Estuve charlando ayer con una gata de esas que tienen el pelaje de tres colores mezclados y brillantes. Es una gata de albañal, pero como todos los gatos, es una reina. Dicen los que saben que fueron los gatos los que crearon el mundo y el linaje de Adán y Eva; y que lo hicieron con el sano y único propósito de tener un lugar cómodo y unos seres (nosotros) que los atendieran para poder ellos y ellas dormir veinte horas al día. Por supuesto. Nada más razonable he oído últimamente y eso que he estado leyendo a un señor que es nada menos que paleoantropólogo. No dice nada de los gatos, sin embargo, y eso me parece un error lamentable. Habla solamente de los, de las, cómo decirlo, de los que estuvieron en este mundo antes que nosotros y que parece que se llevaban con el universo mucho mejor que nosotros. Eran más razonables. Un poco más toscos y más fugaces, pero en armonía con lo que los rodeaba. Sobre todo con los animales. Por suerte hay quienes se acercaron al tema y nos dieron una visión que a muchos y a primera vista puede parecer rara, distinta, sobre los que fueron o los que iban a ser como nosotros. Caramba, he aquí un tropezón en los tiempos verbales. Ustedes disculpen y traten de disimular. Decía que hay quienes han mirado a los animales con otros ojos. Ursula Leguin, por ejemplo, vuelve sobre lo que decía el muy serio señor paleoantropólogo y sostiene que ellos, no los animales aunque sí los raros ejemplares que caminaban en dos patas y emitían sonidos especiales ante el mundo, vivían mucho más en contacto, casi diría que inmersos, en el mundo que contenía además a los otros animales y que daba lugar a relaciones muy cambiantes según fueran las especias con las que se topaban. Griselda Gambaro escribe un libro sobre los animales y las jirafas que nos dan qué pensar cuando ella, la autora, nos las da con esa precisión y desde esa tristeza que se transparenta a través de la pared que nos separa. Viviendo como vivimos ustedes, yo y mucha otra gente, en las ciudades, hay cosas que nos perdemos. Pero bueno, no podemos vivir en un zoológico. De paso, odio los zoológicos. No de buena que soy sino porque me da miedo esa media muerte que es la presidida por zoológicos, embalsamadores, toreros y cazadores y alguna otra raza de parecida laya e intenciones. Volvamos a los gatos, que son tipos tan interesantes. Tal vez sea cierto que ellos crearon el mundo. Me parece que debe haber sido la primera vez que hacían semejante cosa, porque no descarto que haya otros mundos más perfectos que el nuestro, fruto de la experiencia que tuvieron con éste. Hay que confesar que lograron en parte sus propósitos, eso de dormir veinte horas diarias y de que estos otros animales imperfectos y muchas veces estúpidos les den abrigo, casa y comida; libertad para salir de noche a pasear, abrigo en invierno y el ancho panorama del tercero a partir del sol para sentirse a sus anchas cuando llega la primavera. Es cierto, hay otros animales que están más cerca de nosotros que los gatos, porque los reyes mantienen siempre una distancia protocolar y saludable con sus súbditos. Pero ¿puede alguien imaginarse que los caballos hayan creado el mundo? ¿O los perros? Sí, ya sé, los amantes de los perros me van a saltar a la yugular pero es que no estoy hablando mal de ellos, simplemente me parece difícil que se les haya ocurrido esto de poner un mundo entre la miríada de mundos que andaba por ahí. Terminemos entonces con el recuerdo de Chesterton: ¿adónde escondería un cadáver un hombre sabio? ¿Adónde escondería un gato su mundo ideal?