Escribo esto un lunes 29 de marzo. El viernes 2 se cumplen veintiocho años del desembarco en Malvinas, un episodio abierto para interpretaciones conspirativas. ¿Fue un invento para salvar el proceso cívico-militar? Sospecho que sí. ¿Conocía Londres la agenda de la invasión? Consta que sí. ¿Hubo un guiño aprobatorio de Washington a la aventura tal como venía diseñada en enero de 1982? Sí, y esas señales que explican mejor que un improbable patriotismo la lealtad de las tres fuerzas entre las que no podían faltar oficiales conscientes del resultado de una probable respuesta británica. ¿El primer desembarco, fue un error o una victoria diplomática? No fue un error, y lo prueban las ventajosas soluciones diplomáticas que alentaron Washington y la OEA con amplio respaldo internacional y apoyo de todo el continente, con excepción de Chile. ¿Tenía Londres mejores respuestas que precipitarse hacia la masacre? Sí, pero ninguna alternativa era tan beneficiosa para su frente interno como la profundización de la guerra. ¿Podía Washington faltar a sus compromisos con la OTAN para satisfacer a sus pequeños aliados en la guerra contrarrevolucionaria de Centroamérica? No: un liderazgo construido durante treinta años no se podía arriesgar para pagar nuestros pequeños trabajos sucios en Nicaragua. ¿Llegado mayo, tenía la Argentina mejores alternativas que la de inmolar a la tropa? Sí, pero a esa altura la lógica de la guerra había ganado a los gobernantes, a los mandos militares, a los diplomáticos y al enjambre de ciudadanos, políticos y empresarios que los escoltaban en sus gestiones por el mundo.
La lógica de la guerra era, para ambos bandos, una lógica política dominada por los frentes internos. Egresados de la escuela de la guerra sucia, los mandos argentinos concedieron inmunidad a las autoridades coloniales y a sus fuerzas militares fletándolos a Montevideo, mientras trataron a dos millares de kelpers como sus rehenes. En los semestres previos y posteriores a la guerra, la Argentina vio crecer su deuda en más de diez mil millones de dólares: dos mil habrían bastado para indemnizar a cada malvinero que optase por la ciudadanía argentina para radicarse como propietario en las más hospitalarias tierras del continente. Pero eso ni pasó por la cabeza de nuestros mandos ni por las de su corte civil, encabezada por los hermanos Macri y la Fortabat. La misma lógica imbécil primó en las escaramuzas de las pasteras del Uruguay. Ahora nos preparamos para el veredicto de La Haya prometido para este abril. Veremos. Es cierto que los militares fueron soberbios e ineptos, pero: ¿cómo son nuestros gobernantes actuales y la oposición que han logrado crear?