Este año se conmemora el centenario de la Reforma Universitaria, un suceso que trastrocó profundamente los pilares de la educación superior en la Argentina. El movimiento se produjo en un contexto de profundos cambios marcados por la Revolución Rusa, la Primera Guerra Mundial o, en el ámbito local, el ascenso del primer gobierno elegido con sufragio universal masculino.
Si bien los planteos estudiantiles se remontaban a varios años atrás, no fue casual que el estallido inicial se produjese en la Universidad de Córdoba, la más antigua y conservadora del país. Los estudiantes de esa provincia llevaron adelante una larga huelga contra las autoridades en reclamo de profundas reformas y el 15 de junio de 1918 hicieron público el Manifiesto Liminar redactado por uno de sus líderes, Deodoro Roca. Con el título de “La juventud de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica” allí se exponían los principales reclamos: autonomía universitaria, cogobierno, extensión universitaria, libertad de cátedra, gratuidad e ingreso masivo, vinculación de la docencia con la investigación e inserción en la sociedad.
El movimiento reformista, de rasgos claramente juvenilistas, anticlericales, latinoamericanistas y antiimperialistas se extendió rápidamente al resto del país y a otras naciones del continente adquiriendo notable envergadura y dimensión latinoamericana. Los estudiantes contaron con el apoyo de figuras como Gabriel del Mazo, Alejandro Korn, Alfredo Palacios, el colombiano Germán Arciniegas, los peruanos Víctor Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui o el mexicano José Vasconcelos.
En nuestro país la reforma cambió radicalmente la universidad que a partir de entonces permitió el ingreso de miles de jóvenes pertenecientes a hogares de sectores medios y populares, favoreciendo notablemente el ascenso social. Por cierto, el recorrido y el propio destino de la reforma fue sinuoso y atravesado por marchas y contramarchas producto de crisis recurrentes vinculadas a carencias presupuestarias y momentos de atraso científico, especialmente en aquellas coyunturas de dictadura en donde la reforma retrocedía hacia el peor de los oscurantismos.
Cuando se inició el proceso reformista existían en el país solo cinco universidades con 8.600 alumnos. El crecimiento fue pausado pero constante hasta los años 60 y 70 cuando comenzó un proceso de masificación cuyo punto de inflexión se produjo en 1995. En ese momento había unas cincuenta universidades que albergaban 750 mil alumnos. En los últimos veinte años se produjo un explosivo crecimiento con la creación de 18 nuevas universidades nacionales y con la duplicacióndel número de alumnos que hoy alcanza el 1.500.000 de estudiantes.
Estas cifras, que denotan el acceso a la universidad de miles de estudiantes de primera generación, parecen alentadoras y podrían acompañarse de múltiples datos cualitativos sobre calidad académica, pero también debe hacerse hincapié en los múltiples problemas por los que atraviesa la universidad pública derivados de problemas presupuestarios, estancamiento científico en algunas áreas, necesidad de renovación pedagógica, relativa adecuación a los cambios tecnológicos, o una baja tasa de graduación.
El centenario es entonces una buena ocasión para celebrar, pero especialmente para debatir el estado actual de la universidad y los múltiples problemas que la atraviesan e interrogarse si los planteos reformistas de 1918 como la autonomía universitaria o el cogobierno siguen vigentes y si están acordes a las demandas actuales de la sociedad y del país.
*Profesor-investigador Idaes-Unsam.