Una sensación similar produce ver la alegría que genera a algunos argentinos el fracaso de la misión humanitaria de Kirchner en Colombia. También por cadenas de mails –Internet es un medio donde lo indecible aflora sin inhibiciones– circulan mensajes que destilan odio antropófago, riéndose de “Néstor de la Selva”.
Se podría caer en la tranquilizadora tentación de atribuirlo al anacrónico “gorilismo” con el que desde el oficialismo se califica a cualquier manifestación crítica al kirchnerismo. Pero eso no es posible, porque el mismo sentimiento vengativo provoca Mauricio Macri en sectores que no podrían ser “gorilas”. Pareciera que ciertas personas, por su sola existencia, ofendieran. Que hubiera algo irritante en lo que ellos encarnan o representan, más allá de sus actos.
En el prólogo del libro que recopila los reportajes que realicé el año pasado en PERFIL a la mayoría de los actores políticos de la última década, escribí que la crisis que nos tocó vivir no fue sólo responsabilidad de ellos, sino también de todos nosotros. Cuando Planeta, la editora del libro, eligió destacar esa frase en sus avisos, me pareció que apelaban a algo obvio.
Espero que no resulte nuevamente obvio decir dentro de algunos años, si Néstor y Cristina Kirchner terminaran entre rejas o Macri fracasando estrepitosamente en la Ciudad, que la responsabilidad no será sólo de ellos, sino también de todos nosotros. Del odio nunca germina progreso, y la pregunta que vale para la vida individual, “¿Qué tiene que ver usted con lo que a usted le pasa?”, es trasladable a la vida social en su conjunto.
¿Qué hacemos hoy, defendiendo nuestros derechos y poniendo límites, para impedir que Néstor y Cristina Kirchner, más allá de sus eventuales defectos, disminuyan sus posibilidades de terminar en la cárcel? ¿Y qué hacemos hoy para que Macri, más allá también de sus eventuales defectos, no fracase? Contentarse con el escarnio post mórtem de quienes nos conducen es un triunfo pírrico. Más útil sería beneficiarse inclusive con los aciertos de aquellos con quienes no simpatizamos.
En esta primera edición del año de PERFIL, es un buen momento para enviar deseos de que se hagan realidad nuestros sueños más fructíferos, comenzando por no volver a necesitar del fracaso de otros para justificar nuestro estancamiento, sean estos de derecha o de izquierda, simpáticos o antipáticos.
Ejemplo. El domingo pasado, PERFIL entrevistó al escritor israelí y eterno candidato al Premio Nobel David Grossman. El motivo del reportaje era hablar de su último libro, La memoria de la piel, cuya trama se basa en los celos de un hombre por su mujer, pero, inevitablemente, la conversación derivó hacia su activismo político y pacifista: hace poco más de un año, un misil antitanque de Hezbolá mató al sargento Uri Grossman, su hijo de 20 años.
El escritor trazó un paralelo entre los celos y la discriminación: “Ambos reflejan un sentido de inferioridad. El celoso siempre se siente inferior y, curiosamente, enfatiza su inferioridad, de la que extrae un placer total colocándose a sí mismo en esa posición infantil de contemplar a dos adultos capaces de hacer el amor del modo correcto. Los celos son de lo peor que hay en nosotros. No se deja de ser celoso cuando su veneno nos ha atrapado. Hasta las personas más sosas se transforman cuando están quemadas por ese fuego, y son capaces de imaginar las situaciones más escabrosas e inverosímiles”.
“Nosotros, israelíes y palestinos, por ejemplo, ponemos toda nuestra energía en la frontera que nos separa. Al final, podríamos convertirnos en una armadura sin hombres adentro. Pues si invertimos todas nuestras fuerzas en defendernos, nada va a quedar para ser defendido. Los palestinos y los israelíes no hemos dejado de actuar contra nuestros propios intereses. Cuando llegamos a una encrucijada, siempre elegimos el camino de la violencia. De todas las posibilidades, nos quedamos con la guerra. Es como una condena divina.”
“Siento el alto costo que yo y la gente que veo y que conozco pagamos por este persistente estado de guerra. La reducción del área de superficie del alma que entra en contacto con el mundo violento y amenazante. La limitación de la capacidad –y de la voluntad– de identificarnos, aunque sea un poco, con el dolor ajeno; la suspensión del juicio moral.”
“El ratón de Kafka está en lo cierto; cuando el depredador nos acecha, el mundo se vuelve cada vez más estrecho. Y lo mismo ocurre con el lenguaje que lo describe. Por experiencia propia, puedo afirmar que el lenguaje con que los ciudadanos que viven un conflicto sostenido describen su situación se vuelve más plano cuanto mayor es la duración del conflicto. El lenguaje se convierte gradualmente en una secuencia de clichés y consignas. Todo empieza con el lenguaje creado por las instituciones que dirigen el conflicto de manera directa, y rápidamente se filtra a los medios masivos que informan sobre el conflicto.”
Moraleja. Soñar la destrucción del otro es autodestructivo. Lograrlo lo es aún más. Si la política termina siendo la continuación de la guerra por otros medios, fracasó la política y ganó la guerra.