COLUMNISTAS
Un ratito en default

Ojalá que nos vacunen rápido

 Joseph Stiglitz Martín Guzmán 24122019
El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, dio su opinión sobre el ministro argentino Martín Guzmán. | NA

A última hora del viernes, cuando todavía no había abierto el mail con las tres contrapropuestas que los acreedores le habían hecho llegar al Gobierno, un funcionario del equipo económico resumía así lo que espera que ocurra en la Semana de Mayo de la deuda bajo legislación extranjera: aunque se llegará a un arreglo, parece imposible que se cierre por completo antes del próximo 22 de mayo. Es decir, será después de estar un rato en default.

Cuando se cumplan los 30 días desde el último vencimiento que no se pagó, pueden llegar a convivir entonces títulos de que la Argentina entró en cesación de pagos con otros de que hay un principio de trabajosa fumata blanca que incluya alinear los distintos intereses cruzados entre los propios bonistas. Algo de esto tal vez sea lo que está expresándose en los últimos días en los que los dólares paralelos saltan mientras el riesgo país empieza  a bajar. En ese escenario, la burocracia financiera internacional debatirá si se gatillan o no los seguros contra default (los credit default swaps, un negocio privado atado a los préstamos a los Estados) y las calificadoras de riesgo harán Zoom tras Zoom para definir qué nota le ponen a la Argentina dentro de la jerga que define con letras y signos la capacidad de pago de los deudores, mientras las empresas seguramente reperfilarán una vez más sus pagos para surfear la crisis.

Habrá, por un lado, más consumo adictivo de las pantallas de Bloomberg entre los mismos de siempre que hablan de valores presentes, tasas de descuentos y exit yields para calcular cuánta se llevan en media coronacrisis. Y, claro, esa turbulencia que puede aparecer lejana seguirá contagiando a través del precio del dólar. Del oficial, del paralelo ilegal, de los alternativos bursátiles. El aporte argentino al universo cambiario es infinito. Si se patentaran los tipos de cambio seríamos la envidia de Estados Unidos. Si la ciencia económica ya hablaba del “dinero fiat” para definir a las monedas que se crea por decisión de los Estados, desde el dólar hasta nuestro pesito (porque “fiat” en latín es “hágase”), esta semana la City desbloqueó otro nivel de memeconomía: le pusieron “dólar Fiat” a los récords que fue alcanzando el blue, en referencia a los modelos de la automotriz italiana como el 128, 133 y el ¿147? (Centennial, entrá acá para entender https://bit.ly/2Zaq1mo).

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Cuando explota la bomba de Lebacs, cuando devalúan en Turquía, cuando un muñeco publica una encuesta que asusta a un gringo, cuando parece que puede haber default o cuando técnicamente lo haya, el precio del dólar siempre traduce temblores del mundo financiero en crisis real. Pero, ¿puede afectarse más una economía que no está produciendo ni consumiendo y que no se sabe si va a volver a funcionar una vez que se levanten las restricciones porque nadie sabe cuánto ni cómo pesará el medio y las secuelas de estos meses en los actores económicos? Tal vez sea difícil de entender para  el dueño de un bar que no abre hace dos meses o para un monotributista que todavía está penando para cobrar el IFE, pero más allá del sello de estar en el Veraz que puede imposibilitar el crédito al sector público y a la producción si llega la reactivación, aún con la persiana baja todo se puede ensombrecer más si aparecen miedos por una disparada de precios o copa la agenda un retiro sostenido de depósitos de los bancos. Como sea, en cualquier caso se trata de sobresaltos que según el Gobierno y también parte del mercado financiero no durarán más que un corto período de tiempo hasta que, concesiones mediante, se cierre un trato lo más rápido posible. A riesgo de caer bajo el síndrome del optongo (opino total no gobierno) que nos cabe a todos, surgen preguntas. ¿Valía la pena llegar tan jugado a la fecha de una posible cesación de pagos o si se negociaba desde la transición podría haber ido mejor la cosa? ¿Estuvo bien hacer la oferta de entrada y ahora quedar expuesto a tener que cambiarla, con el costo político para la Casa Rosada de tener que ahora ser más generosos con estos muchachos porque además nos aprietan con el contado con liquidación? ¿Será estar un ratito en default una forma de vestir políticamente un recule en chancletas que sea la única manera de no empeorar las cosas?  En el sucio juego de una negociación, el mundo financiero le achaca todo tipo de impericias al ministro de Economía, Martín Guzmán, incluida que esta semana ofreció canjear letras en dólares por bonos en pesos que se usan para ir al contado con liquidación, alimentando desde el propio Tesoro la brecha cambiaria. Pero lo que no le toleran realmente es que combine su obsesión por el trabajo (“como no tiene hijos tiene la libido puesta en esto”, describió alguien que lo conoce), su tono duro pero ameno y sobre todo que no sea del palo de Wall Street, y encima juegue en el ajedrez de Joseph Stiglitz y compañía en la discusión internacional.

Eso sí, hay un debate mundial que acá, donde tenemos mil preocupaciones exclusivas, por suerte no corre. Y es el de si, una vez que se descubra la vacuna que termine con la pandemia, todo el mundo va a poder acceder a ella. Se lo preguntó insistentemente esta semana el demócrata Bernie Sanders a una autoridad de la FDA, el organismo regulador de los medicamentos en Estados Unidos, durante una exposición de los epidemiólogos que asesoran a la Casa Blanca en el Senado. El funcionario tuvo que hacer malabares para dar entender que hará todo lo posible para que sea así, algo que en nuestro país, a pesar de sus miles de achaques y pifies y sobreprecios y lobbies corporativos se da por descontado. Sólo necesitamos que aparezca. Y claro que nos vacunen rápido.