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No es al pasado al que hay que derrotar

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Uno de los tanto costos de la paranoia (los violentos siempre caen en ella) es que termina haciendo realidad los temores. Si A teme que B lo va a atacar y anticipa su respuesta “defensiva” atacándolo primero, B terminará contraatacando. La dinámica de los conflictos circulares –los de pareja son el ejemplo más simple– tiene un denominador común: cada parte sostiene que la otra la atacó primero. Desatadas las hostilidades, se hace muy difícil discernir quién comenzó, y poco importa ya. Como tampoco importa que la guerrilla de Montoneros y ERP (un verdadero demonio) haya atacado primero a las Fuerzas Armadas, como esgrimen los trasnochados que piden amnistía, porque el Estado no puede convertirse en un demonio para “salvarnos” de otro.
Como se desprende de esta introducción, no comparto el maltrato al que Kirchner sometió a Alfonsín y a los integrantes de la Conadep, incluyendo el cambio del prólogo del Nunca más, a causa de la teoría de los dos demonios. Pero me alegra enormemente que la Argentina cuente hoy con fuerzas suficientes para juzgar a todos los beneficiados por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final (el primer condenado de estos juicios fue “el Turco” Julián, quien me torturó en El Olimpo). Así como Alfonsín hizo historia al posibilitar el juicio a los comandantes de la dictadura, nadie podrá quitarle el mérito a Kirchner de hacer lo mismo con los más de mil acusados aún impunes.
No me preocupa si Kirchner utiliza demagógicamente el pasado para cubrir algunas de sus carencias del presente; o menos aún, si elabora su sentimiento de culpa por no haberse comprometido en la causa de los derechos humanos cuando estuvieron más amenazados que hoy, sobrecompensando en el presente. Sí me preocupa la perspectiva desactualizada con la que el Ejecutivo lleva adelante esta batalla, que es una lucha de toda la sociedad y no sólo del Frente para la Victoria.
La desaparición de Julio López y luego la de Luis Gerez (la rápida reaparición de este último no reduce un ápice la gravedad institucional) no demuestran que “el pasado no estaba derrotado” sino que hay otras batallas actuales. Ya no se trata de re-sentir lo que sucedió hace treinta años, sino de hechos del presente: es el Estado actual quien tiene su orden jurídico amenazado. ¿Pero por quiénes? ¿Quiénes son los no derrotados?



Se equivoca el Poder Ejecutivo si cree, como declaró Alberto Fernández, que se trata de sectores de las Fuerzas Armadas, como los que pidieron amnistía en el acto de Plaza San Martín el 5 de octubre. A la inversa de Chile, en Argentina los militares antidemocráticos sí fueron vencidos. Los que no fueron vencidos son los policías antidemocráticos de la Bonaerense, para quienes la ideología es apenas una excusa y su verdadera causa es el crimen organizado. Ambos, militares antidemocráticos y policías corruptos, quieren impunidad pero por diferentes razones. Los primeros defienden su indefendible pasado. Los segundos defienden su presente de negocios y corrupción, que precisan también de zonas liberadas, autonomía del poder político y ser intocables.
La Policía Bonaerense posee más de 50 mil hombres, una cifra comparable con el Ejército y mayor que la de la Armada y la Fuerza Aérea juntas. Pero las Fuerzas Armadas no tienen otra forma de financiarse más que el presupuesto que aprueba el Congreso. En cambio, la parte corrupta de la Bonaerense recauda en múltiples frentes: drogas, juego, prostitución, extorsión a comerciantes, protección a delincuentes y, a veces, hasta delinquiendo directamente.
La Serpiente. El núcleo del problema se encuentra en la provincia de Buenos Aires, porque ella concentra el 40% de la población del país y recibe el 21% de la Coparticipación Federal. Esto genera déficit crónico como el que desencadenó el estallido de la Convertibilidad, patacón mediante, o el déficit actual, menos grave pero preocupante al producirse con una economía en crecimiento y un Estado nacional con superávit.
La fragilidad de los gobernadores bonaerenses los hace rehenes de la ayuda presidencial o, en caso contrario, en extorsionadores presidenciales. Fue Ruckauf quien arrastró a la debacle a un De la Rúa autista (los psicólogos explican que los autistas son inamenazables porque no registran el mensaje). Y en el frente local, los gobernadores de la Provincia de Buenos Aires terminaron siendo rehenes de su Policía, como hizo Duhalde con el comisario Klodzick, a quien concedió tolerancia en los negocios oscuros de la Policía a cambio de cierto grado de seguridad y no conflicto.

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POLICIA BONAERENSE. Cuenta con 50 mil hombres, una cifra comparable a la del Ejército y superior a la de la Armada y la Fuerza Aérea juntas. Cuenta, además, con caja propia.

Duhalde no inventó nada. Alexis de Tocqueville cuenta en su obra El antiguo régimen y la revolución (francesa) que a comienzos del 1500 ante la falta de liquidez de la corona, el rey Luis XII de Francia vendió al mejor postor (privatizó) los cargos públicos con los que los adquirentes podían lucrar imponiendo gravámenes a los ciudadanos. Y Mario Bunge, en su libro 101 ideas, al relatar sus años de vida en México, cuenta cómo los comisarios vendían los puestos de agente de Policía por una suma fija y otra mensual, un porcentaje sobre lo que el policía luego cobraría a los ciudadanos.
El método, que alcanzó su esplendor en los años del PRI, era el siguiente: se licitaba un área (“plaza”, en la jerga) en la que el policía actuaría “monopolísticamente”. Reproduzco brevemente parte de un informe titulado Drogas y protección en México: “La subasta de plazas, uno de los negocios más rentables de los altos jefes policiales, es sólo una parte de un mercado de corrupción más amplio. Mientras la corrupción era sólo la mordida y el asesinato de unos pocos protodelincuentes en los barrios más desfavorecidos, la sociedad y los políticos fueron tolerantes. Pero cuando el monstruo se hizo más grande, evolución previsible dada su impunidad, y comenzaron a secuestrar, a robar y asesinar a gente honrada, la corrupción policial se hizo socialmente insoportable. La idea de que si se quiere luchar contra el delito hay que recurrir a policías corruptos simplemente porque no hay mucho más disponible, es como cambiar las cañerías mientras se sigue irrigando agua”.
Página/12 mencionó la hipótesis de que quienes secuestraron a Gerez fueron personas ligadas a Patti que tenían la orden “sólo” de amenazarlo pero, como sucedió con Gregorio Ríos, el jefe de seguridad de Yabrán, en el asesinato de José Luis Cabezas, fueron más allá.
Pasaron más de 10 años, pero aquella célebre tapa de la revista Noticias titulada “Maldita Policía” sigue reflejando el mayor problema que enfrenta el estado de derecho. Al igual que en la época de la dictadura, hay una fuerza de seguridad que, aunque sea parcialmente, cuenta con zonas liberadas. Pero la ideología, en este caso, no es el factor principal.