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No dejar de ver

Cuando se habla de alguien que tiene un montón de años (tercera o cuarta o hasta quinta edad, que allá vamos) y que está regio o regia de salud, siempre hay dos apoyos ineludibles: tiene la dentadura completa, y ¡lee sin anteojos! Lo de leer sin anteojos me llena de la peor de las envidias que a la vez es el peor de los pecados.

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Cuando se habla de alguien que tiene un montón de años (tercera o cuarta o hasta quinta edad, que allá vamos) y que está regio o regia de salud, siempre hay dos apoyos ineludibles: tiene la dentadura completa, y ¡lee sin anteojos! Lo de leer sin anteojos me llena de la peor de las envidias que a la vez es el peor de los pecados. Yo y todas las Brujas amigas, leo con anteojos desde los cuarenta años, como tantísima gente por otra parte. Si no tuviera anteojos no podría leer, y ahí aunque sea teóricamente, me entra la desesperación. El siguiente paso es pensar en cómo se las arreglaba la gente cuando directamente no había anteojos. Bueno, no leían. Cuidado: ¿cómo que no leían? Sabios y académicos y maestros e investigadores hubo siempre. ¿Cómo se las arreglaban? No es tan grave. Hubo anteojos en la edad media. Atención, probablemente en el siglo X los chinos, cuándo no, junto con la pólvora y los tallarines, inventaron los anteojos: lentes de aumento colocados en molduras. Y en 1285 ya hay retratos de señores portando anteojos. Eran convexos (los anteojos, no los señores), estaban tallados en berilo y eran lentes de aumento destinados a gente que no veía bien de cerca. Y en el siglo XV Nicolás de Cusa propuso lentes cóncavas para miopes. Y en el siglo XVII ya había en Inglaterra una corporación de fabricantes de anteojos. Y en una novela de Philip Dick, después de un desastre atómico, el personaje importante es el tipo que recorre pueblos y ciudades con una valija llena de anteojos: una se los prueba y le compra los que le permiten leer. Después de los anteojos están las anteojeras, que son lo contrario de los anteojos: no te permiten ver más que un pedacito de la realidad y que las usen los caballos de tiro está muy bien, pero que las use la gente está mal y que las usen quienes gobiernan a pueblos enteros está más que mal. Para ponerse anteojeras lo único que hace falta es tener una buena cantidad de prejuicios o estar desesperado o desesperada por mantenerse en el poder. Moraleja: ay, no, moralejas no que son otra especie de anteojeras. Conclusión: mejor ver que no ver; mejor aceptar que negar; mejor soltar el cetro a tiempo que tropezar con él y romperse la crisma.