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tenía 92 años

Murió Pietro Citati, crítico y biógrafo de grandes escritores

Pocos escritores más versátiles que Citati: como crítico literario era capaz de atravesar las épocas, los géneros, los autores más heterogéneos, desde la época del clacisismo greco-romano hasta los grandes monstruos sagrados de los siglos XVIII, XIX y XX, como Goethe, Tolstoi, Kafka, Proust o Katherine Mansfield. Su especialidad fueron las biografías de grandes escritores. Finísimo intérprete de los autores de los que se ocupaba, era capaz de conjugar el rigor filológico con la aguda introspección psicológica. Pocas veces como en esta ocasión se puede hablar de una “pérdida irreparable”.

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Citati. El autor falleció el jueves pasado, el mismo día en que, un año atrás, falleció su editor, Roberto Calasso. Fue uno de quienes ayudaron a instalar a Carlo Emilio Gadda como el maestro que hoy es. | cedoc

“Un año sin Roberto Calasso, un día sin Pietro Citati”. El pasado jueves, en el aniversario de la muerte del editor milanés, falleció uno de los pilares del catálogo de Adelphi, Citati. La observación pertenece a Paolo Soraci en today.it. Y esto enfrenta a los lectores con la noción de pérdida de iluminación, que es lo que el crítico y escritor italiano señaló en toda su obra. Además, fue el responsable de la reconstrucción cultural europea luego de la Segunda Guerra Mundial. Una tarea casi imposible, pero que en los libros dejó su huella. De hecho, a él pertenece un título de carácter literario universal y que es la frustración futura de los nuevos escritores (si acaso advienen): La enfermedad del infinito (2008), serie de retratos de intelectuales de la literatura al cine, desde principios del siglo XX hasta los que fueron sus amigos. Semblanza y rastro. Biografía y estilo.

En La paloma apuñalada. Proust y la Recherche, Norma (2000), Citati deja su huella conceptual sobre qué es la crítica literaria: “Prestaba poca atención a su yo, no velaba por su propia persona; y si pensaba en sí mismo creía que no tenía talento. Carecía totalmente de amor propio, no tenía consciencia de sí y siempre repetía la frase de Pascal: ‘Mi yo me resulta odioso’ (…) ¿Quién era entonces este hombre sin amor propio, sin voluntad, sin yo? Proust no era un yo, sino un lugar y este lugar era un profundo y oscuro pozo ciego. Tenía que vivir hasta el fin la propia condición de pozo, conteniendo dentro de sí todas las sensaciones, los perfumes, los sabores, las visiones, los sonidos, los sentimientos que recorren el universo.”

Pero la singularidad de un escritor adquiere dimensión humanista en su Kafka, publicada en 2012 por Acantilado, y que perdura como marco de referencia magistral: “Sentía que era indistinto, que no tenía contornos, que se disolvía en la atmósfera. Si sufría de irrealidad, sólo tenía un camino ante sí para existir. Debía fingir, representar siempre nuevos personajes y papeles en el gran teatro del mundo: poner en escena incluso el papel del hombre que reza, porque sólo actuando podía entrar en relación con la trascendencia. Pero a la postre, toda actuación era inútil. No tenía más que un deseo. Huir, irse volando.”

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Cuando reconstruye la relación intelectual con sus contemporáneos, al respecto de Federico Fellini subraya en una entrevista: “Hablamos de todo: literatura, rara vez cine, anécdotas, recuerdos, personas, misterios, demonios, religiones, vida, muerte, incluso los dioses o Dios. Libros, parecía que nadie vivía, como él, en un libro: si hablaba de las personas, las escuchaba, las descomponía, conocía todos los resortes que las hacían actuar; y sobre cualquier cosa dejaba caer su luz apacible, perezosa y caprichosa. Una inteligencia suave, rápida, colorida, sin patrones ni presupuestos, lista para transformarse en el destello de una ola o la sombra de una nube rosa. Entendía todo sobre la marcha: incluso lo que yo aún no había pensado”.

La crítica literaria, sin dudas, es un diálogo con la memoria de la lectura, la anotación de la anotación, la cita y relectura, que en su caso ocurría por fuera de la tecnología, a mano, sobre papel. Pero de esta orfebrería también está la biografía del biógrafo, al fin su oficio. Nació en Florencia el 9 de febrero de 1930 en una familia siciliana de origen noble. Infancia y adolescencia transcurren en Turín, educándose en el liceo Massimo d’Azeglio. Tras el bombardeo de Turín en 1942, la familia se radica en Liguria. En 1951 obtiene el título en Literatura Moderna de la Universidad de Pisa (Scuola Normale Superiore). 

Como crítico literario se inicia en revistas como Il Punto (junto a Pier Paolo Pasolini), L’Approdo y Paragone. Fue codirector de la Fundación Lorenzo Valla, donde publicó la serie de Escritores griegos y latinos, y para la que tradujo la Vita Antonii de Atanasio. A lo largo de su extensa carrera colboró en los diarios Il Giorno, Corriere della Sera y La Repubblica. Defensor de la obra de Carlo Emilio Gadda, también mantuvo una estrecha amistad con Pier Paolo Pasolini e Italo Calvino. Entre sus biografiados y/o analizados de manera crítica, además de los ya citados, se destacan: Alejandro Magno, Leopardi, Goethe (premio Viareggio 1970) y Tolstoi (premio Strega 1984).

Citati minimizaba los premios literarios y las novelas de Eco; también señalaba la mediocridad de la literatura contemporánea. Algo que la ansiedad mercantil ha sabido construir sobre tahúres de obra escasa, cuya trascendencia cultural es cierta idolatría vacía de entidad, cuestión que sabe imitar con fervor la realidad política argentina.