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No mucho más que hipótesis

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Que se haya instalado un clima de fin de ciclo no significa que sea fácil imaginar lo que vendrá después de Cristina. Ante todo, porque no está claro cómo serán sus últimos dos años, durante los cuales puede que se transparenten, o no, los pasivos de su legado.

Circulan dos hipótesis extremas al respecto. La de quienes no quieren a la Presidenta y la ven más débil, postula que tendrá un final largo y penoso, que traerá a la postre algo bueno: servirá para afirmar en la sociedad la conciencia de un “nunca más” al populismo irresponsable, al facilismo del “pan para hoy y hambre para mañana” y al mesianismo. Una suerte de reedición mejorada del final del primer peronismo, a cuya luz por eso mismo se invita a analizar el presente, para no equivocarse tanto como entonces.

Malos resultados pueden ser, a veces, aleccionadores: el nacionalismo de barricada revela hoy toda su toxicidadd para los intereses nacionales, tras años de justificar políticas caprichosas frente a los holdouts y los inversores extranjeros. Y algo similar sucede con el gasto público financiado con emisión, con la manipulación de la información pública, etc. Pero no habría que exagerar el poder iluminador del fracaso y menos dar rienda suelta al revanchismo ideológico.

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Puede que el populismo kirchnerista quede asociado de todos modos al pleno empleo y los alicientes al consumo, justamente como sucedió con el primer peronismo, pese a todas las inconsistencias temporales por ambos compartidas. A lo que puede contribuir también parte de la oposición, que más que terminar con los vicios populistas reclama que se la deje darles su propio sello. Veamos si no el tenor de algunas críticas lanzadas contra el impuesto a las ganancias o las inversiones de Chevron.

La segunda hipótesis atiende precisamente a estos problemas y es sostenida por quienes tampoco quieren a Cristina, pero aún le temen, y sobre todo temen su capacidad de seguir fugando hacia adelante, tapando los problemas en vez de resolverlos, para no tener que hacerse cargo de los costos acumulados por años de coyunturalismo. Aunque CFK fracase en todo lo demás, puede que tenga éxito en dejar una bomba de tiempo a sus sucesores, con lo cual se asegurará que en la transición una porción de sus beneficiarios la siga apoyando y, tras el eventual estallido, unos cuantos de los hoy decepcionados vuelvan a hacerlo.

Es fácil entender por qué esta hipótesis, que aterroriza a muchos opositores, seduce a los más duros oficialistas. Y por qué buena parte de la discusión entre economistas apunta a si al Gobierno le alcanzarán o no las reserva para llegar a 2015 sin cambios dolorosos, si los desequilibrios así acumulados serán manejables o explosivos, y si el ciclo de las commodities  empalmará mal con esta cuenta regresiva.

Si estas hipótesis no alcanzaron para nublar el horizonte, considérese la más pesimista de todas, la que pronostica la continuidad del “modelo” en otras manos: el punto que se destaca en este caso es que, quien sea que suceda a Cristina, no resistirá la tentación de usar sus armas: arbitrariedad en la asignación de recursos, emisión inflacionaria, manipulación partidista de los medios públicos, tal vez con fines menos estrambóticos y modos más educados, pero sin cambios de fondo.

Más aun: es probable que, enfrentado a una mayor escasez y una más intensa competencia política de los que soportaron los Kirchner, el atractivo de esos instrumentos crezca, más allá de las preferencias del nuevo gobierno. Si la puja distributiva se intensifica, ¿qué mejor solución que disiparla vía inflación?, si la fragmentación de las fuerzas políticas se agudiza y prolonga, ¿no estará justificado extorsionar a legisladores y gobernadores para conseguir apoyos en las cámaras?

Todas estas hipótesis pueden tener cierto asidero. Pero con tal de que quienes sucedan a Cristina recuperen parte de la decencia y el sentido común perdidos en estos años el país tendrá chances de aprender y salir adelante. Y sólo con intentarlo estaremos mejor que ahora.


*Investigador del Conicet y director de Cipol.