No suelo seguir la entrega de los Premios Golden Globe porque las series que yo miro rara vez aparecen en las nominaciones y las que se premian suelen ser ficciones que yo jamás vería (Homeland, Mad Men, House of Cards: pesadillas que prefiero evitar).
Este año, sin embargo, hubo dos sutiles presencias que cambiaron mi habitual humor sarcástico en relación con esos premios que, como el presentador Ricky Gervais subrayó, siempre imaginé comprados (por la cadena Fox, si eso fuera cierto, que los recibe como si fueran una lluvia de casualidades).
Estaban nominadas Flesh and Bones (una miniserie deliciosa sobre el mundo de la danza) y Mozart in the Jungle (una serie deliciosa sobre el mundo de la música clásica). La primera no ganó nada, la segunda (claro, la emite Fox) ganó dos premios, incluido el premio a mejor actor para Gael García Bernal, quien desempeña a un geniecillo mexicano de la dirección orquestal que desbarata un poco el armónico mundo de los patrocinadores y los directores de teatro, de los ricachones neoyorquinos y los sindicatos de músicos. La segunda temporada de Mozart in the Jungle (que ya va por el décimo capítulo) es mucho mejor que la primera: Mozart ya no aparece tanto como interlocutor imaginario del Maestro Rodrigo y una “gira latinoamericana” de la orquesta neoyorquina permitió, incluso, capítulos enteramente hablados en castellano. Como en la temporada anterior, no hay conflictos estrafalarios ni trascendentales combates entre el Bien y el Mal. Se trata solamente de llevar adelante una orquesta, con todas las pequeñas miserias que eso implica, mientras suenan los más selectos fragmentos de música clásica (incluso: más clásica que la que estaríamos dispuestos a escuchar).
Flesh and Bones es más sombría y focaliza su atención en la meteórica carrera de una ballerina (es como si se tratara de un Cisne negro mejor hecho). No revelo el secreto del drama de la protagonista, pero en los últimos capítulos se sabe que incluye una cuota de incesto.
Las dos series están extraordinariamente bien narradas y todas sus partes se acomodan a un ritmo fluido. Sus pormenores no necesitan de excesivo dramatismo: un violinista con la casa hipotecada que finge que le robaron su instrumento para poder cobrar el seguro, o una bailarina cuya salud se quebranta por culpa de las dietas excesivas. Relatos puros y encantadores de mundos precarios y en vías de extinción.