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Nostalgia del café

Entre las cosas nefastas de los shoppings (que son todas), una de las peores es que no tiene bares, no hay cafés.

1-11-2020-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

Ya me había comprado una zunga fosforescente y unas ojotas hermosas, pero nada, nunca pasa nada. Quiero decir: desde 2003, Clarín, La Nación, Macri y todos esos vienen diciendo que vamos a ser Venezuela, pero nunca se cumple el pronóstico. Viene más lento que el general Alais (niños: si no entienden el chiste, busquen en Internet). Yo pensaba: si vamos a vivir en Venezuela, al menos que sea en la Isla Margarita, por eso me hice de todo el kit playero. Pero nada. Vamos de decepción en decepción. Ahora dicen que estamos a siete diputados de las playas del Caribe, pero no quiero entusiasmarme, ya no creo en nada. Me despoliticé por completo. De hecho, en estos días, otra vez Clarín, La Nación y todos esos, dicen que también vamos derecho a ser Nicaragua y hasta un entrevistado en La Nación + dijo que parecemos Haití… ¡Vamos que ya estamos a unos kilómetros de Miami! ¡Un esfuercito más y llegamos! (si llega a pasar, ahí seguro que sí hago roncha con mi zunga). Aunque pensándolo bien, una parte del desastre argentino (o al menos porteño) está en sincronía con el momento en que las clases medias urbanas colocaron a Miami como horizonte final de sus deseos aspiracionales, sus ideales estéticos y sus claudicaciones éticas. Buenos Aires tiene un shopping mall cada 2 o 3 kilómetros. Esa es la distancia que separa el Patio Bullrich de las Galerías Pacífico, y de ahí al del Abasto y otro tanto hasta el Alto Palermo y luego el Paseo Alcorta. Qué pena que las falsas playas de arena usada de Larreta resultaron tan berretas, sino ya me sentía en Ocean Drive. Entre las cosas nefastas de los shoppings (que son todas), una de las peores es que no tiene bares, no hay cafés. Se los reemplaza por unos comederos llamados “patio de comidas”. Una ciudad sin cafés no es una ciudad. O al menos, no es una en la que yo quisiera vivir. En los cafés nunca pude trabajar: no tengo notebook y no escribo a mano (no me entiendo la letra). Pero son lugares a los que voy horas a leer o encontrarme con amigos. Así como mis padres (médicos los dos) se orientaban por los hospitales (“¿Cris se mudó a Villa Ortúzar? Conozco, es cerca del Tornú, lindo lugar”) yo lo hago por los cafés y las librerías. Adorno y Benjamin sí usaban los cafés como lugares de trabajo. Son muchos sus intercambios sobre el tema. Mi favorito es el que surge cuando Benjamin le cuenta que va a pasar una temporada en San Remo, Italia (tomado de Correspondencia 1928-1940. Eterna Cadencia, 2021, traducción de Laura S. Carugati y Martina Fernández Palcuch) y Adorno, en una carta del 6 de noviembre de 1934, le dice: “¿Sabe que viví ahí varios meses? Le recomiendo que sepa elegir el Café Morgana, sobre el mar, como lugar de trabajo”. A lo que Benjamin, en una carta del 30 de noviembre del mismo año, responde: “Su recomendación del Café Morgana me llenó de melancolía. Porque efectivamente, gracias a su ubicación, me parece haber sido apropiado como ningún otro para trabajar. Los demás cafés de la zona lo abandonan a uno como no sucede en el más pequeño nidito de montaña italiano. Pero –para hacerla corta– el Morgana acaba de fallite y está cerrado”. A Benjamin la recomendación de Adorno lo llenó de melancolía. Como la que tengo, como la que tenemos (porque supongo que somos muchos) por los cafés, antes que la pandemia nos arrase y Miami nos vuelva zombis.