Las primarias en Estados Unidos se dedican enteramente a la elección de un candidato a presidente, no a la de una fórmula, lo que convierte la nominación posterior de un vicepresidente en un proceso aparte que la actual coyuntura política norteamericana vuelve todavía más interesante.
La historia moderna de EE.UU. ofrece suficientes precedentes como para pensar en las consecuencias. Tras la muerte del demócrata Franklin D. Roosevelt, su vice Harry Truman (1945-53) ordenó arrojar la bomba atómica sobre Japón. Tras el asesinato del demócrata John F. Kennedy, Lyndon B. Johnson (1963-69) generalizó enseguida la Guerra de Vietnam.
Otros riesgos: tras la renuncia del republicano Richard Nixon, el Congreso le dio la Casa Blanca a alguien que nunca había sido votado ni para presidente, ni para vice: Gerald Ford (1974-77), un congresista que Nixon había designado por la renuncia del vice Spiro Agnew apenas un año antes.
Ford puso fin a la Guerra de Vietnam y firmó los Acuerdos de Helsinki con la Unión Soviética. Los estadounidenses ya saben que un vicepresidente puede terminar haciendo algo más que tocar la campanilla como titular del Senado.
La actual campaña electoral añade sus propios condimentos. El extendido sentimiento antiestablishment que recogen las encuestas conspira contra la selección de un Washington insider y favorece la de rostros más frescos.
Hillary ya ejerció su influencia dentro de la Casa Blanca durante los dos mandatos presidenciales de su esposo, Bill Clinton (1993-2001), y su declarada intención de mantenerlo cerca de una eventual administración condiciona especialmente el perfil para completar su fórmula.
Pesará mucho más, sin embargo, la notable campaña de su rival en las primarias, el socialista Bernie Sanders, quien la obligó primero a desplazar su discurso hacia la izquierda y, ahora, a considerar a alguna figura progresista que le asegure esa franja de votantes y, en especial, la del ejército de jóvenes demócratas que prefirieron la Political Revolution del veterano senador.
La mayoritaria adhesión de las minorías a la candidata Clinton en las primarias también puede llevarla a designar a un latino en el ticket demócrata.
La posibilidad de una fórmula enteramente femenina, en la que la popular senadora progresista Elizabeth Warren (64) fuera la candidata a vice, suena demasiado novedoso para el electorado norteamericano.
Trump, como era de esperar, fue su propio vocero sobre el asunto, y dijo: “No me importa. Tiene influencia cero entre los votantes quién termine siendo el vice, sea que me voten o no. Históricamente, la gente no vota sobre la base de quién es el vicepresidente. Yo quiero a alguien que me ayude a gobernar”.
Su autoritarismo, sus golpes bajos y su personalismo ahuyentaron a varios, como sus ex rivales Jeb Bush y Marco Rubio, expresiones de un Partido Republicano muy dividido. Otros, como Chris Christie, Ben Carson o el incombustible ultraconservador Newt Gingrich, se incluyeron en la tómbola.
En la elección de su vice, Trump podría restablecer algún lazo con las minorías, aunque sea coqueteando con residentes documentados excluidos de su plan de expulsar a 11 millones de migrantes. Pero para Trump la gran incógnita es qué papel jugaría con un líder que hizo de su campaña un caos y que enfrenta a sus colaboradores como en uno de sus realities shows.
En la elección del vice demócrata se adivina un tironeo ideológico. Entre los republicanos, será una expresión del confuso proceso que vive el Grand Old Party, con su liderazgo fragmentado y muchos dirigentes especulando con una derrota que les devuelva el control del partido. Tanto, que a las puertas de la convención republicana todavía resuena la idea de impulsar un “tercer candidato” para noviembre.
En ese caso, no podrán escapar tampoco de la difícil tarea de elegir un vice.
*Presidente de la Fundación Embajada Abierta. Ex embajador ante la ONU, Estados Unidos y Portugal.