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Nuestras muñecas rusas

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Aunque no necesariamente seamos conscientes de ello, la vida de una sociedad transcurre en cuatro dimensiones. Una es económica, tecnológica y científica, otra es jurídica y política, otra es moral y otra es ética. Así lo puntualiza el filósofo francés André Comte-Sponville en El capitalismo, ¿es moral? Entre estas dimensiones hay una relación que recuerda a las matrioskas, esas muñecas rusas que en su interior hueco albergan cada una a otra muñeca, hasta llegar a una que ya no contiene a otra, sino que es en sí. Las dimensiones se interrelacionan de una manera precisa y sutil. La económica, tecnológica y científica tiene como parámetros lo posible y lo imposible. En ella si se puede se hace, no importa qué y no importan las consecuencias. El único límite suele ser el económico. Y sin ese límite, sobreviene lo que Comte-Sponville llama barbarie tecnológica y económica. ¿Cuál sería la frontera que puede frenar a esa barbarie? La dimensión jurídica y política. El péndulo de ésta va, a su vez, de lo legal a lo ilegal. La política orienta (o debería orientar) a la economía, a la tecnología y a la ciencia en función de las necesidades comunitarias por las cuales, en teoría, vela. Y, a su vez, la justicia debe limitar a la política para que ésta se desarrolle dentro de lo legal y no sobrevenga una nueva barbarie. O dos. La barbarie del militante en el caso de la política y la del juez en el caso de la justicia. El límite ante ello es la dimensión moral, que marca lo que se debe y lo que no se debe, tomando como referencia los valores que sostienen la existencia de la comunidad humana. Sin embargo, también aquí existe el riesgo de la barbarie, en este caso el moralismo, la tiranía de los puritanos según el filósofo.

¿Cuál es el vallado final? La dimensión ética. Es decir, la actitud consciente y responsable, orientadora de una conducta moral. Y ésta reside en cada individuo. La moral dice qué debemos hacer. La ética dice qué elegimos hacer. Por eso no toda ética es moral. Depende de qué actitud se adopte respecto de los valores. Si podemos actuar moralmente es porque podemos ser también inmorales. La ética de cada quien muestra, en acciones y conductas, cómo elegimos vincularnos con el otro, con los otros. La construcción de una ética tiene consecuencias indelegables. Moral y responsabilidad van inevitablemente juntas.
A la luz de estas dimensiones, y de cómo se relacionan entre sí, se puede observar y diagnosticar el estado actual de nuestra sociedad. La barbarie de la que habla Comte-Sponville no siempre ni necesariamente se manifiesta a través de violencia física (aunque en casos extremos también ocurre así), y sobreviene cuando un orden inferior se impone sobre uno superior. Si la técnica se impone a toda otra consideración hay barbarie tecnicista, cuando la economía manda sobre la política y la justicia, hay barbarie de los mercados, si la política somete a la justicia hay barbarie autoritaria o totalitaria, y cuando la justicia se impone a la moral hay una barbarie legalista que no contempla a las personas y sus circunstancias y separa definitivamente lo legal de lo legítimo.

Pareciera que en la Argentina de hoy varias de estas barbaries están en curso y entrecruzan sus rieles. La política intenta someter a la justicia mientras es regulada por una economía de continuas malas praxis, los valores de la interrelación humana se declaran, pero no se viven y las éticas en cuestión tienden a escapar de la responsabilidad y de todo horizonte moral. Nada de esto ocurre en el aire, todo encarna en personas reales, con nombre y apellido, con funciones que inevitablemente repercuten en el conjunto. La matrioska ha sido desarmada y sus piezas están desparramadas. Volver a integrarlas será imposible si no es a partir del ejercicio de la responsabilidad de cada uno (de cada persona, de cada ciudadano). El primer paso de ese ejercicio consiste en reconocer el orden de las dimensiones y en actuar dentro de ese orden, apuntalándolo y comprendiendo que esto significa resignar a veces el interés personal e inmediato. Cuando las dimensiones se confunden ocurre lo que señala Comte-Sponville: las sociedades terminan por tener los gobernantes y los jueces que se merecen.

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*Escritor y periodista.