Si en la Argentina el índice de inflación fuera del 25%, el país estallaría por los aires”, tal la frase que en septiembre de 2012 Cristina Fernández de Kirchner utilizó para responderle a un estudiante de la Universidad de Georgetown que se animó a inquirir sobre ese espinoso tema. El nuevo IPC –llamado Indice de Precios al Consumidor Nacional Urbano– difundido el jueves, terminó confirmando lo que desde hace siete años vienen señalando no pocas voces dentro del Gobierno y todas las que están fuera de él: la inflación es la madre de todos los problemas que enfrenta la economía argentina.
En el país paradojal que se empeña en forjar el kirchnerismo, se escuchan cosas increíbles. Una de ellas fue la declaración del ministro de Economía, Axel Kicillof, quien dijo que “la oposición tiene planes recesivos, ajustadores y regresivos”. Curiosa interpretación por parte de quien, desde su asunción al frente del Ministerio, no ha hecho más que implementar una brusca devaluación y una serie de medidas inconexas que han producido el ajuste más fuerte que ha sufrido la economía argentina desde la crisis de 2001-2002.
También dijo el ministro que a los trabajadores les llenan la cabeza para azuzarlos a pedir mejoras salariales inconsistentes. Sólo puede decir eso quien desconoce la realidad de lo que están padeciendo los asalariados en sus bolsillos. La inflación se come sus salarios. Por lo tanto, las cosas son al revés de lo que dice Kicillof: no son los dirigentes quienes les llenan la cabeza a sus bases sino que son éstas las que les ponen presión a ellos.
En verdad, el Gobierno ha dado un giro hacia la más estricta ortodoxia económica. Es algo que en los discursos la Presidenta denuesta pero que en los hechos confirma. Esto es lo que los mercados –tan denigrados por el kirchnerismo– han celebrado en estas horas. Para el ciudadano de a pie, en cambio, no hay nada que festejar. Por el contrario, todo es para lamentar. Si en lugar de pasar siete años negando el problema, el Gobierno se hubiera dedicado a buscarle la solución, las cosas serían distintas.
La razón principal de la administración de Fernández de Kirchner para avanzar en el reconocimiento de la inflación radica en la necesidad de acceder a fuentes de financiamiento internacional. Fracasado una vez más el cuento chino –una fantasía que lo llevó al Gobierno a creer que China invertiría en el país un Niágara de dólares– se hace ahora imprescindible obtener en esos ámbitos dinero fresco a tasas de interés razonables. A esos fines, hay que arreglar el espinoso tema de la deuda pendiente con el Club de París. Para hacerlo, es imprescindible contar con el aval del vapuleado Fondo Monetario Internacional, uno de cuyos requerimientos esenciales es que la Argentina tenga índices confiables que reflejen el estado de su economía. Entre esos índices, el de la inflación es clave.
Con el índice sólo los problemas de la economía no se terminan. La responsabilidad del Gobierno va más allá de la de ser un simple comentarista de los hechos que afligen a la sociedad. Ahora viene el segundo paso: encontrar las soluciones y ponerlas en práctica. ¿Qué hará el Gobierno para combatir la inflación? He ahí el interrogante. Si la Presidenta piensa que eso se arregla escrachando y sancionando a los supermercados que no respetan los acuerdos de los “Precios Cuidados”, o denunciando todo el tiempo en sus “Aló Presidenta” conjuras en su contra –algo que viene haciendo sistemáticamente desde el 2008 cada vez que ha habido un problema causado por la mala praxis de su gestión– se habrá equivocado nuevamente. Hablando de los acuerdos de precios, si no los hay con los proveedores, el desabastecimiento será inevitable.
La llegada de Juan Carlos Fábrega a la presidencia del Banco Central ha producido el reingreso a su línea gerencial de varios de los que ocuparon esos lugares durante la gestión de Aldo Pignanelli, quienes debieron pivotear la situación durante aquel dramático 2002. Fábrega ha jugado un rol clave para idear las medidas que le permitirán al Gobierno llegar con salvavidas al momento en que comiencen a entrar los dólares de la liquidación de las exportaciones de la cosecha.
El salto al massismo del intendente de Merlo, Raúl Othacehé, encendió alarmas y golpeó fuerte al Gobierno y a Daniel Scioli. Por eso la reunión de urgencia del ministro de Planificación, Julio De Vido, con otros barones peronistas del Conurbano, preocupados por la escasez de plata y por su futuro político. Othacehé representa las cosas peores de una concepción del poder autoritario, acomodaticio y sospechado de apañar la corrupción. De esto se valió el kirchnersimo para construir poder. ¿Será ese también el proyecto de Sergio Massa?
A propósito de corrupción, el lapidario informe que sobre el proyecto “Sueños Compartidos” elaboró la Auditoría General de la Nación golpeó fuertemente al Gobierno. De ahí la sobreactuada y destemplada reacción del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, en su conferencia de prensa del jueves. Otra vez, lo mismo. Cada vez que la AGN pone ene evidencia los errores y las irregularidades de la gestión de los funcionarios gubernamentales, desde el Poder Ejecutivo tratan por todos los medios de desacreditarla. Ya pasó con los trenes y con los servicios de electricidad. La AGN es un organismo de control presidido por un opositor, Leandro Despouy, e integrado por siete miembros, cuatro de los cuales pertenecen al Frente para la Victoria. Este informe, que tanto molestó al Gobierno, fue aprobado por unanimidad y espera ahora que sea recibido por la comisión bicameral que debe tratarlo, ante la cual fue presentado en diciembre pasado. Curiosamente esta comisión no ha sido aún conformada debido a la negativa del oficialismo.
El ministro de Defensa, Agustín Rossi, reconoció que la Argentina es un país no sólo de consumo sino también de producción de drogas. Es esta una de las consecuencias más graves que habrá de dejar la así llamada “década ganada”, en la que el Gobierno se encargó de ningunear a todos los que advirtieron acerca de este riesgo transformado, hoy en día, en una triste y peligrosísima realidad.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.