Puede que los historiadores de las religiones encuentren en los cultos ya extintos el origen del concepto de Santísima Trinidad, puede que un matemático descubra allí un modo de aludir a los misterios pitagóricos y que un gramático lea en esa triangulación la estructura de una oración compuesta de sujeto, verbo y predicado. ¿Por qué será que bajo la apariencia de lo Uno siempre se esconden tres partes?
Hoy, sin embargo, extrañamente, me encontré con dos dichas inesperadas, y ambas se deben a la misma firma, que tal vez esconda una doble identidad o responden a la misma persona: Matías Serra Bradford. La primera dicha la encontré al leer en Clarín su velocísima y completa lectura de los motivos por los cuales se acaba de conceder el Premio Nobel de Literatura a un escritor africano residente en Inglaterra: en unos pocos renglones, Serra Bradford despacha la medianía del ganador, la baja estirpe del cálculo de la premiación (bajo la apariencia de la diversidad, lo eurocéntrico) y apunta a la posible incapacidad de los electores/lectores/jurados nobélicos para premiar algo realmente singular. Desde luego, no puedo sustentar sus razones porque no leí al ganador denostado, pero el énfasis y la firmeza de su convicción producen un efecto de verdad tal que uno no puede menos que adherir a sus razones.
Minutos después de la lectura de su delicioso brulote, una sonriente hippie en bicicleta tocó el timbre de casa y me entregó una pequeña y preciosa joya de un nuevo sello editorial llamado Vinilo Editora. El libro se titula Cómo falsificar una sombra. 20 obituarios. Y también lo escribió Matías Serra Bradford. Es un gabinete de maravillas, la prisa de una prosa de cierre periodístico que coloca en la memoria del mundo la estampa de la figura de los artistas que se fueron al Hades. El estilo lo es todo. Ruego a la Santísima Trinidad que cuando, cruz diablo, llegue el momento de mi despedida, sea Serra Bradford quien se ocupe de mi semblanza.