Nadie puede decir que la mujer no haya luchado, protestado, peticionado de manera sostenida en el último siglo por lograr una situación de igualdad frente al hombre en prácticamente todos los espacios que recorre desde que nace: en la casa, el trabajo, la política, etc. Con enormes diferencias de contexto, ya sean regionales, generacionales, culturales, religiosas, la queja es la misma y tiene que ver con la incomodidad de transitar sistemas y estructuras diseñadas desde una perspectiva que empezó a no servirle, de la que quiere salir para, quizás, elegir quedarse. Pero elegirlo. Sin embargo, y a pesar de la enorme presencia de su lamento, los arreglos han sido mínimos. En una encuesta realizada recientemente, por el W20, en el marco del G20, a mujeres con altos niveles de responsabilidad política, corporativa y en organizaciones de la sociedad civil, el 85% considera que los avances en la promoción de ellas a cargos de conducción, en los últimos años, han sido mediocres o nulos.
Podríamos decir que, en la Argentina al menos, los cambios de comportamiento, estructurales o sistémicos son inversamente proporcionales a la intensidad del reclamo. No existe al momento correlación entre el intenso movimiento de superficie y las modificaciones en el proceso profundo de la toma de decisiones respecto al rol de la mujer en los diferentes ámbitos donde se desenvuelve, siendo, cabe mencionar, el Poder Legislativo una maravillosa excepción. La rigidez ante el cambio radica en la voluntad de reorganizar un universo, cuyas consecuencias impactan en el hombre, que es quien, a su vez, tiene que operarlos.
En este sentido, es interesante analizar el discurso que domina la mayoría de los eventos que han surgido en los últimos años sobre la temática. Gran parte de ellos se centra en testimoniales a partir de los cuales mujeres “que llegaron” comparten sus experiencias. Entre ellas, es continua la referencia a la fortuna de haber dado con un “buen marido o compañero” o con un “buen jefe”. La figura de este hombre, casi excepcional, cobra un rol central como driver facilitador y fortuito en el crecimiento profesional. Factor que seguramente actúa en sentido contrario y se convierte en restrictivo para la mayoría de la PEA femenina de nuestro país.
La realidad es que la mayoría de las mujeres, como un no vidente, va tropezando a cada paso con obstáculos de un mundo donde las cosas fueron acomodadas en un orden que la impulsa a un rol que ya no desea. Como un no vidente en espacios desconocidos, va sorteando, torpemente, con mucho esfuerzo, barreras que la detienen en un modelo de mujer que ya no es.
Dentro de la densidad de este contexto, es importante tomar conciencia de que solo las políticas explícitas, institucionales, organizacionales, sistémicas, como por ejemplo el cupo, se encontrarían a la altura de una circunstancia bastante inflexible al cambio y podrían impactar como reordenadores de espacios facilitadores para la integración y progreso de la mujer y para la redefinición también del rol del hombre. Si lo dejamos a la transformación espontánea como problema de índole cultural que es, las modificaciones serán sumamente lentas.
El accionar proactivo, a partir de políticas explícitas como la que el presidente Macri anunció en su discurso de inicio de sesiones, es fundamental para que la mujer deje de tantear con su bastón la próxima dificultad o dependa del buen marido y del buen jefe, para avanzar dentro de un orden que ha dejado de serle propio.
*Politóloga.