Al ver a Pablo Echarri en el escenario del festejo de los 30 años de democracia salí casi derramado a leer a Rousseau. Las desigualdades entre los hombres ha sido siempre un enorme asunto de estudio, acompañado naturalmente por la obsesión por imaginar soluciones para que ya no exista. Rousseau dedicó su vida a entender las idas y vueltas de las diferencias junto con los posibles encuentros de acuerdo entre las personas. Verlo a Echarri allí me hizo acordar de todo eso.
Las desigualdades, con impacto en la vida social, no han sido siempre basadas en los mismos mecanismos. Las ha habido de sangre, físicas, educativas y muy de moda las económicas, con sus consecuencias. Los zares en Rusia hicieron uso de sus beneficios sanguíneos para gobernar hasta que a Lenin, inmerso en la modernidad, se le ocurrió leer a Marx. A Rousseau le obsesionaba el tema de la educación, por lo que seguro ha sido un enorme homenaje que los intentos de desarme de desigualdades hayan sido realizadas por universitarios.
Entiendo que para una gran cantidad de artistas locales, la política se ha despertado como una bonita novedad y que en consecuencia, y para no hacer lío con sus propias ideas, habrán consultado también a Rousseau (como homenaje) y a un poco de todo el resto de los últimos trescientos años de pensamiento republicano. No hacerlo sería solo confiar en esto último que conocen y no creo que sea todo tan improvisado, ya que los artistas tiene una “sensibilidad especial”.
Pero en este mundo la desigualdad tiene formas multiplicadas. Un acto público, por caso, es una gran desigualdad. Su representación está ejecutada en base a una diferencia entre los pocos que están en el escenario y una enorme masa apretada que mira y adora desde abajo. La diferencia no es de sangre, sino que el límite es físico. Una valla de contención limita los cuerpos del pueblo del cómodo observar de los tambores.
Los artistas, como lo hacía Ricardo Fort, tienen una “sensibilidad” especial por los eventos y por el acceso a los VIP y los escenarios. En un recital pueden ver de muy cerca y comer helados, en los boliches pueden no pagar y estar en una zona alejada y hasta pueden hacer de esto una vida.
A 30 años de la asunción apoteótica y emocionante de Raúl Alfonsín, la conmemoración tiene forma de VIP al que solo acceden aquellos que suelen ir a los VIP de los boliches. Lo que puede resultar en un despertar de la participación política y una novedad para muchos, se ejecuta en realidad desde un territorio conocido para los artistas, la exclusividad, se basa en la diferencia entre los hombres. Solo algunos conocidos están allí. ¿Por qué está arriba del escenario Echarri y no una vecina anónima de Caseros que adora a Cristina? ¿Por qué Echarri no le cede su lugar en el VIP a un estudiantes de física para que pueda hablar con la Presidenta de sus imaginarios de futuro? ¿Por qué Echarri no lee a Rousseau? ¿Por qué Echarri no va a los actos de graduación de universitarios? No tiene por qué hacerlo, pero el dato interesante es que va a un sitio y no al otro. En uno es VIP, en el otro no.
El kirchnerismo les brinda un lugar de importancia, justo al lado de Cristina. Es fantástico para la Presidenta que todos estos con los que el mundo de los excluidos del escenario se quiere sacar fotos, mueran por un instante fotográfico con ella. Para Cristina es perfecto, en el escenario de los incluidos hace a su vez otro micro escenario, sin límites físicos visibles, en donde ella es el escenario y Echarri es parte de la plaza.
No es el modelo de desarme de las diferencias del Emilio de Rousseau ni el del incansable estudioso de Lenin: es el mundo del espectáculo y la representación de personajes. Es en la garantía de exclusividad y de atención marcada (un beso con algunas palabras) lo que encanta a las presas de la política. Como dice Silvio Rodríguez: “Desde una mesa cualquiera puede aplaudir la caravana en harapos de todos los pobres…”. Y desde el VIP mejor todavía, porque te atienden mozos.
(*) Sociólogo. Director de Ipsos-Mora y Araujo.