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Al fin y al cabo, ¿qué es también un editor? Alguien que construye una política del gusto, que imagina su propio lector.

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¿Qué es un editor? Alguien que edita libros. Esta redundancia inicial acarrea un desplazamiento que linda con la tozudez, la obstinación, o la persistencia. Un editor, al menos el tipo de editor que a mí me interesa, es un cabeza dura. Alguien que insiste, insiste, insiste, y en esa insistencia se juega también una vuelta de tuerca sobre el estado de la literatura y de la cultura, la posibilidad de inaugurar nuevos proyectos allí donde ya no se espera nada nuevo, la toma de riesgos como una forma de entrar en relación con el mundo. Releyendo esta larga frase, me acabo de dar cuenta de una cosa: Damián Ríos cumple con esos requisitos. Ríos comenzó su carrera de editor en Interzona (creo: no tengo una relación habitual con él –nuestros encuentros suelen ser casuales– y nunca le pregunté si había trabajado antes en otra editorial) y rápidamente dejó su impronta (que continuó, por suerte, incluso cuando dejó ese trabajo). En ese catálogo dio lugar a autores –por ese entonces jóvenes– que en muchos casos venían de lugares cercanos a ámbitos como Belleza y Felicidad, a cierto circuito alejado de lo mainstream, a otros que habían pasado por la experiencia del mundo de la poesía de los 90.

Esa escena extraoficial incluía también a los pintores que en general realizaban el arte de tapa de los libros. Por supuesto, ese catálogo se entremezclaba con otros autores más conocidos (y muy leídos en ese ambiente joven, como César Aira, Arturo Carrera o Fogwill), y con otros realmente inesperados (lo que vuelve más interesante su inclusión) que expresan un cierto pensamiento sobre “lo nacional” (David Viñas, Daniel Moyano, etc).

Pues luego de diversas tareas profesionales en el mundo editorial, Ríos vuelve –ahora asociado con Mariano Blatt– con una pequeña editorial cuyo nombre es de una simpleza minimalista: Blatt & Ríos. Su catálogo comenzó con dos títulos: Los sueños no tienen copyrigth, cuentos de Cecilia Pavón, y Yo era una mujer casada, novela de César Aira, que funciona como una especie de trilogía junto a Yo era una chica moderna y Yo era una niña de siete años, ambos editados por Ríos en Interzona. Y es que Blatt & Ríos retoma, como una insistencia, buena parte del espíritu de la primera Interzona, del clima cultural independiente inmediato al 2001, de la estética que se articuló (aunque no sólo allí) en torno a Belleza y Felicidad (al libro de Pavón se le suma el arte de tapa del de Aira, a cargo de Fernanda Laguna, ambas mentoras de ByF). Y a mí me interesa que eso ocurra. Y me alegra. Más allá de ciertas distancias teóricas y políticas con ByF, e incluso con el tono de Aira cuando imposta esa estética (sobre esto ya escribí en este mismo espacio varias veces, no vale la pena volver a repetirme), tenía algo de injusto que ese discurso no tuviera, casi, cabida en otra parte (quizá, sólo a veces, en la editorial Mansalva). Pero además, hay en Ríos un pensamiento riguroso sobre el mercado literario, sobre la circulación de la literatura argentina contemporánea: son ediciones de 300 ejemplares. ¿Para qué más? Y de ser necesario, la editorial imprime bajo demanda. Editoriales como Blatt & Ríos marcan el momento en que la edición de narrativa argentina toma como inspiración el modo de funcionamiento editorial de la poesía de los 90 y de los 2000. Al fin y al cabo, ¿qué es también un editor? Alguien que construye una política del gusto, que imagina su propio lector.

Y luego, sobre todo, están los textos. Los cuentos de Pavón rozan momentos de inmaterial interés; casi como aguafuertes de una Buenos Aires en suspenso, de una subjetividad entre falsamente ingenua y fuertemente descentrada. Leemos: “Sentir (con mayúscula) es algo muy complejo que debe diseñarse y llevarse a cabo con delicadeza y rigor”.