Los números de Carlos Bianchi, tanto como jugador o entrenador, son impresionantes. Fue goleador supremo para Vélez Sarsfield y también metió muchos goles en los equipos en los que jugó en Francia, donde se proclamó goleador de varios torneos. Como técnico, en Vélez –una institución que despegó con su ciclo hasta convertirse en un grande del fútbol argentino– ganó campeonatos locales, copa Libertadores y una Intercontinental. Le hicieron una despedida en Liniers y se juntaron miles de personas para ovacionarlo. Esa noche Bianchi, hincha del Fortín, lloró. Le tocó ir a Boca –un equipo en el que hay que ganar siempre, una brasa caliente– y tuvo dos ciclos en los que salió hasta campeón de la Guerra de las Galaxias. Tanto se había acostumbrado a ganar que, cuando perdió la final de la Libertadores con Once Caldas, no se quedó a recibir las medallas al segundo puesto porque, dijo “no sabía que éstas se otorgaban”. La prensa entonces empezó a decir que Bianchi tenía “el celular de Dios” ya que lograba que sus equipos ganaran sobre la hora, por penales o como sea y en cualquier lugar: de local o visitante. Lo curioso es que pocas veces se habló de un sistema Bianchi, de la misma manera en que se habla de un sistema Bielsa o Guardiola. Pareciera que el sistema era su pura presencia, su don para convencer a sus jugadores, su don para transmitirles algo, ¿pero qué? Bianchi parecía más un talismán que un técnico. Esta definición de su habilidad podría estar glosada tranquilamente en el ensayo de Borges El arte narrativo y la magia, donde explica las condiciones de la magia simpática para lograr ficciones inquietantes en lugar del psicologismo burdo. Sin embargo, los muchachos que no comen vidrio le encontraban un don para manejar grupos. Fue así como se convirtió en un mimado del capitalismo y pasó a dar conferencias sobre liderazgo a empresarios. Y es claro. Es uno de esos personajes del fútbol al cual Luis Chilavert no le puede aplicar su famosa muletilla despectiva: tú no has ganado nada. No, Bianchi ha ganado todo. Pero algo lo despertó de la siesta reparadora que estaba tomando y volvió a sentir el deseo de dirigir en Primera. Parafraseando a Marx podemos decir que la historia se repitió dos veces: primero como manager y después como técnico. De esta manera llegamos a su tercer ciclo en Boca. Lo difícil, raro de digerir para él, es que esta vez empezó a perder. Y Bianchi lo demuestra en cada conferencia post derrota, no soporta dejar de ser un ganador aunque sea un segundo. Parece tener muy poca capacidad de frustración. En resumen, no parece preparado para la vida real. En El club de la pelea, una novela de Chuck Palahniuk, el protagonista, un verdadero hombre del subsuelo, dice: “Esto era la libertad, la libertad consistía en perder toda esperanza”. ¿No es un buen consejo para el Virrey?