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Murió Julio Strassera | La democracia está triste

La decana de la Facultad de Derecho (UBA) despidió con profundo dolor a quien fuera profesor de derecho penal y fiscal del histórico juicio a las juntas.

Julio César Strassera falleció a los 81 años.
| DyN

La democracia está triste. Julio César Strassera falleció el viernes 27 de febrero, a los 81 años. Como muchos, Julio tuvo varios perfiles. Fue joven y buen mozo, fue mayor y mantuvo la “pinta”. Fue marido, padre y abuelo. Fue abogado, fiscal y abogado nuevamente. Fue profesor de derecho penal en la UBA. Fue un porteño convencido. Fue un activista político importante, opinador sin claroscuros, siempre frontal, cada vez más frontal con los años. Fue muchas otras cosas más, de las que Marisa y Julián dan testimonio, también lo hubiera dado Carolina, de no haber partido tan temprano. Sin embargo, para la mayoría de los argentinos y de los cuidadosos seguidores de la transición argentina, Julio fue el Fiscal del Juicio a las Juntas. Él pronunció ese Nunca Más del que los argentinos empezamos a apoderarnos con la CONADEP y que hicimos definitivamente nuestro el último día de la audiencia del juicio a los ex-comandantes.

Si el Nunca Más es su frase más famosa, hubieron otras igual de importantes en su alegato ante la Cámara Federal que integraban Carlos Arslanián, Andrés D’Alessio, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma, Jorge Torlasco y Jorge Valerga Araoz. En definitiva, Julio hablaba en nombre todo el pueblo argentino. Se trataba de recuperar dignidad, de construir democracia, de hacerla saludable y fuerte, y para ello era necesario saber hacer distinciones, reconocer lo importante, fortalecer la república y las instituciones.

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Así, en la acusación que él y Luis Moreno Ocampo formularon, pudo subrayar que “razones técnicas y fácticas tales como la ausencia de un tipo penal específico en nuestro derecho interno que describa acabadamente esta forma de delincuencia que hoy se enjuicia aquí y la imposibilidad de considerar uno por uno los miles de casos individuales, me han determinado a exhibir, a lo largo de diecisiete dramáticas semanas de audiencia, tan sólo 709 casos que no agotan, por cierto, el escalofriante número de víctimas que ocasionó, lo que podríamos calificar como el mayor genocidio que registra la joven historia de nuestro país. Pero no estoy solo en esta empresa. Me acompañan en el reclamo más de nueve mil desaparecidos que han dejado, a través de las voces de aquellos que tuvieron la suerte de volver de las sombras, su mudo pero no por ello menos elocuente testimonio acusador. Empero, ellos serán mucho más generosos que sus verdugos, pues no exigirán tan sólo el castigo de los delitos cometidos en su perjuicio. Abogarán, en cambio, para que ese ineludible acto de justicia sirva también para condenar el uso de la violencia como instrumento político, venga ella de donde viniere; para desterrar la idea de que existen `muertes buenas´ y `muertes malas´, según sea bueno o malo el que las cause o el que las sufra”.

Este año se cumplen treinta años de esa sentencia. Gracias Julio! Ya te estamos extrañando.

Mónica Pinto (*) Decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires