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dividir y reprimir, el nuevo capitulo de la estrategia oficial

Nafta al fuego

El Gobierno decretó el fin del conflicto. Cree que ganó la partida. Le puso punto final y dio vuelta la página. Nada por aquí, nada por allá. Chicanearon a Raúl Alfonsín con ese tema, pero piensan o nos quieren hacer pensar que la casa está en orden y feliz Día del Padre. Hay un solo problema: el conflicto sigue.

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El Gobierno decretó el fin del conflicto. Cree que ganó la partida. Le puso punto final y dio vuelta la página. Nada por aquí, nada por allá. Chicanearon a Raúl Alfonsín con ese tema, pero piensan o nos quieren hacer pensar que la casa está en orden y feliz Día del Padre. Hay un solo problema: el conflicto sigue. Está mas vivito y coleando que nunca, y va de mal en peor. Esto certifica que la realidad es aún más tozuda que el matrimonio Kirchner y que se niega a ser modificada a golpes de efecto, operaciones mediáticas y voluntarismo puro.

La gravedad de los problemas del país real fue creciendo al compás de la falta de acción concreta para resolverlos. El gobierno de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner no se quedó paralizado, pero sus decisiones administrativas y políticas merodearon los inconvenientes y nunca fueron al centro neurálgico que originó esta inédita crisis de 95 días. Por pánico a perder autoridad y poder, lo único que lograron fue perder autoridad y poder. Los Kirchner más Carlos Zannini, Alberto Fernández y –a veces– Julio De Vido toman decisiones sobre una mesa de arena donde mueven bien sus fichas en la teoría: en la práctica cotidiana, tienen eficacia cero. Son conscientes de que deben recuperar la iniciativa. Sacaron de la galera una movida táctica inteligente (como lo fue el anuncio de la construcción de hospitales, escuelas y caminos con el dinero extra de la soja), pero sus efectos duraron apenas 48 horas.

El objetivo fue eliminar varios argumentos de la protesta del campo. Los anuncios de Ricardo Jaime y Aníbal Fernández de ayer se parecen demasiado a manotazos de ahogados que multiplican la angustia y la incertidumbre. Todo muy bien pensado en el laboratorio de Olivos, pero intrascendente para resolver la crisis.

Hay una debilidad de origen que tienen tanto Néstor como Cristina K. No escuchan. Desconfían de casi todo el mundo y en cada mirada distinta ven un conspirador atrincherado. Eso los aleja de la realidad. Su estilo de conducción está basado en una mesa demasiado chica y en un contacto casi nulo con dirigentes que pueden aportar diversidad de pensamiento. El presidente del PJK, casi como una formalidad, se estuvo reuniendo con las autoridades partidarias, los gobernadores o intendentes. Pero en lugar de sentarse y decir: “Bueno, muchachos, ¿qué pasa en sus distritos?”, se dedicó a arengarlos.

Ya se sabe que cuando se habla no se puede escuchar. Por eso pasa lo que pasa. Por eso muchas de las jugadas del Gobierno y del partido quedan pedaleando en el aire. No tienen anclaje en lo cotidiano. Suponen en forma infantil que cada movida microscópica que hacen transforma de inmediato esa parte de la realidad. Gastan montañas de energía en chiquitajes mezquinos que están muy lejos de aportar soluciones a las dificultades más serias y estructurales.

Esa apuesta a prolongar eternamente el conflicto para debilitar y poner de rodillas a la Comisión de Enlace ha tenido resultados devastadores para el Gobierno y para todos los habitantes. Es probable que en algún momento se quiebre esa frágil unidad y Coninagro y/o la Sociedad Rural se retiren de la mesa. Cada vez les cuesta más ponerse de acuerdo. Nadie puede descartar que las bases en las rutas y los autoconvocados respondan cada vez menos a los dirigentes de las entidades. Pero el remedio de Néstor Kirchner resultó peor que la enfermedad.

En todo conflicto, siempre es mejor tener pocos interlocutores válidos con los que poder negociar y llegar a acuerdos. Esmerilar a los dirigentes orgánicos equivale a horizontalizar el reclamo, multiplicar la indisciplina y atomizar las decisiones. Creció la anarquía. “No tenemos con quién hablar”, dicen desde la Casa Rosada. “Kirchner lo hizo”, les contestan los del campo. Los dueños de los camiones tienen una lógica de combate de-sesperado. Están acostumbrados a tomar decisiones y a manejar solos por las rutas. Son individualistas e inorgánicos por definición. Son incontrolables. Lo único que los va a sacar a todos de las rutas es un llamado para que carguen granos y vuelvan a trabajar. Y la única forma de que carguen granos es que el Gobierno se siente con los dirigentes del campo y encuentren juntos una propuesta que vuelva a entusiasmar productiva y económicamente a los ruralistas.
Todo lo demás es cháchara. Pulseada política, fulbito para los medios.

La situación está en su punto de mayor peligro. Cualquier chispa puede encender una tragedia en las rutas, en los pueblos, en una góndola de un supermercado semivacía o en una estación de servicio donde se hacen colas por unos litros de combustible. Gran parte del país está colapsado. Aunque los Kirchner se nieguen a verlo.

El intendente de Rosario, Miguel Lifschitz, fue contundente: “Vamos al precipicio, nadie pone el freno y los riesgos, además de económicos, son institucionales por la fragmentación social que se está produciendo”.

Cada vez hay menos tiempo para buscar atajos. Iniciativas que hace dos meses sonaban razonables hoy parecen caricaturas. No se aceptó ni siquiera la gestión de buenos oficios de los gobernadores, la Iglesia o el Defensor del Pueblo. ¿Quién puede creer que ahora Hugo Moyano, Ricardo Jaime y Julio De Vido hagan alguna maniobra que solucione definitivamente el conflicto?

Apenas un sector de los transportistas accedió a levantar los cortes y eso sólo alcanzó para desplazar del centro de las negociaciones a un fatigado Alberto Fernández.

El Gobierno debe abandonar en forma urgente el autoaislamiento. Puede seguir peleándose con Cecilia Pando o con Carlos Menem, si eso calma sus culpas, pero ya no tiene más espacio para enfrentar a los que hasta hace minutos eran “del palo”, como Juan Schiaretti, José Manuel de la Sota, Carlos Reutemann o Jorge Busti, quienes representan a cientos de intendentes que ganaron con amplitud en sus pueblos con la boleta de Cristina. Hoy los necesitan más que nunca y por eso es un suicidio que los Kirchner maltraten gratuitamente a dirigentes como Hermes Binner. El gobernador de Santa Fe es casi el emblema de la prudencia. Se puso del lado del campo con moderación e hizo propuestas muy serias para salir del pantano. Sin embargo, los Kirchner no dejaron maldad por hacerle. Siguieron al pie de la letra el “Manual para humillar amigos” que siempre tienen a mano. Porque Binner fue y tal vez siga siendo un político predispuesto a acordar o a confrontar lo menos posible. De hecho, en un momento fue una estrella de la abortada transversalidad. Esta semana le tiraron zancadillas infantiles. Lo trataron con distancia y frialdad. Binner contestó institucionalmente. Recordó que la coparticipacion bajó y que –encima– la Nación le debe mil millones de pesos por distintos rubros.

¿Está el oficialismo en condiciones de sacarse de encima a los empujones a alguien como Binner? ¿Nadie piensa en el Gobierno que les conviene rodearse de gente honesta, aunque no se subordine al verticalismo de Néstor? ¿No registran el deterioro político brutal que aparece en la superficie y el que está todavía oculto pero que es mas grande aún? ¿No se dan cuenta de que tuvieron que ponerse de rodillas ante Reutemann para evitar el papelón electoral interno que se le venía encima a la dupla Néstor Kirchner- Agustín Rossi? ¿Alguien se atreve a hacerse estas preguntas delante del matrimonio presidencial?

¿Cuál es la lógica de Néstor Kirchner a esta hora? Se siente cabeza de una epopeya antigolpista y se despacha con frases como: “Si hay que morir prefiero morir abrazado a mis ideas”; o: “No quiero ser presidente de un partido claudicante frente a las bayonetas de los medios”; o: “No me interesa perder las elecciones”. En lo aritmético ya hizo cálculos que lo calman un poco. Confía mantener el control del Congreso entre los diputados y senadores que renuevan sus bancas y los que podrían entrar por la oposición en 2009, aun con un voto castigo muy fuerte. En cambio, para los legisladores, intentendes y gobernadores que pusieron la cara para los cachetazos del campo la cuenta a pagar será mucho más abultada.
Hay distritos grandes como Santa Fe o Córdoba donde el oficialismo casi se quedó sin referentes. Encima, en la Capital Federal, todo indica que el kirchnerismo seguirá transitando el desierto. Y en la Provincia de Buenos Aires, los rechazos que produjo el conflicto con el campo en las clases medias rurales ahora podrían fomentar un choque de planetas entre dos supercandidatos: Néstor Kirchner vs. Eduardo Duhalde.

Genera angustia y tristeza comprobar las convulsiones que está sufriendo la Argentina cuando se podrían haber evitado apenas con sentido común y sin autismo autoritario.

¿Qué va a pasar ahora?, es la consulta temerosa más escuchada. Nadie lo sabe muy bien. Hay demasiadas variables imprevisibles y algunas directamente fuera de control. El Gobierno preparó el terreno legal y a las fuerzas de seguridad para reprimir los cortes de los camioneros al estilo de José Luis Rodríguez Zapatero. Alerta roja: las condiciones son muy distintas. El kirchnerismo fue tolerante con todo tipo de piquetes para evitar cualquier muerto a manos de la Policía argentina que no es la española. Los fantasmas de Kosteki y Santillán o el de Carlos Fuentealba actúan como conciencia crítica. Esa actitud pacificadora fue muy positiva, pero tuvo un subproducto no buscado muy negativo: se instaló la cultura del piquete por cualquier cosa. La primera reacción de cualquier grupo social enojado es cortar una calle o una ruta. Ahora se hace muy difícil explicar ante la opinión pública y la historia que impedir el tránsito por la fuerza es un delito más allá de quién lo haga. ¿Cómo afrontar este problema sin discriminar entre cortes buenos que deben aplaudirse y malos que deben reprimirse? La única solución sustentable en el tiempo es un acuerdo multisectorial y multipartidario para trazar una raya y, de aquí en más, restablecer la vigencia absoluta de la ley. Proclamar que la emergencia que obligó a ser muy respetuosos con los piquetes de los desocupados ya fue superada y comenzar a fomentar la cultura del respeto a las normas. Sería bueno para los Kirchner y para los gobernadores y para todos los ciudadanos democráticos. Sería un aporte al mejoramiento de la calidad de las instituciones republicanas. Tal vez ese camino de pluralismo en la consulta y de respeto en la acción pueda modificar algunas realidades y transformar algunas injusticias.

Para empezar, el Gobierno debería reformularse en su Gabinete y en sus concepciones. Si el lugar común de Perón diciendo que la única verdad es la realidad no los satisface, podrían quitarle retórica y hacer efectivo lo que siempre repite el mismísimo Néstor Kirchner: “Se trata de sintetizar en una verdad colectiva las verdades relativas de todos”.