuar en contra de los intereses de las mujeres, y a la sociedad india por su forma de tratarlas. Los indios, los paquistaníes y los bangladesíes se habían unido, dejando a un lado sus amargas diferencias en el subcontinente, para defender enérgicamente su cultura y su tradición. La autora, en consecuencia, había ofendido a su público, primero por convertirse “en una traidora” para con su propia cultura y plantear dudas sobre la posición de la mujer en la sociedad de la India, y luego por haberlo hecho en un país occidental que ellos consideraban una civilización plagada de mujeres “fáciles” y de familias rotas.
Tan complejo es el entramado cultural que no pasó desapercibida la noticia de que una joven india de Anand, Tulsi Devipujak, se casó con su novio a pesar de que éste había muerto en un accidente. La muchacha consiguió que se realizara el matrimonio ceremonial minutos antes de la cremación del cuerpo. Un oficial de la policía del pueblo lo graficó: “En cuestión de minutos la chica estaba vestida de novia y luego de viuda”. Tampoco el hecho de que Sunny Singh, que viste ropas occidentales, estudió en una universidad extranjera y trabajó para una compañía multinacional, además de hablar lenguas europeas diferentes del inglés, en su calidad de mujer hindú, reivindique el Sati –una práctica tradicional que permite a la viuda inmolarse en la pira funeraria de su marido, prohibida en la India desde hace ciento setenta años–, como su derecho de nacimiento, al que no considera ni erróneo, ni malvado, ni medieval sólo porque determinados blancos así lo determinaron hace cien años.
En este contexto de comportamientos milenarios y de cables de fibra óptica para la transmisión de datos, aparecen experiencias alentadoras. El Banco Shri Mahila SEWA Saharaki se creó en 1974, como una institución independiente formada por mujeres pobres, a iniciativa de 4 mil trabajadoras por cuenta propia. Una acción estratégica consiste en actuar como un instrumento de transferencia de bienes a nombre de las mujeres. Según las estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sólo el 1% del patrimonio mundial está a nombre de mujeres. También en la cuestión del agua potable las mujeres han tomado la iniciativa. Gujarat es un estado seco y en algunas regiones desértico, por lo que la institución ha ayudado a construir instalaciones para el agua, pozos, estanques, bombas de mano, y a gestionarlas mediante sus comités del agua. El banco es propiedad de las trabajadoras, que son las accionistas y tiene una política que decide la junta directiva que ellas eligen. La dirección profesional del banco la realizan gestores cualificados contratados por la junta directiva.
A propósito de la celebración del Día Internacional de la Mujer en España, el 8 de marzo de 2007, una institución invitó a cuatro mujeres vinculadas con el deporte, entre ellas a la tenista Arantxa Sánchez Vicario, hoy empresaria que además tiene ocho niños apadrinados en Senegal y dos en la India. En esa ocasión, Arantxa afirmó que cuando a los diecisiete años jugó en Wimbledon, el tenis femenino era secundario, y que ahora se habían equiparado los premios entre mujeres y hombres. Añadió que la igualdad de género era sólo una cuestión de tiempo. Como se ha podido ver, para las mujeres indias, el “cuánto” no es una cuestión indiferente.
*Ex canciller.