COLUMNISTAS

Paliza autoimpuesta

La impericia obsesiva de Néstor Kirchner recibió una paliza histórica. Esa es la primera conclusión que se puede sacar de estos ochenta días que conmovieron a la Argentina. En cinco años, Kirchner demostró tanta capacidad para construir un formidable poder político desde el 22% de los votos que sacó en 2003 como para destruirlo desde el 46% que su esposa consiguió en 2007. La forma de conducirse en los próximos años dará el veredicto sobre cuál de las dos caras de esta moneda patagónica es la verdadera. O, mejor dicho, cuál es la que finalmente terminará imponiéndose, porque –seguramente– las dos son verdaderas.

|

La impericia obsesiva de Néstor Kirchner recibió una paliza histórica. Esa es la primera conclusión que se puede sacar de estos ochenta días que conmovieron a la Argentina. En cinco años, Kirchner demostró tanta capacidad para construir un formidable poder político desde el 22% de los votos que sacó en 2003 como para destruirlo desde el 46% que su esposa consiguió en 2007. La forma de conducirse en los próximos años dará el veredicto sobre cuál de las dos caras de esta moneda patagónica es la verdadera. O, mejor dicho, cuál es la que finalmente terminará imponiéndose, porque –seguramente– las dos son verdaderas. Después de semejante derrota política, el proyecto kirchnerista quedó con demasiadas heridas y hematomas internos y externos. ¿Pensarán de veras que esos magullones políticos podrán curarse con salvajadas como la de ayer en San Pedro, donde hubo represión, detenidos y citaciones judiciales a mansalva?

De todos modos, ya se puede hacer un inventario de los daños más evidentes:

Kirchner mostró una patética incapacidad para diagnosticar el problema, para entender al nuevo sujeto social que fue parido el 25 de mayo con el Grito de Rosario y para encontrar las mejores tácticas que le permitan salir del laberinto en el que entró por su propia torpeza. De hecho, generó una fractura en la sociedad con un clima de violencias y angustias que no había desde 2001.

El presidente de facto alimentó de tal manera a su oponente que quedará como una duda existencial hasta dónde hubiera crecido el fenómeno del campo sin la inestimable ayuda de Kirchner.

Su esposa, la Presidenta constitucional, dejó en el camino velozmente más imagen positiva que cualquier otro mandatario desde 1983 hasta la fecha. En los últimos días se intentó como un gesto desesperado y formal correrla del escenario de crisis para que no se manchara pronunciando ni una palabra sobre el conflicto, pero su gestión y su autoridad quedaron atrapadas por la coyuntura. ¿O alguien recuerda alguna decisión de gobierno importante en estos ochenta días?

En lo económico, los castigos verbales hacia los liberales ortodoxos que querían enfriar la economía para acotar la inflación se zanjó en la práctica con el congelamiento de la actividad que se produjo de hecho. Caída del consumo, suspensión de órdenes de compra y de trabajadores, corte de la cadena de pagos y –sobre todo– temor acerca de hasta dónde iba a llegar semejante locura generaron más daño que el INDEK dibujado y la energía en falta. Incluso los chinos empezaron a buscar proveedores más confiables para la soja.

En lo partidario, Néstor Kirchner abrió tantas fisuras y cuestionamientos como nadie se hubiera imaginado. Hay cientos de intendentes kirchneristas que se pusieron al lado o a la cabeza de la lucha del campo superando por primera vez los temores de enfrentar públicamente a quien hasta ese momento era su indiscutible jefe político.

Falta mucho para las elecciones, pero todas las mediciones que encargaron los gobernadores de las principales provincias de producción agroindustrial registran que más del 60% de quienes participaron en las protestas y fueron estigmatizados como golpistas, oligarcas, avaros y evasores fueron votantes de Cristina y en muchos casos militantes del Frente para la Victoria. La Presidenta no tuvo en las elecciones el apoyo de las clases medias urbanas y ahora perdió el apoyo de las clases medias rurales que la ayudaron a levantar su promedio en Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, por ejemplo.

Es precisamente en estas tres provincias de la Región Centro donde se está gestando el post kirchnerismo. Apenas es un germen, pero varios dirigentes de peso ya definieron moverse en forma coordinada dentro del PJ, sin darles lugares fundantes ni a Menem ni a Duhalde. Se puede ver claramente que Schiaretti, De la Sota, Busti y Reutemann –entre otros– ya dieron señales de autonomía bastante fuertes para la actitud siempre prudente de estos dirigentes. Las acusaciones de stalinismo del ex gobernador de Córdoba fueron al nudo del problema. Pero la carta que el ex corredor de Fórmula 1 le envió a Kirchner tiene varias claves. Ratifica su identidad cuando dice que gracias a Perón sus padres, arrendatarios agrícolas, se salvaron de quedar en la calle y en forma elegante se ofrece a corregir el desconocimiento que el Gobierno nacional tiene sobre el tema agropecuario cuando habla de las “peculiaridades de una provincia como Santa Fe, para la cual la agricultura es lo que los hidrocarburos son para Santa Cruz”.

La batalla con el campo todavía está en ebullición y aún hay que esperar para ver cómo decanta el polvo de la explosión después de las microscópicas señales positivas que dio el Gobierno con los nuevos anuncios. Pobre Mariano Moreno, pero aquí cabe parafrasear lo que dijo Cornelio Saavedra después de su muerte en alta mar: “Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego”. En este caso, fueron algunos baldecitos que valen más por la intención de no avivar las llamas que por la eficacia para combatirlas. Es un paso adelante si tenemos en cuenta que hasta el jueves todo lo que el Gobierno arrojaba sobre ese incendio era nafta. Con dudoso humor, se puede decir que esa lucecita al final del túnel por primera vez parece que no es una locomotora que viene de frente a toda velocidad. Es que todas las medidas homeopáticas que los Fernández –Alberto y Carlos, en este caso– anunciaron van en el sentido correcto y reconocen –aunque implícitamente– los errores y los horrores cometidos por el matrimonio presidencial desde que el incendio era apenas un fósforo.

Por eso los ruralistas tienen que recorrer dos caminos paralelos. Por un lado, trabajar para garantizar que el paro general del comercio, la industria y los servicios del lunes tenga un alto impacto. Lo tendrá en los pueblos y ciudades más afectados, pero será menor en los lugares donde se sigue el enfrentamiento por televisión como si fuera una telenovela. Y por el otro lado, ajustar la motricidad fina de sus movimientos tácticos para no pisar el brotecito de diálogo sobre planes integrales y estratégicos para el sector que en un momento dejó picando el jefe de Gabinete.

La Comisión de Enlace tiene conciencia de que sus miembros tampoco han salido indemnes de la pelea. Su debilidad máxima se expresa en la tirantez casi fracturista que produce una y otra vez Coninagro, por sus simpatías por el modelo productivo del Gobierno y por su distancia con las posturas más intransigentes de la Federación Agraria. Pero ésa no es su única fragilidad. Deberán estar atentos a la excesiva incontinencia verbal e imprudente exposición mediática de Alfredo De Angeli y a la fatiga que produce la prolongación de un conflicto muy delicado, acosado por la presión del Gobierno por arriba y de los chacareros combativos, pero sin experiencia sindical, por abajo.

Tal vez éste sea el momento de medir profundamente la temperatura de las quejas del interior del país y buscar nuevos mecanismos que incorporen las últimas decisiones del Gobierno y, después de marcar su absoluta insuficiencia y la falta de impacto real que tiene en los precios actuales, aprovechen para encontrar un espacio que los lleve nuevamente al diálogo sin agresiones.

También hay otra discusión, más ideológica, que quedó para el futuro como subproducto de esta crisis. Seguramente aflorará con más visibilidad después de superadas sus causas y consecuencias más terrenales y pragmáticas. Luis D’Elía lo puso en el debate en forma de caricatura. Pero hay más de un alto funcionario con fama de racional que lo repite como verdad revelada. Aunque parezca mentira, dicen que “el imperialismo norteamericano es el culpable” de esta revolución de tierra adentro. El fundamento es que, “así como se quieren llevar el petróleo de Venezuela y el gas de Bolivia y por eso fogonean la fractura de esos países, los yanquis también se quieren apropiar de los alimentos” que produce nuestra pampa gringa. Hay algo que no cierra cuando el subcomandante de los piqueteros K dice esto con aires chavistas sentado al lado de Néstor Kirchner, en el mismo momento en que Cristina Fernández de Kirchner se reunía entre sonrisas cordiales en la Casa Rosada con el embajador de los Estados Unidos, Earl Anthony Wayne.

¿Qué debemos entender los confundidos argentinos? ¿Hacia qué tipo de alianzas estratégicas vamos como país? ¿Estamos más cerca de Brasil, Uruguay y Chile, donde hay presidentes con historia mucho más de izquierda que Kirchner y con gobiernos mucho más sensatos para beneficiar a sus pueblos? ¿O más cerca de Venezuela, con un jefe de Estado que viene de perder una elección y a varios de sus aliados históricos en medio de acciones cada vez mas autoritarias, inflacionarias y que –encima– presuntamente nos ayuda cobrándonos una tasa de interés casi usuraria y nos involucra en algunos temas con tufillo a corrupción, como el Valijagate?

Será nomás que los Kirchner sobreactúan con los piqueteros más clasistas, con los intentos de reciclar la gloriosa Jotapé y con las banderas del Che que rodean sus actos lo que no hicieron en defensa de los derechos humanos mientras vivieron y gobernaron en Santa Cruz. Lo grave es que, en muchos casos, están vaciando de contenido palabras sagradas. Por ejemplo, golpe. O golpista. Para la vida institucional y comunitaria no hay acusación más grave que la de golpista. Se trata de un asesino de la libertad y de la democracia y de muchos argentinos que defendieron esos valores. Hoy, en Córdoba, están juzgando a Luciano Benjamín Menéndez, uno de los más crueles y feroces ejemplos de golpistas y terroristas de Estado. En estos ochenta días de paliza recibida por tanta impericia obsesiva, la patrulla que acompaña a Néstor Kirchner y él mismo se han cansado de acusar de golpista a medio mundo y en cualquier terreno: en los medios, en el campo, en la economía, en otros países y –por supuesto– en la oposición.

Esta también es una asignatura pendiente que el Gobierno deberá rendir ante el implacable tribunal de la historia: la desmesura de un lenguaje que disfraza y la utilización burda y mezquina de algunos emblemas que, como la pelota de Diego, por suerte no se manchan.