Es notoria la necesidad que tiene Viviana Canosa de llamar la atención como sea. Se diría que le urge, incluso que la desespera. Por eso bebe las cosas que bebe, por eso dice las cosas que dice, y todo por televisión, sin que le importe pasar vergüenza.
No me opongo ni pido medidas, y hasta puedo hacer mi aporte, como estoy haciendo ahora. No me cuesta nada. Lo que me interesa es el debate que de hecho se abre con eso: qué pasa con esta posibilidad patente de decir cualquier barrabasada en los medios de comunicación. No me refiero a la libertad de expresión, ni a las posturas controversiales; ni tampoco a las mentiras que tantas veces se ponen a circular con aviesas intenciones. Me refiero a esta propensión a decir cualquier cosa (en el sentido más degradado de esa expresión: cualquier cosa), disparates sin sentido, pirotecnias al voleo, con tal de llamar la atención por un rato. Hay efectos previsibles: los de un lado aplaudirán y abuchearán los del otro, porque así de mecánicas y huecas son las cosas últimamente entre nosotros. Pero hay algo a considerar como estado de situación.
Recordamos, y cómo no, aquellos informes colosales de José de Zer en Nuevediario sobre ovnis en el Uritorco, el delirio, llevado a ese punto, ocupando un bloque entero de un programa de noticias, cobraba un filoso sentido crítico. De Zer ponía a Orson Welles en reversa: la invasión extraterrestre, en vez de traspasar de un espacio de ficción a una escucha de verdad referencial, traspasaba del espacio informativo al espacio de una ficción alucinada. Y así un medio nos llevaba a pensar qué era lo que pasaba en los medios, hasta dónde podían llegar.
Me temo que hoy por hoy no es eso lo que está ocurriendo. Los desatinos y las provocaciones bobas se ofrecen a la lógica del click, ni siquiera a la de la persuasión o la adhesión o la reflexión. Por las dudas: no beban lo que ella bebe ni le crean que las vacunas matan.