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Muro

Hace 20 años que cayó el Muro. Alemania se presta a celebrar. Digo celebrar por decir algo. En todo caso, me sumo a la inquietud de mis colegas en el teatro Schaubühne; me han comisionado (una palabra que acá no existe) una obra sobre ¿qué? ¿La caída del Muro? ¿El fin de las ideologías? ¿De cuáles?

Rafaelspregelburd150
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Hace 20 años que cayó el Muro. Alemania se presta a celebrar. Digo celebrar por decir algo. En todo caso, me sumo a la inquietud de mis colegas en el teatro Schaubühne; me han comisionado (una palabra que acá no existe) una obra sobre ¿qué? ¿La caída del Muro? ¿El fin de las ideologías? ¿De cuáles?
La caída del Muro corporizó en una imagen de derrumbe (concreta y analógica) la historia, no de uno, sino de dos fracasos enormes, dos macrosistemas que, en la cercanía borrosa de la breve historia, se han llamado (casi por error u omisión) “capitalismo” y “comunismo”. Dos falsas oposiciones que caen como pájaros heridos. Por un lado, al este, la ilusión de un sistema social más justo legitimado por un gobierno que represente al proletariado (algo que todavía no ha tenido lugar). Y por otro lado, al oeste, la broma más grotesca del mundo occidental: que las leyes del mercado te harán libre. Markt macht frei!
El teatro (o al menos la Schaubühne) decide revisar internacionalmente este derrumbe. ¿Por qué no? Si los historiadores, los periodistas, los sociólogos lo han hecho, y casi siempre con dudosos resultados, ¿por qué no el teatro, que usa extrañas herramientas para decir lo indecible, para configurar lo impreciso y ponerlo en acciones?
Me daban un año para esta comisión; mi tiempo se agotó mientras me dedicaba a otras argentinas cosas y hoy sólo puedo ofrecerles modestos balbuceos. Les he pedido que lo miren desde nuestra pampa perspectiva: seré paranoico, pero yo interpreto esta comisión un poco así: “Dime, extranjero, ¿qué ocurría en tu país remoto mientras en Berlín se caía el Muro?”. El primer acto reflejo es el de revertir orgullosamente la pregunta: si mi país fuera centro, y no periferia (es decir, si pudiera pagarles una platita), yo me atrevería a pedirles a mis amigos alemanes algo igual de audaz: ¿qué pasaba en tu más remota Alemania mientras mi país se despedazaba en especulación financiera, en hiperinflación, en corrupción mercantil? ¿Qué ocurría con tu pueblo mientras la Argentina se transformaba en el laboratorio neoliberal del mundo occidental, y –como un triste atolón para experimentos atómicos– se probaban aquí las fórmulas que 20 años después habrían de evidenciar los límites siniestros del mundo capitalista?
Pero no somos centro; somos apenas el imaginario salvaje de ese otro centro, de un mundo organizado, productor de categorías cerradas, que se ha reservado un hemisferio al sur de todo donde las grandes ideas (si las hay) sean expresadas en lenguas desconocidas y marginales. Bah, mágicas.
Acepté el desafío, pero les sugerí que no esperaran otra cosa que fricción. Puesto que el teatro de por aquí guarda una extraña relación con las ideas, acordamos que cualquier pregunta sobre ideología entraña una estrecha relación con el concepto de pueblo. ¿Qué es lo que –en un determinado momento-– se convierte en la “identidad” de un pueblo? ¿Y qué les hace la Historia a los pueblos? ¿Creemos que nuestra identidad es casual? Todos pertenecemos a un pueblo que es un poco distinto de otros: tanto ellos como nosotros somos una solidaridad compartida ante el espanto de cada uno de nuestros derrumbes colectivos.
En fin; piden teatro, es decir que respondo pocas de estas preguntas. Nadie que busque las respuestas iría a un sitio tan poco serio y con butacas tan incómodas. Pero, en todo caso, si la Historia es un “proceso sin sujeto”, ¿qué hacen los sujetos con su experiencia personal? ¿Dónde la guardan? Tal vez en eso que hemos dado en pensar –quizá equivocadamente– como ficciones.