Algunas semanas atrás, buena parte de esta columna fue dedicada al lenguaje y estilo que emplean algunos de los columnistas habituales de este diario. Dije entonces, y lo reitero, que estoy lejos de las posturas pacatas –afortunadamente superadas– de aquellos que pregonan la necesidad de un manejo purista de la lengua, sin intrusiones de lo que usualmente se consideró mala palabra.
Esta vez le toca a otro de los columnistas, caracterizado por su estilo provocador, generalmente irónico y siempre ácido que la mayoría de las veces comparto en contenido y en algunos casos también en continente. El escritor y cineasta Guillermo Raffo publicó el domingo 22 un artículo que tituló “El planeta de los simios”, en el que se refiere a tres personajes y dos situaciones: el ministro de Seguridad bonaerense Alejandro Granados y su imperdonable e insultante participación en un acto público (en el que invitó a pelear a un asistente y lo calificó como “mogólico”); y la entrevista que el animador de televisión Alejandro Fantino le hiciera al filósofo Tomás Abraham la semana anterior. Quiero apuntar a este último hecho y a su caracterización por parte de Raffo. El columnista arrancaba pesado: “Anoche lo ví a Tomás Abraham hablando con un mono”, escribía, agregando: “Se empeñaba en explicarle (Abraham) conceptos muy básicos que las personas manejamos desde siempre y que el mono (Fantino) ... de camisa y corbata –aparentemente a cargo del programa–era por supuesto incapaz de entender”. Y avanzaba más: “Era un programa para monos, que tienen sus propios parámetros”.
Lo escrito por Raffo es poco afortunado, por no decir detestable desde el punto de vista humano y –lo que importa en esta columna, en definitiva– periodístico. Calificar a un ser humano como primate y –peor aún– a sus seguidores habituales como tales es desagradable, pedestre, insultante y discriminador.
Soy defensor a ultranza de los columnistas y de sus opiniones, que no muchas veces coinciden con la línea editorial de PERFIL (de hecho, ésta fomenta esa diversidad de ideas y estilos). Pero aceptar calladamente que los lectores de este diario reciban de uno de sus escritores definiciones descalificatorias como las expuestas por Raffo sería acompañar en silencio sus exabruptos. No debiera suceder, aunque el autor, en la misma columna, haya intentado bajarle el precio a su despectiva apreciación al decir: “Exagero, por supuesto, cuando digo ‘especie’; no creo que Fantino sea de verdad un mono”. Una aclaración que no hace más que ratificar su opinión sobre el conductor televisivo y sobre las confesas limitaciones intelectuales de éste, y la descalificación para con una audiencia que es necesariamente variopinta y multicultural.
Error. En la página 10 de la edición del domingo 22 se deslizó una equivocación: la foto con la que se pretendió ilustrar la valiente acción del fallecido luchador por los derechos humanos Emilio Mignone no corresponde a éste. La conducción periodística del diario, ante la consulta, aceptó haber cometido el error y pide disculpas.
Turismo. La editora del suplemento Turismo, Mónica Martin, pidió ejercer derecho a réplica por mis críticas a su forma de editar fotográficamente la nota de tapa “Armaçao dos Búzios”, publicada el sábado 14 de diciembre. Indicaba en mi columna que las dos fotos con las que Martin decidió ilustrar de manera principal ese artículo correspondían a Arraial do Cabo, que no es Búzios sino parte de la región turística brasileña del estado de Río de Janeiro. Dice la editora: “El copete de la misma nota aclara que el texto no sólo será una crónica de Búzios sino también de las poblaciones cercanas (...) La cobertura realizada por el periodista Guido Glait respondió a una invitación del Comité Visit Brasil, que fue cursada a través de la Embajada de Brasil en Buenos Aires. El organismo nos propuso recorrer “Búzios y su región”, ya que Arraial do Cabo se encuentra tan sólo a 28 km de esa ciudad y los operadores la consideran parte del circuito”. Insisto: si el título auncia Búzios, las fotos de apertura deben ser de Búzios y no de otro sitio. Seguir la idea de edición de Martin sería como ilustrar una nota sobre Miramar con una gran foto de la Brístol de su vecina Mar del Plata. Martin opina, a continuación, sobre mi exigencia –insistente, comprendida y aplicada por el resto de las secciones del diario– de indicar en cada nota que involucre un viaje si éste fue realizado por invitación y, en caso de ser así, quién la formuló. “Como periodista especializada en turismo desde hace quince años, no considero que ese dato sea relevante para los lectores”, dice.
No polemizaré con la editora; sólo le recordaré que forma parte del código de ética de este diario: es obligación del medio para con sus lectores informarlo para evitar que una nota periodística sea confundida con un mero acto promocional o publicitario.