Me escribe gente preocupada por los nueve ceros precedidos por un cuatro que imputé al presupuesto militar. Si fuesen en realidad 3,5 o 4,4 miles de millones de dólares no cambiaría mi argumentación a favor de incrementarlos a cambio de algunas contraprestaciones de las Fuerzas Armadas.
Duplicar los recursos daría a la defensa una participación en el producto nacional comparable a la de Brasil, Chile y –para poner el ejemplo de una nación bien defendida y victoriosa– Vietnam. Entre las principales contraprestaciones que justificarían el esfuerzo se encuentra la actualización de las obsoletas estructuras de las tres Fuerzas para que un doble presupuesto no las vuelva doblemente inútiles.
En los últimos años, y especialmente bajo la gestión de Néstor y Nilda, se avanzó en la promoción de cuadros femeninos. (Justamente, una capitán –(¿o “capitana”?), de apellido Camps, jugó un papel destacado en la reciente neutralización de cuadros indeseables de la oficialidad del Ejército.) Pero queda mucho por hacer desde el Estado y la legislación. Un tema tabú –y para eso estamos aquí– es el carácter estamental de nuestras tres Fuerzas. Se sueña con democratizar las Fuerzas pero no se contempla abrir el escalafón de la oficialidad a soldados y suboficiales meritorios, ni dar recursos para la capacitación, que requeriría un régimen de promoción democrático.
Nada más impopular que la defensa del derecho a la formación militar de la población civil. ¡Que señoras y progres sigan aplaudiendo la eliminación del servicio militar por el régimen Menem...! Cierto que las fuerzas tenían una “conscripción” al servicio de sus privilegios, pero la guadaña menemista quitó a la sociedad su chance de tener una fuerza civil de reserva. Recomponerla con cuadros de ambos sexos sería una de las funciones de defensa exigibles a las Fuerzas Armadas. Fue un civil –el abogado Alfonsín– el primero que se atrevió a reflexionar públicamente sobre la correlación entre la creciente inseguridad pública y el estado de indefensión de los ciudadanos privados del derecho a participar en la defensa por la ley menemista.
Otras serían nuestras estadísticas de salud y el propio estado de salud de la población joven si ambos sexos se sometieran al exhaustivo examen de aptitud médica que la antigua ley brindaba a los jóvenes varones. Otro sería el perfil de poder en los barrios si punteros, dealers y policías corruptos tuvieran que cruzarse a diario con chicas y chicos curtidos por la reserva. Formar una reserva de cien mil cuadros anuales no costaría más de 1.000 millones de dólares: apenas el tres por ciento de lo que acaban de birlarle a los jubilados.