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REFUGIO EN LOS 70

Nuestra deuda con México

El pueblo argentino tiene una deuda con el pueblo mexicano. Nada debiera separar la hermandad con quienes nos dieron refugio, trabajo, seguridad, comprensión. Y también hijos.

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El pueblo argentino tiene una deuda con el pueblo mexicano. Nada debiera separar la hermandad con quienes nos dieron refugio, trabajo, seguridad, comprensión. Y también hijos.

A partir de los primeros meses de 1975 y hasta finales de 1978, miles de argentinos llegaron a México. La primera tanda huía de la Triple A que asesinaba a mansalva a todo aquel que fuera sospechado de “izquierdista”. Luego del golpe militar de 1976, la ola de perseguidos que buscaban refugio se multiplicó porque la persecución desatada fue intolerable: intelectuales, periodistas, psicoanalistas, miembros de las más variadas disciplinas laborales entraron en México para salvar la vida.

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Y por supuesto, un alto porcentaje de militantes de organizaciones políticas. De estos últimos, muchos llegaban sin documentos, con pasaportes falsos, con papeles diseñados a las apuradas, atravesando por tierra fronteras centroamericanas con el temor de ser descubiertos y devueltos a la Argentina. En la mayoría de los casos, con escaso dinero en el bolsillo, sin conocer a nadie, sin contactos que facilitaran alguna actividad laboral.

Las autoridades mexicanas sabían de este gigantesco éxodo hacia su territorio. Claro que lo sabían. Migraciones registraba a los miles de “turistas” que ingresaban pero que nunca volvían a salir.

México era en esos años el refugio de chilenos, uruguayos, brasileros, bolivianos, peruanos, a los que se sumaban los centroamericanos perseguidos por dictaduras sangrientas. Eran frecuentes las reuniones entre militantes de distintos países para coordinar actividades de denuncia contra los militares que asolaban América latina.

Y todo se hacía a la luz pública, sin temor, conscientes de que las autoridades estaban al tanto de nuestras actividades y las toleraban. Cada una de las colectividades escribía en diarios y revistas mexicanos y, a la vez, editaba sus propias publicaciones, periódicos y libros en donde se denunciaba a los gobiernos militares. “La Gobernación”, equivalente a nuestro Ministerio del Interior, dejaba pasar que argentinos pegaran afiches en las calles denunciando al dictador Videla durante el Mundial de Fútbol de 1978.

Toleraba, además, que esos ilegales festejaran ruidosamente el triunfo de Argentina en largas caravanas de automóviles que recorrían el Distrito Federal sin temor a ser reprimidos.

Y cuando algunos se extralimitaban, “la Gobernación” citaba a los representantes de los comités argentinos para recomendarles, con buenos modales, un poco de mesura. Recuerdo al doctor Rodolfo Puiggrós, enojado con algunos montoneros que habían realizado ejercicios claramente militares en el bosque de Chapultepec, preparándose para la contraofensiva.

Cualquiera fuera su nacionalidad, todos los exiliados en México recuerdan la hospitalidad de ese pueblo y de su gobierno. Pero si hay algún pueblo que debe multiplicar ese agradecimiento, es el nuestro, porque como bien sabemos, los argentinos no somos precisamente fáciles de tratar.

Se añoraba la carne, el asado, el vino, las empanadas, el locro, como si la cocina mexicana, una de las más elaboradas y exquisitas del mundo, fuera insuficiente para el paladar “argentino”.

Como suele suceder, los años cambiaron las cosas. Poco tiempo después de regresar al país, los ahora ex exiliados invirtieron su nostalgia. Saciados de repetidos asados y empanadas, comenzaron a evocar el guacamole, el ceviche, la barbacoa y las fajitas de pollo y, por supuesto, la cochinita pibil. Los restaurantes mexicanos de Buenos Aires fueron visitados cada vez con mayor frecuencia por melancólicos que discuten si la avenida Insurgentes se une o no con Barranca del Muerto.

Los que viajan a México regresan con tortillas ocultas entre sus ropas y organizan cenas con amigos que terminan la noche con la boca ardiente del chile. Y la cabeza alegre por los margaritas.

México dejó una impronta. Una marca en el corazón.

Hoy, cuando el “carnal” del norte pasa por momentos difíciles, los argentinos debemos recordar que allí nos dieron abrigo y que en nuestros hogares argentinos tenemos a nuestros propios mexicanos: los hijos que nacieron en aquella tierra.


*Periodista.