Se atribuye a Donald Trump haber dicho recientemente: “Soy quien soy. No tengo encuestadores” (lo dice Jill Lepore en su artículo criticando las encuestas electorales en The New Yorker del 26 de noviembre). Una afirmación similar fue atribuida hace poco entre nosotros a uno de los candidatos presidenciales: “En nuestra campaña no usamos más encuestadores. Hacemos nuestras propias encuestas”. Uno se pregunta ¿con quien harán sus propias encuestas? ¿O acaso sacaron a unos encuestadores para hacerlas con otros?
Subyace a todo eso la idea de que los “encuestadores” son peligrosos para las democracias electorales. El artículo de The New Yorker alimenta esa idea. Hace unos años Lilita Carrió había dicho también algo así; su manto de desconfianza cubría a todo tipo de consultor político. Adlai Stevenson –consuetudinario perdedor en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos en los años de la posguerra– ya tenía esa idea sobre el papel de los consultores de campañas y se quejaba de que el trabajo de éstos trataba a los candidatos como si fuesen latas de sardinas.
El consultor argentino Jorge Maluff tiene recopilada una larga lista de expresiones recientes aparecidas en medios de prensa que se ensañan con las encuestas. Vivimos a diario ese frenesí de indignación.
No hay duda, la democracia no funciona demasiado aceitadamente. Pero enojarse con las encuestas porque a veces transmiten números que después no se corroboran, y que casi siempre –se corroboren o no– fastidian a algunos es equivocar la fuente del problema. Es como perseguir al sospechoso equivocado, o elegir al equivocado para no perseguir al verdadero. Ese es el eje de la historia de una inolvidable película de Hitchcock de los años 50, North by Northwest (un título algo extraño con el que los distribuidores acá no pudieron y lo cambiaron por Con la muerte en los talones). Cary Grant es perseguido por una banda de villanos que lo toman por un agente secreto federal. La película es la saga de esa fuga y persecución desde Nueva York hacia el norte del país, terminando en Dakota del Sur entre las inmensas esculturas en piedra de los presidentes norteamericanos en Mount Rushmore. Es una gran metáfora del complejo equívoco que se produce en esta vida cuando alguien busca castigar a quien no es culpable, se enreda en su propio equívoco y termina confundiendo realidad e imaginación para justificar lo que hace. La veo como una metáfora de las encuestas y el enojo de sus críticos, los supuestos y reales efectos de las encuestas, las reacciones que suscitan y la mirada de los políticos que parecen de piedra pero están ahí como testigos o como parte de lo que sucede.
Para ser útiles en su función más productiva –aquella en la que agregan más valor– los profesionales de las encuestas deben lograr un buen entendimiento con los candidatos y sus estrategas de comunicación. Para ser útiles en su función de observar las tendencias y anticipar los resultados, deben interactuar con los medios de prensa. Todos –políticos, medios de prensa, comunicadores, especialistas en encuestas– son actores en este gran juego de la política democrática. Por sí solas, las encuestas no hacen nada relevante; no podrían trascender. La calidad de los procesos democráticos depende de muchas cosas, entre las cuales las encuestas pueden ser una, pero eso siempre que alcancen difusión masiva, lo que depende tanto de que existan encuestas como de que existan medios de prensa dispuestos a difundirlas. Para influir en los resultados de una elección gravitando sobre los votantes, son imprescindibles los candidatos mismos, y después de ellos los publicitarios y los periodistas, no tanto los “encuestadores”.
Perseguir a los encuestadores porque influyen de manera nociva es como perseguir al enemigo equivocado yendo al norte por el noroeste cuando el verdadero problema está en otra parte. A menos de que se trate –como en la película– de inventar un enemigo para eludir o tapar otro.
Las encuestas no son un problema en nuestra democracia. Pueden fallar, como todo en este mundo –en verdad, dentro de las limitaciones de su método y de sus herramientas, bastante bien hacen lo suyo–. Pero son inocentes como causantes de algunos de los males de los que sufre la vida política en nuestro tiempo.
*Sociólogo.