De un equipo como Boca se habla toda la semana. Hablamos los periodistas –demasiado, cada vez más en cantidad y menos en calidad–, habla el entrenador, hablan los jugadores y hablan los hinchas. En estos días, curiosamente, los que casi no hablan públicamente son los dirigentes. Sin embargo, aunque gastemos palabras y saliva las 168 horas de esa semana, nada grafica mejor el cuadro de situación que los escasos 90 minutos del partido.
A veces los entrenadores quieren explicar lo inexplicable y contarnos un partido que nunca se jugó. Afortunadamente, si es cierto que los jueces hablan a través de sus fallos –salvo Oyarbide, claro, habría que convenir que los entrenadores hablan a través de lo que hace un equipo durante el juego. A menos de tres meses de asumir el cargo, me animo a decir que no es para nada bueno el vocero que tiene Falcioni.
Boca juega muy mal al fútbol. O quizás haya que decir que si algo no hace es, precisamente, jugar al fútbol. Para colmo, el sacudón de la goleada mendocina del debut fue tan violento que terminaron borrando de la memoria hasta la parte buena de la pesadilla: aquella noche de la Bombonera, Boca creo más y mejores situaciones de gol que sumados los cuatro partidos que le sucedieron. Si no fuera porque las defecciones individuales de aquel encuentro fueron devastadoras –García, Somoza, Clemente, Battaglia, Palermo, cada uno en su rubro-, hasta les diría que Boca jugó ante Godoy Cruz mejor que ante sus demás rivales.
San Lorenzo, que a esta hora es uno de los punteros del torneo, no empezó teniéndolas todas a su favor. Quiero decir que, aun cuando hay una paternidad de por medio –más para las hinchadas que para la coyuntura de un partido–, aun cuando cada vez que le toca jugar contra Boca al Pelado Díaz le aflora más que nunca el instinto del técnico capaz de ganar cualquier partido con cualquier equipo, el Ciclón no llegó al Bajo Flores como el gran favorito.
De eso se encargó, fundamentalmente, Boca. Porque el equipo de Falcioni no gana con pelota detenida pero lo lastiman de ese modo en su área. Porque las pocas veces que consigue amenazar al rival define como la mona pero su arco se siente vulnerable hasta cuando no le anotan. Porque es incapaz de hacer cuatro pases seguidos pero no consigue romper los circuitos de circulación del rival, aunque ese rival mueva la pelota sin vivacidad, esterilmente. Por desmérito de Boca, San Lorenzo mereció ganar. No mucho más que eso. Porque antes y después de cualquier análisis, el partido en si fue una auténtica porquería. Exagero. Creo que por un rato me olvide de cómo suelen jugar San Lorenzo y Boca. Y no lo hacen sustancialmente mejor que anoche. Así como la noticia sería ver al Barcelona jugando mal al fútbol, aquí la noticia sería ver a estos equipos jugando bien al mismo deporte.
Por cierto, para Ramon Díaz la semana y el escenario saben a miel. Todos sabemos que esto puede durar poco cuando ganar, empatar o perder no suele ser la consecuencia sino una circunstancia.
Pero nadie duda de que podrá preparar los próximos partidos desde una plataforma mucho más agradable que la de su colega de la Ribera.
Del otro lado… qué decir. Será una semana en la que, nuevamente, se meterá a Falcioni en la picadora de carne. Es la desmesura que acompaña a todo aquel que se anima a dirigir a uno de los equipos más importantes del país y parece que cada decisión que toma es la equivocada.
Se hablará de Riquelme, claro. De la ausencia de Battaglia, de una responsabilidad que García no tuvo en el tremendo golazo de Torres. Y también se hablará de la continuidad de Julio César. Así somos los periodistas. Los mismos que nos negamos a analizar qué fútbol pretende el entrenador –habitualmente, porque no sabemos como hacerlo– haremos base en la implacabilidad de los números. Números que, por cierto, tampoco supimos leer cuando Falcioni llegó a Boca. Desde el día en que se consagró campeón con Banfield –perdió 0-2 ante Boca, justamente– hasta hoy, arrastra 14 victorias, 14 empates y 14 derrotas. Demasiado poco para alguien a quien, injustamente, se lo ubica entre los beneméritos y relativos “sacapuntos”. Es más: supongo que los dirigentes de Boca se habrán quedado con aquellos números del Apertura 2009 a la hora de decidir la sucesión de Borghi. Lo mismo que hicieron cuando sentaron en la silla eléctrica al Bichi campeón con Argentinos.
En el medio, aunque deberían estar en primer plano, los jugadores. Boca tiene un buen plantel. Muy superior al equipo que terminan formando. Pero la borrachera cuasi menemista que embadurnó a su gente desde los tiempos de Bianchi, y cuyo auténtico suceso se extinguió hace cinco años cuando Basile se fue al seleccionado y llegó La Volpe, le está costando demasiado caro. Tan caro que hoy da la impresión de que ni siquiera con la depuración de históricos en tiempo de homenaje basta para rectificar el rumbo. Podrá ganar partidos. Pero jugando así, dudo que vayan a ser demasiados.
En definitiva, lo que uno registra después de cinco fechas de Boca en el campeonato es que los torneos de verano son, apenas, algo más interesante que ir al teatro a ver a Ricardo Fort. Que San Lorenzo es un Rastrojero vetusto al que, de tanto en tanto, lo tunean y parece ponerse en marcha. Que el hincha boquense ya sabe que, cuando se habla del cabaret ya no se hace referencia a un equipo que ni siquiera de eso tiene algo, sino a un establecimiento cuyos jueves están reservados para que la peor lacra de nuestra sociedad futbolera resuelva sus asuntos entre testigos ciegos, sordos y mudos y dueños habitués de la barra que, de pronto, saben poco y nada sobre ellos.
Y que, a la hora de proponer, debí haberme ofrecido para escribir sobre Del Potro en Indian Wells.