Pareciera que, a partir de los acontecimientos de las últimas semanas, el mundo emergente se acabará cuando los EE.UU. decidan endurecer en serio su política monetaria. Y decimos esto porque tan sólo la posibilidad (no certera aún) de que se reduzca levemente en el corto plazo la intensidad del sesgo ultraexpansivo que tuvo hasta aquí ha provocado un cimbronazo en los mercados.
La tasa de los bonos soberanos norteamericanos a diez años aumentó (aunque en una perspectiva histórica, sigue baja), lo que tuvo un fuerte impacto en los flujos de capitales hacia las economías emergentes en general y hacia las latinoamericanas en particular. El aumento reciente del dólar en cada uno de esos mercados es en buena medida el reflejo de dicho impacto.
Ahora bien, ¿estamos realmente frente a un punto de inflexión en materia de flujos de fondos hacia emergentes y, específicamente, en materia de crecimiento económico de este grupo de países?
Para responderlo, primero debe analizarse y evaluarse la verdadera magnitud del shock inicial, en este caso, asociado al sesgo de la política monetaria de los EE.UU. Sólo con una idea clara sobre este aspecto, se puede analizar las implicancias que esta situación puede tener sobre el mundo emergente.
Pareciera existir una sobrerreacción en los mercados por lo que podría suceder en el corto plazo en materia monetaria norteamericana.
En primer lugar, porque no está asegurado que la Reserva Federal vaya a decidir una reducción del ritmo de compra de activos financieros durante la reunión de comité pautada para el 13 de septiembre. Es que, si bien la recuperación del nivel de actividad y de los niveles de empleo ha sido continua durante los últimos trimestres, la velocidad de dicha recuperación ha sido más bien pobre. El PBI de los EE.UU. crece, pero poco, y la creación de empleo aumenta, pero no alcanza para que suba significativamente el ratio de personas empleadas con respecto a la población económicamente activa.
Todo esto, en un marco en el que la tasa de inflación que sigue la Fed (el índice de precios implícitos del consumo privado) se encuentra bien por debajo del rango de “comodidad” que se autoimpone la institución. Por esto, no habría que descartar que la Fed decidiera dejar todo como está durante la próxima reunión y esperar a recolectar más datos antes de empezar a sacarle lentamente el pie del acelerador al sesgo expansivo de la política monetaria.
Asimismo, y aun cuando la Fed finalmente decida reducir el ritmo de compra de activos financieros el 13 de septiembre, luego del hipotético recorte el sesgo seguiría siendo ultraexpansivo en términos absolutos (con tasa de interés de corto plazo en 0% anual y un programa de compras de activos financieros que seguirá en marcha). Puesto de otra manera, incluso si la Fed decidiera reducir el tamaño del QE3 en el corto plazo, la política monetaria de los EE.UU. seguiría siendo muy expansiva a corto y mediano plazo.
Tampoco debemos olvidarnos que, cuando efectivamente se produzca un endurecimiento de la política monetaria norteamericana (que no va a suceder a corto/mediano plazo), será como consecuencia de una situación económica, en general, y del mercado laboral, en particular, mucho mejor que la de ahora. Y que la mayor economía del mundo vuelva a crecer a un ritmo elevado y que los niveles de empleo retornen a los previos a la crisis de las subprime (con el fuerte impacto positivo que eso tendría sobre el poder adquisitivo de los consumidores y, por ende, sobre la demanda de productos fabricados dentro y fuera de los EE.UU.) nunca puede ser una mala noticia para el mundo emergente. No olvidemos que los EE.UU. son un cliente directo importante para las naciones emergentes o, como en el caso de los países latinoamericanos, son un cliente importante para el/los clientes más importantes de la región (por ejemplo, China).
Teniendo en cuenta que el shock inicial no resulta de extrema magnitud, resta analizar el impacto de dicho shock sobre la dinámica económica y financiera de las economías emergentes, en general, y de Brasil, en particular.
En el caso de Brasil, todo parece indicar que la tendencia a la depreciación del real respecto del dólar no está sólo vinculada al aumento de la tasa de los bonos norteamericanos, sino también a cuestiones asociadas a decisiones de política económica interna. Hay dos razones que le dan sustento a la anterior afirmación: 1) el precio del dólar en Brasil empezó a subir casi dos meses antes que se iniciara el ciclo alcista del rendimiento de los Treasuries norteamericanos; y 2) luego de casi tres años con tasas de crecimiento del PBI real relativamente bajas (en torno al 1,9% anual), con impacto no trivial sobre el humor social y los niveles de imagen de la presidenta Rousseff, el aumento del precio del dólar podría ayudar a acelerar la tasa de crecimiento económico en los próximos trimestres (lo que, sin dudas, no les haría daño a las aspiraciones de Rousseff de ser reelecta presidenta en los comicios del próximo año).
Por otro lado, es muy difícil pensar que la tendencia a la depreciación del real con respecto al dólar continuará a futuro. La tasa de inflación en Brasil sigue oscilando muy cerca del límite superior preestablecido por el Banco Central, razón por la cual es altamente probable que la institución empiece a redoblar, a partir de ahora, los esfuerzos para evitar que el precio del dólar siga subiendo.
En definitiva, el escenario más probable de cara a los próximos trimestres es que el precio del dólar en Brasil se “estacione” en torno a los R$ 2,30/R$ 2,50, y que la tasa de crecimiento del producto tienda a acelerarse levemente hacia fines de este año/principios de 2014.
Tomando en cuenta todo lo discutido, pareciera ser que no estamos, a priori, ante un escenario catastrófico en materia de contexto internacional futuro para la Argentina. Por supuesto, el escenario no es, ni volverá a ser en lo inmediato, tan bueno como era cuando las tasas largas de EE.UU. oscilaban en mínimos históricos, Brasil crecía por encima del 4%/5% anual y el dólar tenía un precio por debajo de los R$ 1,6.
Vale remarcar, por último, que este nuevo escenario internacional implicará una tarea aún más desafiante para los que diseñan la política económica interna.