COLUMNISTAS
la importancia del torneo

Ni aquí ni en Júpiter

Acostumbrados a las memorables y eléctricas tardes de Copa Davis en el Buenos Aires o a las novedosas jornadas en un Parque Roca tan imponente como contrastante, es muy probable que el público argentino descrea de la dimensión de una Copa Federación (versión femenina del máximo torneo por países de los varones) que, para colmo, ni siquiera nos garantiza las mejores noticias.

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Acostumbrados a las memorables y eléctricas tardes de Copa Davis en el Buenos Aires o a las novedosas jornadas en un Parque Roca tan imponente como contrastante, es muy probable que el público argentino descrea de la dimensión de una Copa Federación (versión femenina del máximo torneo por países de los varones) que, para colmo, ni siquiera nos garantiza las mejores noticias. Por cierto, nadie discutirá desde estas líneas el difícil momento por el que atraviesa el tenis femenino de nuestro país. Tanto como tampoco aceptaremos el escepticismo lineal, sin análisis ni explicaciones.
La serie que argentinas y alemanas empatan en uno se juega en la pequeña pero pintoresca cancha central del Pilará Tenis Club, un hermoso predio con mucho más olor a club de campo que a complejo deportivo de alta competencia; no obstante lo cual, la escuela de la Asociación Argentina de Tenis pasó a funcionar en este escenario distante 57 kilómetros de la Capital. Sólo debido a esta serie, la cancha pasó a tener espacio para mil espectadores, entre sillas a modo de ring side y una estructura tubular, todo preparado para la ocasión. Casi tanto como, hace menos de diez años, el Mayling Club de Campo albergó la urgencia de nuestros varones cuando vencieron a Colombia para evitar un repechaje camino a la Primera C de la Davis. Es decir que esto de usar modestos escenarios alternativos no es algo nuevo para nuestro tenis. Y así como no lo fue para los varones, hay motivos para ilusionarse de que tampoco se convierta en algo constante –mucho menos crónico– para las chicas.
En realidad, hay que admitir la falta de expectativa que genera en el mundo esta competencia. Tengan en cuenta que la Argentina y Alemania buscan ganarse un lugar entre las ocho mejores del torneo para 2009 y que en ninguna de las series disputadas este año –ni siquiera las semifinales por la corona que se están disputando hoy mismo en China y en Rusia– merecieron estadios con capacidad para más de 5 mil personas. Y esto es algo íntimamente ligado con la falta de compromiso de las mejores jugadoras del planeta. Entre las series disputadas en febrero y estas del fin de semana en curso, no hubo sino menos de 10 tenistas entre las 40 mejores del mundo que aceptaron representar a su país, algo que tampoco es nuevo para la Fed Cup: alguna vez, Gabriela Sabatini se quedó sin los Juegos Olímpicos de Barcelona por no haber disputado la Federation del año anterior por su país. Hoy, con un poco más de flexibilidad en esa cláusula que condicionaba mucho a quienes sí querían garantizarse una experiencia olímpica, nos encontramos que más de un partido relevante lo disputan tenistas que rara vez juegan en las canchas centrales de los principales escenarios (Estados Unidos presentó ayer como singlistas a Vania King y a Asha Rolle, una chica que seguramente figurara en la guía telefónica de su Miami natal, pero cuyos antecedentes no tienen nada que ver con los del equipo más ganador en la historia de esta prueba. Es más, ni siquiera es una junior prometedora: tiene 22 años, es 145 del mundo y en lo que va de 2008 apenas ganó 2 partidos de nivel de WTA. Eso llevó Estados Unidos a Moscú para jugar la semifinal del torneo).
Es más, si la Argentina anduvo transitando los subsuelos de este certamen en temporadas pasadas, fue justamente por la imposibilidad de armar los equipos tal cual lo pretendía el capitán, tal cual lo ameritaban las circunstancias. Hoy podemos disfrutar de Gisela Dulko como líder del equipo –ayer ganó con jerarquía el singles inicial–, pero alguna vez ella tampoco fue elegible para este certamen. Tanto como Sabatini y Paola Suárez, a quienes este fin de semana tenemos como copropietaria del complejo o como espectadora en las tribunas, respectivamente, pero que en más de una ocasión dijeron que no por motivos que habitualmente respondieron a cierta impericia dirigencial.
La sensación es realmente contradictoria. Porque el escenario de la serie es tan agradable como pequeño para lo que está en juego. Y porque pese a que se va en busca de un lugar de enorme privilegio en la competencia y a que la entrada para el público es gratuita –si vas a ir, no te olvides del buen gesto de llevar un alimento no perecedero que la AAT donará debidamente–, la movida no alcanzó para llenar la modesta capacidad de la cancha.
En lo estrictamente deportivo, la jornada de hoy –dos singles y el dobles– deja un enorme signo de interrogación a partir de lo que sucedió ayer. Porque Dulko, ya se dijo, ganó muy bien, pero aún mejor lo hizo Martina Muller, quien frustró a una Jorgelina Cravero que jugó muy por debajo de ella misma, pero que, como Acasuso ante los suecos, fue una justificada elección como titular. Dudo que, por el impacto anímico, sea la elección del segundo single de hoy. Con María Emilia Salerni algo molesta de un tobillo y designada para el dobles que puede ser decisivo, habrá que ver si Rivera se anima con Bettina Jozami, la doble medallista panamericana que estaría poco menos que debutando por los puntos. En realidad, no existe motivo para esperar que sea sencillo el camino si la meta es tan importante.
Como tampoco existe motivo para que el hincha de tenis se desviva por este Argentina-Alemania en Pilará. Aquí ya el problema no es sólo nuestro, sino del circuito femenino. Y especialmente de la Copa de la Federación, que arrastra décadas de crisis, de cambios de formato, de ausencia o cambios de auspiciantes, de falta de compromiso de las principales jugadoras y de desinterés general. Aquí, en Estados Unidos, en Namibia y en Júpiter.