COLUMNISTAS
el tortuoso camino de la devaluacion

No faltan tomates ni dólares

Por no reconocer a tiempo los problemas de la economía, el Gobierno tuvo que adoptar medidas que terminaron en un rumbo que hubiera preferido evitar.

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Hace unas semanas se había instalado la idea de que, por razones climáticas, podrían faltar tomates. Los productores aseguraron que, dados los stocks y las previsiones sobre el estado del tiempo, la oferta de tomates sería normal.

Pero imaginemos, por un instante, que no hubiera habido stocks acumulados, que hubiera habido una sequía y que, por lo que se tarda en armar la cadena logística para importar, por unos días no hubiera habido tomates. En ese caso, cualquiera hubiera sido el precio que alguien estuviera dispuesto a pagar, no habría conseguido tomates.

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Se dice que en la Argentina faltan dólares. Sin embargo, también se dice que desde hace años los argentinos venimos cambiando pesos por dólares, es decir que hay stock acumulado de dólares y que, además, exportamos más de lo que importamos, de manera que no hay “sequía”. En este caso, al contrario del ejemplo de los tomates, si faltan dólares no es un problema “tecnológico” sino de precio. A este precio, los que tienen dólares ahorrados o los que tienen bienes que pueden transformarse en dólares no los quieren ofrecer. Y éste es el problema de hoy. “A este precio”, la demanda de dólares supera la oferta.

Para el Gobierno, esto es producto de la “avaricia” de los productores agrícolas y de los medios de comunicación y los analistas que crean una “psicosis” de demanda de dólares. Sin embargo, el Gobierno confunde, o quiere confundir, causas con efectos.

Veamos. Durante los últimos años, la política cambiaria fue utilizada para moderar la inflación, derivada de un gasto público creciente financiado con emisión y una política de ingresos incompatible con la productividad media de la Argentina. El precio del dólar evolucionaba por debajo de la tasa de inflación, y la tasa de interés en pesos también evolucionaba por debajo de la tasa de inflación. Por lo tanto, fue el propio Gobierno, con su política, el que incentivó la demanda de dólares, emitiendo pesos que perdían valor al ritmo del 25% anual. En ese contexto decidió, en lugar de modificar el precio, racionar la cantidad, terminando así con veinte años de libre convertibilidad. Al racionar arbitrariamente un producto demandado, surgió el mercado informal. Además, al suspender la libre convertibilidad entre pesos y dólares se frenó el ingreso de dólares financieros o para inversión por la eventual imposibilidad de obtenerlos luego para cancelar el préstamo o remitir utilidades. Es decir, el cepo (que nunca existió) no redujo la demanda pero sí la oferta. El resultado fue la creciente pérdida de reservas del Banco Central dado el desequilibrio entre pesos emitidos, inflación, tasa de interés y precio del dólar.

En otras palabras, lo que se arreglaba en su momento con una devaluación moderada, un ajuste moderado del gasto público, para emitir menos, tasa de interés positiva y, hay que decirlo, una recesión también leve, al estilo de 2009, se agravó por la decisión de “pesificar de prepo” y usar a la AFIP y la Secretaría de Comercio como sustitutos del Banco Central.

Lo que hemos visto desde el cambio de gabinete no ha sido un ataque conspirativo de especuladores y avaros. Hemos asistido a la materialización de un fracaso del Gobierno en su intento de no reconocer el nuevo precio del dólar, y toda devaluación es el reconocimiento de un fracaso.
Ahora ha instrumentado el “dólar de convergencia” (¿a qué?), ha permitido un ajuste todavía moderado de la tasa de interés y, simultáneamente, aflojó mínimamente el racionamiento de dólares para operaciones pequeñas.

Pero sigue sin ajuste fiscal, y sigue usando a la Secretaría de Comercio y la AFIP como sustitutos (ahora parciales) del Banco Central. Es decir, armó una “poción mágica” agregando a su mala política una dosis homeopática de buena política. Por lo tanto, el problema continúa, dado que contra esa poción el precio, y sobre todo el temor a que el racionamiento vuelva, no calma expectativas.

La causa es el fracaso de la mala política y las consecuencias son la “avaricia”, la “especulación” y la “dolarización”.

Mientras esto no se entienda y éste sea el “programa”, lo más probable, aunque se calmen las reservas por un tiempo, es que sigamos en un escenario de alta inflación y con una caída mayor del nivel de actividad.

Recuerden: no faltan dólares, sobran malas políticas.