Ayer contábamos cómo la dinámica política impulsada, más o menos, desde el Gobierno les impuso una nueva agenda a socios y opositores. Si hasta el martes 17 queda para el misterio la continuidad de Luis Barrionuevo en el PJ, más claro se advierte el convenio de los radicales con sus aliados del PRO.
Hubo conatos de protesta, amenazas de despedida en el recoleto restaurante Marcello, reclamos por la vicepresidencia, aún en danza para 2019, o la garantía de que solo los candidatos de la UCR podrán aspirar a las gobernaciones, salvo en Buenos Aires y la Capital.
Pero una oleada balsámica los envolvió en el diálogo con Macri. Uno de los más importantes caudillos reconoció: “Nunca estuvimos tan bien con el Presidente”. Será que Ernesto Sanz disminuyó su estatura (en rigor, hubo un distanciamiento con Macri hace tiempo), Enrique Nosiglia mejoró la amistad de antaño y Alfredo Cornejo, el jefe partidario, se debe conformar con impugnar a ministros como Juan José Aranguren, un muñeco clásico en la feria para estos avatares.
Nadie en el Gobierno quiere en el binomio presidencial a otra figura que no sea del PRO, menos a un mendocino –recuerdan la experiencia del no positivo de Julio Cobos– y le reservan incorporarse al núcleo legislativo que comandan Emilio Monzó y Nicolás Massot. No es la misión que aguardaba de Macri.
Pero no está peor que Eduardo Duhalde con Barrionuevo: otra vez, si el gastronómico queda en el PJ, lo apartará del proceso de poder como lo postergó cuando presidió con la UCR la reforma constitucional que permitió la reelección de Carlos Menem. Un sino indeseado.