Esta vez no ocurrió lo que sucede a menudo: leer una noticia que aparece en un lugar muy menor –o que directamente no aparece– a la que yo le hubiera dado un lugar relevante, o incluso la tapa, en caso de ser editor en algún prestigioso diario de circulación nacional y no un modesto almacenero que ejerce su oficio en el barrio de Almagro. No ocurrió, digo, porque en la edición del viernes 8 de julio, La Nación otorgó un generoso espacio en su página 3 a una noticia sumamente aguda, un hecho sobre el que bien deberíamos reflexionar. Tanto interés me despierta, que desconfiando del clásico linkeo a internet (¿quién va a ir a ver la nota real?), prefiero transcribir varios párrafos, empezando por el título: “Francia: piden que juzguen a empresarios por una ola de suicidios”. En la bajada: “Sorpresa. Hubo 35 casos tras una política de reducción de personal agresiva de Telecom”. Estos son los dos primeros párrafos: “Tras siete años de investigación, el procurador de París solicitó el enjuiciamiento por acoso moral de la empresa France Telecom-Orange y de su ex presidente Didier Lombard por su responsabilidad en la ola de suicidios entre 2008 y 2009. En 19 meses, por lo menos 35 empleados se quitaron la vida –según otras fuentes, fueron 49–, incapaces de resistir la estrategia de ‘management por medio del stress’ que aplicó la dirección para aumentar la productividad, bajar costos”. Este es otro párrafo: “El caso más impactante fue el suicidio de Michel Deparis, un experto en redes celulares que –para evitar errores de interpretación sobre su gesto– dejó una carta particularmente clara: ‘Me suicido por culpa de mi trabajo en France Telecom’”. Aquí, otro pasaje del artículo: “Si el tribunal acepta ahora iniciar un proceso, France Telecom-Orange se convertirá en la primera empresa del principal índice bursátil francés (CAC 40) enjuiciada por acoso moral, y su caso sentaría jurisprudencia”. Y así termina la nota: “Pocos meses antes, Lombard había decidido cambiar el eslogan de la empresa, que desde entonces reza: ‘La vida cambia con Orange’”.
En estos tiempos en que ser CEO de una gran corporación se ha vuelto garantía de honorabilidad, tener cuentas en las Bahamas señal de honestidad, y ser absuelto por toda clase de jueces corruptos un valor aspiracional, me dieron ganas de releer La condición posmoderna, de Jean-François Lyotard, publicado en un lejano –o no tanto– 1979. Sobre ese “informe sobre el saber” se abatió el malentendido de suponer que Lyotard apoyaba aquello que era evidente que criticaba con dureza. Pero libros como La diferencia (nunca me cansaré de decir que su traducción debería ser El diferendo, no entiendo por qué la editorial que lo publica en castellano no lo ha corregido todavía), entre otros, aclararon el asunto, y hoy es casi imposible saltearse a Lyotard a la hora de establecer un pensamiento crítico sobre el estado del capitalismo y sobre temas cruciales de filosofía política y estética. Pues, en La condición posmoderna encuentro este párrafo concluyente para pensar nuestro presente: “La clase dirigente es y será cada vez más la de los ‘decididores’. Deja de estar constituida por la clase política tradicional, para pasar a ser una base formada por jefes de empresa, altos funcionarios, dirigentes de los grandes organismos profesionales, sindicales, confesionales”.