Tiene razón el presidente de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Adelmo Gabbi, sobre que si se unificara el sistema cambiario el dólar blue podría bajar de los 15 pesos actuales porque lo prohibido –como diría Freud para el sexo– siempre es más deseado (Gabbi dijo “vale más”). Pero si en lugar de valer 15 –y quizás en el mejor de los casos– pasara a valores actuales a 12 pesos, igual habría una devaluación sobre la cotización del dólar oficial de alrededor del 30%, porcentaje que coincide con lo que se apreció el peso frente a las monedas de nuestros vecinos últimamente.
En términos de productividad de nuestras exportaciones, también se llega a algo similar al 30% si partimos del dólar de enero del año pasado, que con la salida de Fábrega trepó a los 8 pesos. Si le sumamos el promedio de aumentos de las paritarias de 2014 y 2015, debería llegar en enero de 2016 a un dólar de alrededor de 13 pesos.
Pero una cosa sería que en el próximo período presidencial hubiera una devaluación por la cual el dólar aumentara el 30%, y otra muy distinta sería que la devaluación hiciera aumentar el dólar diez veces más de ese porcentaje, como fue en 2002 tras romperse la convertibilidad, cuando pasó de un dólar de un peso a otro de 3,70 en pocos meses. Pero los argentinos tenemos en nuestra memoria sensitiva devaluaciones de esas magnitudes cada vez que cambia un ciclo político/económico (previo a la convertibilidad, en el traspaso de Alfonsín a Menem, también hubo hiperdevaluaciones), por lo que ese fantasma naturalmente habita la sociedad generando temores a veces exagerados.
Devaluaciones para un colombiano, mexicano o brasileño representan correcciones cambiarias del 30% que aumentan la inflación del 6% al 10% anual o, dependiendo del momento, del 3% al 6%, y no afectan mayormente la vida cotidiana de las personas y ni siquiera el valor de las propiedades, porque al no tener nuestros fantasmas siguen cotizándose en moneda local y aumentan su valor en función de la inflación.
También el sincericidio de Aníbal Fernández es correcto cuando dice que si mañana se abriera el cepo el Banco Central se quedaría sin reservas en poco tiempo, porque todos correrían a cambiar sus pesos a dólares. Pero, como en el caso del presidente de la Bolsa de Comercio, faltaría agregar que eso sucedería hoy a 9,20 pesos por dólar, que es la cotización oficial. Sin embargo, con un nuevo gobierno que haya dado demostraciones de un plan económico sustentable y probablemente con un dólar a mitad de camino entre la cotización oficial y la actual del dólar blue, esa corrida no se produciría.
De una y otra forma, Adelmo Gabbi y Aníbal Fernández están diciendo que el precio del dólar no sería ni 15 pesos ni 9,20, y uno de los grandes debates económicos de los candidatos es cómo hacer para que la corrección cambiaria sea realizada sin consecuencias más traumáticas que las que tiene en los países vecinos, que ya devaluaron ese 30% últimamente administrando con corrección las expectativas sociales. Y el debate es tácito casualmente para no alimentar las expectativas sociales, porque si fuera explícito –además de perder votos– los candidatos correrían el riesgo de alimentar los fantasmas sociales y de que su problema a corregir en diciembre no fuera del 30% sino mucho más.
Paralelamente, al hablar de que el dólar blue está caro y de las pocas reservas del Banco Central en relación con el total de pesos, se está hablando de devaluación, el tema tabú.
Una de las pocas voces que públicamente pasaron del diagnóstico a la terapia fue la semana pasada Aldo Ferrer, quien con las credenciales que le dan su larga trayectoria y no aspirar a ninguna responsabilidad ejecutiva se animó a proponer una parte de la salida con una forma de desdoblamiento cambiario que convierta el dólar blue en dólar turismo y dólar ahorro, lo que mínimamente permitiría liberar para importaciones todos los dólares que ingresen por exportaciones. Y además convalidarlo para las inversiones en dólares que vengan del exterior, porque ahora que la Corte Suprema confirmó que el contado con liquidación es legal, de hecho ya existe el dólar inversiones, y lo que habría que hacer es potenciar las inversiones.
Hace dos años, Kicillof rechazó el desdoblamiento porque sostenía que los precios internos iban a tomar como dólar testigo el dólar financiero aunque importaran por el dólar comercial, temiendo una futura devaluación por unificación de los dos tipos de dólar, y entonces igual produciría inflación. Pero eso ya terminó de producirse con la popularización del dólar blue, y como dice el presidente de la Bolsa, a un precio mayor del que podría estar. Y ahora, con la confirmación de la legalidad del contado con liquidación por la Corte Suprema. El desdoblamiento cambiario sería también una herramienta más para aquellos que elijan el gradualismo como terapia, permitiéndoles ir corrigiendo por etapas, pasando progresivamente más transacciones del dólar comercial al financiero hasta reducir la brecha entre ambos, unificando y liberando el mercado de cambios a lo largo del tiempo.
El atraso cambiario no se solucionará con una sola medida, y de la misma forma que hoy el dólar, por lo menos para el presidente de la Bolsa de Comercio, no vale ni $ 15 ni $ 9,20, tampoco parece que la opción sea liberarlo de un día para el otro ni dejar todo como está; en este último caso, si no se produjera una devaluación administrada por el próximo gobierno, el mercado devaluaría solo e impulsado por los fantasmas.