A diferencia de muchos habitantes vivos del planeta que se desplazan en cuatro patas el hombre puede negar la realidad. Ocurrió en los años previos al 2001, cuando en la Argentina y en gran parte del mundo se sabía que la convertibilidad del peso estaba herida de muerte y se encaminaba a la tumba, pese a lo cual el gobierno de la Alianza siguió aferrada a esa ficción, con el beneplácito de gran parte de la población. Hasta que todo explotó. Algo parecido pasa en Europa.
Todos los europeos creían que la buena vida era para siempre, que el viejo continente era imbatible e imposible de hundirse (como el sueño de los creadores del Titanic), pero asentados en estadísticas mentirosas consentidas por organismos comunitarios. Las exigencias del imperio de una sola moneda, el euro, llevaron a varios países desordenados a incumplirlas y, con el consentimiento de varios bancos (especialmente los alemanes), tiraron la basura debajo de la alfombra.
Ahora, impuestas las restricciones, la voz que se escucha en los medios de comunicación europeos es que los ciudadanos no están dispuestos a afrontar los ineludibles ajustes, en algunos países más dramáticos que en otros. Grecia, ya se sabe, no podrá cumplir con sus promesas y no tendrá más posibilidad que salir del euro y disponer el default. Una trama llena de suspenso.
¿Austeridad? De ninguna manera. ¿Que el Estado de Bienestar hace agua por todos lados? No importa, hay que revivirlo. Aunque se venga el copago en el servicio médico. En el Sur, en los países que bordean el Mediterráneo le toca el turno a las administraciones social-demócratas, que están viendo cómo serán reemplazadas en las próximas elecciones importantes. En el Norte, las centristas conservadoras de Francia y Alemania procuran contener las protestas, pero se desgastan cada día más. En otros países vuelve el nacionalismo xenófobo, el separatismo y las discriminaciones violentas. España, en capilla, después de Grecia, eliminó beneficios sociales, cortó salarios, arrinconó a los pensionados y terminó con los subsidios. Se le pide que en 2011 duplique esa apuesta.
Pero los omnipotentes dirigentes creen que con el fondo especial de los 700 mil millones de euros, un paraguas protector, pueden pagar cualquier especulación contra sus mercados y su moneda en terapia intensiva. Hasta este momento, los mercados no creen en nada y están dispuestos a cimbronazos o a zarpasos. ¿Quién pagará la crisis?
Desde estas tierras. Un interrogante que golpea en nuestro país es: ¿Qué márgenes le deja la actual crisis europea y mundial a la Argentina? Habrá que ver si el derrumbe del euro arrastra al dólar. Y hasta cuánto se achica el comercio internacional y nuestro posicionamiento en ese tráfico de posibilidades escasas.
La fuga de divisas está presente y preocupa después de unos meses de aquietamiento (entre 2008 y 2009 se fugaron casi US$ 38 mil millones). El superávit comercial, aunque tengamos buena venta de cereales, tiene su lado flaco importante porque crecen las importaciones por la recuperación de la producción industrial tras una parálisis pronunciada Ese incremento importador motorizó ideas y medidas proteccionistas. Al mismo tiempo, esos mismos recaudos, más el aumento en los precios internacionales y las pujas salariales, alimentan la inflación interna.
Las importaciones muestran una fuerte correlación con el nivel de actividad industrial y de compras de insumos y de equipos y maquinarias. Pero no se habla de un incremento de las inversiones, sino de reequipamientos en las plantas ya existentes.
Se discute cuál es la pérdida de competitividad de la producción argentina en estos días. Para muchos observadores esa competitividad se deteriora cada vez más, si bien todo depende de los sectores exportadores, de los formadores de precios (Madera, Minerales no Metálicos) y de los amenazados por las importaciones. Si el retoque del tipo de cambio se efectúa en menor escala que la inflación, con una productividad retrasada, la competitividad quedará gravemente estancada.