Al cumplirse el primer año de gestión bajo la presidencia de Mauricio Macri las lecturas que se pueden realizar de este tramo son múltiples y tan variadas como las caras de un poliedro que contiene, como la vida misma, cosas buenas, malas y regulares, todas juntas y mezcladas.
El ejercicio enumerativo de lo bueno, lo malo, lo hecho y lo que falta hacer resulta repetitivo y alimenta océanos de bytes que conforman artículos, reportes, informes y notas periodísticas que circulan por estas horas desde los directorios de las compañías hasta los bares de barrio donde se leen los periódicos por la mañana.
Sobre el cierre del año y en el contexto del debate por la nueva ley de Ganancias desafortunadamente se coló la discusión sobre la forma de financiar la rebaja de un impuesto (discusión que no se dio cuando se bajaron otros impuestos, por cierto).
Vale decir que antes de analizar cualquier alternativa, oficialistas y opositores podrían haber buscado en el presupuesto la forma de liberar recursos de los trabajadores (rebajando Ganancias) sin subir otros impuestos, sino simplemente gastando menos.
Gastar menos no es de derecha ni de izquierda, sino simplemente un concepto que debe ser puesto como la contracara del hecho que supone la sencilla razón de que hay que pagar la cuenta.
Es decir, bajar el gasto para financiar cualquier rebaja de impuestos podría ser áspero de pensar para algunos sectores pero si, dado un presupuesto determinado (votado hace unos días), lo que queremos es bajar un impuesto que devuelve recursos de la clase trabajadora y que se pueden volcar al ahorro y la inversión, bien valdría la pena que se analizara cómo financiar eso mirando el lado del gasto y no necesariamente creando nuevos impuestos.
El presupuesto nacional es de 2,3 billones de pesos y éste ya contempla un costo por la rebaja de ganancias de 27 mil millones de pesos, es decir que si efectivamente el proyecto opositor (sin evaluar aspectos kafkianos que presenta la redacción de la norma) insume 65 mil millones, la diferencia a financiar son 38 mil millones, sólo 1,7% del total del gasto. ¿Es muy difícil encontrar áreas que permitan bajar el gasto en ese importe?
¿No será que no quieren tocar los egresos porque prefieren recaudar para gastar a discreción en la campaña? Es decir, no hay irresponsables de un lado y sensatos del otro, la verdad es que esta discusión se define con el porotero de la política en la mano.
Acá no hay un conjunto de valores, ni un plan político determinado que tiene una dirección concreta y se avanza en esa dirección pagando los costos que haya que pagar.
Lo único claro es que arrancó la campaña electoral casi diez meses antes de las elecciones. La oposición presentó su proyecto y el Gobierno, que quería discutirlo en marzo (herramienta que hubiera influido en el curso de la paritaria), apuró su propuesta porque quedó arrinconado con un tema de alta sensibilidad que además formó parte central de sus propuestas de campaña. Si no también nos podríamos preguntar qué hacemos discutiendo esto en diciembre cuando se pudo haber elaborado durante todo 2016.
La pelea política, no ceder, confrontar y decir lo que más “garpa” es el eje conceptual que determina la profundidad del debate. Una pena. Una vez más.
La creación de nuevos impuestos que aquí se ofrece para financiar Ganancias tanto en los planes de oficialistas como opositores es un tema muy importante.
Crear impuestos es un asunto que debería tener especial atención del conjunto de la sociedad y no debería ser el resultado de la eliminación de otros sino producto de un debate integral donde determinemos, como sociedad, cuál es el tamaño del gasto que queremos asumir y cómo vamos a distribuir el esfuerzo colectivo para solventar eso, de modo que el resultado sea el progreso del conjunto.
Si seguimos debatiendo el futuro de nuestros recursos, entre el timing político de unos, la necesidad de negociar votos por cordón cuneta de los gobernadores e intendentes y lo que mejor resulta en función del focus group para el Gobierno, el resultado va a ser el que hemos tenido como promedio en el siglo XX, donde sobró la retórica y terminamos con más pobres de los que habíamos empezado, con menos relevancia internacional y enfrascados en peleas que no resuelven los problemas de las grandes mayorías nacionales.
En el mismo sentido corre la ausencia de discusión respecto de la propuesta de crecimiento económico del país para el año entrante. Hemos regresado al esquema de estímulo del consumo como eje central de la política económica, y ahora el argumento es que el país que encontró el Gobierno estaba devastado. Cómo si Churchill, en el peor momento de la Segunda Guerra Mundial, hubiera ofrecido bandera blanca en lugar de sangre, sudor y lágrimas a su pueblo.
Modificar el curso de acción siempre es algo razonable, y no ser pragmático en política podría ser hasta infantil. El problema aparece cuando se redetermina el paradigma ofrecido a la sociedad, cuando se corre detrás de la simpatía popular en lugar de colocarse al frente mostrando un horizonte que tal vez no es el obvio.
Es mentira que se busca crecer de la mano de la inversión y también lo es que se busca el progreso de la mano del consumo. Hoy se busca el camino que sea políticamente más rendidor; como dice Cambalache, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.
Observar los procesos judiciales con el ábaco de las encuestas, evitar confrontar viejos privilegios bajo la consideración matemática de costos y beneficios y acordar sin recordar puede ser la marca de época en la construcción política moderna, pero es poco probable que sea lo más recomendable para torcer el rumbo de la historia.
La voluntad de cambio expresada por la mayoría que construyó el Gobierno supone que el orden de prioridades debería ser establecido en base a lo que se propuso en la campaña enfrentando los costos que esto suponga.
La posibilidad de alejarnos de propuestas que parecen dignas del realismo mágico de García Márquez para avanzar en la construcción de nuevos ideales colectivos que se sostengan en los valores que supone entender que el progreso es el hijo del esfuerzo y que el camino corto no es otra cosa que una fantasía que no nos lleva a ningún lado requiere de un liderazgo que parta de una revolución institucional que no ha comenzado en la Argentina.
Sin más que buenas estrategias de marketing y algunas iniciativas valiosas, este año culmina con más pena que gloria y la mirada puesta en la esperanza que nos vende la propaganda para 2017.
Algún día veremos gobiernos que se preocupen más por la próxima generación antes que por la próxima elección, ése es el desafío que seguirá vigente. Sobre todo porque el progreso del país depende de un recurso que está listo para avanzar, y somos todos los argentinos que habitamos este país.
*Autor de Ladrones.