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Ni barro ni aliento

Las relaciones de la Iglesia Católica con la ciencia siempre han sido conflictivas. Y siempre en ellas la Iglesia ha metido la pata hasta la incordiera. Cierto que después pide perdón: a los judíos, a las mujeres, a Copérnico, a Galileo, etc., pero pide perdón.

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Las relaciones de la Iglesia Católica con la ciencia siempre han sido conflictivas. Y siempre en ellas la Iglesia ha metido la pata hasta la incordiera. Cierto que después pide perdón: a los judíos, a las mujeres, a Copérnico, a Galileo, etc., pero pide perdón. Pasan cuatro, cinco siglos, y la Iglesia admite que estaba equivocada y dice: disculpen, los judíos son buenas personas, las mujeres son personas, Copérnico y Galileo tenían razón (Darwin no; para él faltan un par de siglos todavía). Esta vez casi se pasa de la raya, no con el perdón sino con la fustigación. Ahora resulta que hacer que la ciencia salve una vida es pecado. Francamente, es como para sentirse cansada de tanta ceguera, tanta estrechez de miras, no ver, no oír, aunque hablar sí y decir pavadas también, como que en esto último Ratzinger es un campeón. Lo de las células madre y la sangre del cordón umbilical es casi increíble. ¿Por qué no?, vamos a ver, ¿por qué no? Si mañana o pasado se fabrica una pastilla que cura el cáncer, ¿también va a ser pecado curarlo? Ah, no, eso no. Lo terrible es intervenir antes de que la cosa sea persona. Había un chiste de no sé quién que salió no sé en dónde (esta vez pido disculpas por la imprecisión; lo bueno de mi parte es que no espero cinco siglos para decir ay) en el cual unos chicos de la calle desharrapados y hambrientos se miraban y decían: “Tendríamos que ser embriones, así nos protegerían”. Dice la Iglesia que no hay que tratar de imitar a Dios. Que quedémonos piola y aceptemos las pestes, las malformaciones, la devastación, y no hagamos nada porque así lo quiso el Señor. Ah, bueno, ¿y si podemos salvar a un crío con un hermano que no tenemos, por qué suponer que no va a ser amado como el otro? ¿Que quizás, al contrario, va a ser mirado y querido como el que posibilitó que el otro viviera? ¿Por qué tiene que ponerse la Iglesia a fantasear sobre lo que va a suceder con el segundo hijo? Porque eso de actuar de manera distinta a la de Dios es pecado. Entonces, ¿cómo hay que hacer? Nada de concebir de la manera que usté y yo sabemos. Hacer como El quiso y quiere: barro y aliento. Y todos seremos felices: enfermos, desdichados, torcidos y torpes, pero a ver si así lo hacemos callar a Ratzinger.