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Nadie piensa en el futuro

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Tras el serio apagón, Alberto Fernández, fue el único oportunista político que despotricó contra el gobierno macrista, que estaba shockeado por la oscuridad en todo el país y parte de los vecinos.

Si bien el pacto de caballeros ha desaparecido hace tiempo, Fernández se olvidó de la antigua y respetable sentencia (“no hay que patear al árbol caído”). Gritó “hay que devolver la luz a la casa de los argentinos”. Y “millones de argentinos, que han debido pagar sumas siderales en tarifas con las que se benefician  los amigos del poder, aún esperan que la energía vuelva a sus hogares”.  Ni siquiera intentó enterarse de lo que pasó. No llamó a Yacyretá ni a Salto Grande. Ni a los responsables de la Secretaría de Energía. Todo lo pensó en términos de oportunismo.

Fernández se ha olvidado que durante la gestión de su vicepresidenta Cristina Fernández  las tarifas populistas llevaron a la red energética a una situación colapsante. Era tal el deterioro por el ocultamiento de la realidad por parte del gobierno que un año antes de diciembre de 2015 tanto Edenor como Edesur sacaron un comunicado señalando que a falta de correcciones, en estado de quiebra, estaban dispuestos a entregar las empresas al gobierno para que las conduzca. Y los apagones se sucedían mes a mes y duraban mucho tiempo. Los ciudadanos ocupaban cruces de calles importantes  de sus barrios y hacían hogueras con guardias que se turnaban día y noche, como única protesta. Aquello fue un desastre. Alberto Fernández, que representa al kirchnerismo, debería tener mejor memoria. Los que él representa son los verdaderos culpables de las posteriores desgracias, como el brutal aumento de las tarifas eléctricas para que las empresas proveedoras vuelvan a empezar.

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Tampoco tiene equilibrio emocional Alberto Fernández en la construcción de la fórmula que integra. Profesor en la Facultad de Derecho -se supone- ha derivado en uno o en dos barrabravas las respuestas a quienes lo critican en Twitter. Los matones responden con insultos de bajo fondo, de esos que se escuchan en la canchas de fútbol, o en las manifestaciones políticas, o cuando se enfrentan un grupo de adolescentes en barrios periféricos.

Desde que se conocen sus nombres, los candidatos a ocupar la presidencia de la nación no han comentado nada sobre cómo resolver el futuro que se nos viene encima. No hay planes de gobierno. ¿Cómo se resolverá la deuda externa que vence entre 2020 y 2021 de casi 100 mil millones de dólares? En caso de que Cambiemos no llegue a la Casa Rosada ¿queda alguien para negociar con el FMI y plantear nuevas emergencias financieras de corto plazo? De todos los que están en la palestra es Roberto Lavagna, con su larga experiencia en el trato con los señores de las finanzas, el único capacitado para dialogar y refinanciar. ¿ Pero lo apoyan suficientes votos para hacerle frente a esta crisis que es un fuego que no se apaga fácilmente?

¿Son conscientes los candidatos que para frenar la inflación se requieren estrategias cuya aplicación llevan 10 años, siempre y cuando se las respete, cualquiera fuera el gobierno de turno ?. ¿Que se hará con el torrente de bonos? ¿Qué papel tendrá el Banco Central? Ninguno de estos problemas se soluciona con optimismo, como prometió Mauricio Macri en 2015, sino con trabajo diario, en alianza con otros partidos y con la decisión de acabar con este dilema que se arrastra desde la segunda presidencia de Juan Perón. Usando el lenguaje de Winston Churchill, pueden venir tiempos de “sudor y lágrimas”.

Además está el mundo, cada día más tenso y cambiante por las guerras comerciales. Por supuesto que una solución para conseguir fondos es lograr mejor nivel de exportaciones. Eso, empero,  necesita estrategia, conocimiento profundo de las necesidades mundiales y una estructura cerealera-industrial que sostenga la búsqueda de nuevos mercados. Esa estructura está descuidada e ignorada, por el momento.

*Escritor y periodista.